
Los intereses de don Fernando Ortiz por estudiar las raíces de nuestra formación como pueblo, y en particular el papel desempeñado por los negros, expresados desde su más temprana juventud, tuvieron un momento especialmente significativo en 1923, año crucial en la vida política, social y literaria del país, cuando se aunaron un conjunto de factores externos e internos anunciadores de un cambio. Uno de los más significativos fue la Protesta de los Trece, liderada por Rubén Martínez Villena, y en la cual participaron otros intelectuales que comenzaron a darle un vuelco a la literatura cubana, al calor del movimiento de vanguardia.
Por entonces, Ortiz había dado a conocer un importante grupo de estudios etnológicos que lo situaban en un lugar preponderante (y novedoso); y como una de las propuestas que entrañaba dicho movimiento era concederle al arte vernáculo un papel en el desarrollo cultural de Cuba, lo negro estaba llamado a ocupar su espacio natural en el conjunto social.
Al constituirse, aunque de manera informal, el Grupo Minorista, Fernando Ortiz se adhirió a los principios que lo animaron y compartió inquietudes con quienes también lo integraron: Martínez Villena, Alejo Carpentier, Regino Pedroso, Jorge Mañach y Max Henríquez Ureña, entre otros. Aunque no fue firmante de la Declaración —también conocida como Manifiesto— emitida por dicho grupo en 1927, pues se encontraba fuera de Cuba, fue partícipe de sus fundamentos, que expresaban:
Colectiva, o individualmente, sus verdaderos componentes han laborado y laboran: Por la revisión de los valores falsos y gastados; por el arte vernáculo y, en general, por el arte nuevo en sus diversas manifestaciones; por la introducción y vulgarización en Cuba de las últimas doctrinas, teóricas y prácticas, artísticas y científicas; por la reforma de la enseñanza pública y contra los corrompidos sistemas de oposición a cátedras; por la autonomía universitaria; por la independencia económica de Cuba y contra el imperialismo yanqui, contra las dictaduras políticas unipersonales, en el mundo, en América, en Cuba [una clara alusión al tirano Gerardo Machado, entonces en el poder]; contra los desafueros de la pseudo-democracia, contra la farsa del sufragio y por la participación efectiva del pueblo en el gobierno; en pro del mejoramiento del agricultor, del colono y el obrero en Cuba; por la cordialidad y la unión latinoamericana.
Ortiz fundó en La Habana el 6 de enero de 1923, la Sociedad del Folklore Cubano, que tuvo como fines:
[…] acopiar, clasificar y comparar los elementos tradicionales de nuestra vida popular. Así —expresaba el documento fundacional— son materias propias de esta Sociedad la recopilación y estudio de los cuentos, las consejas, las leyendas conservadas por la tradición oral de nuestro pueblo; los romances, las décimas, los cantares, los boleros y otras manifestaciones típicas de nuestra poesía y nuestra música populares […] las creencias fantásticas y sobrenaturales, las supersticiones […], los bailes, y por último, el estudio descriptivo, encaminado a un fin de verdadera terapéutica social, de ciertas prácticas morbosas, como los actos de brujería y ñañiguismo, en que, en forma tan expresiva, se manifiesta la vida popular.
El presidente perpetuo de la asociación, desaparecida en 1931, fue Fernando Ortiz y la integraron, además, Enrique José Varona, José María Chacón y Calvo, Juan Marinello, Carolina Poncet, Emilio Roig de Leuchsenring, Rubén Martínez Villena, Enrique Serpa y Mariano Brull, entre otros. Esta sociedad realizó sus labores en el mismo edificio que por entonces ocupaba la Sociedad Económica de Amigos del País, de la cual era también Ortiz su presidente.
En enero de 1924 vio la luz el primer número del órgano de esta institución, Archivos del Folklore Cubano, que publicó materiales dedicados al estudio del folklore en sus más variados aspectos. También dio a conocer trabajos traducidos de publicaciones extranjeras especializadas en la materia, o escritos de autores cubanos del pasado. En total se publicaron cinco volúmenes.
Entre sus redactores figuraron Roig de Leuchsenring, Joaquín Llaverías, director del Archivo Nacional de Cuba, y Carolina Poncet, quien había dado a conocer sus valiosas investigaciones reunidas en El romance en Cuba (1913). También se vincularon en calidad de redactores Chacón y Calvo, Alfredo M. Aguayo, Emeterio Santovenia, Juan Marinello, el caricaturista Conrado Massaguer, el historiador Ramiro Guerra…, todas figuras muy prestigiosas del mundo intelectual y académico cubanos. También colaboró Pablo de la Torriente Brau, quien sostenía una gran amistad con Ortiz, pues había sido su secretario en el bufete que este último tenía en La Habana. Desapareció esta publicación en 1930.
Fernando Ortiz fue un publicista por excelencia. Finalizada Archivos del Folklore Cubano,creó, primero, Surco, aparecida entre 1930 y 1931, y con posterioridad Ultra. Cultura Contemporánea (1936-1947), auspiciada por la Institución Hispanocubana de Cultura, creada en 1926 y que también presidió.
Posteriormente surgirían otras revistas relacionadas con el tema folklórico, como Estudios Afrocubanos, a la que nos referiremos en otra ocasión, y Actas del Folklore, Etnología y Folklore y Catauro, estas tres últimas con posterioridad a 1959.
Archivos del Folklore Cubano fue una revista pionera, en Cuba, de los estudios relacionados con nuestra nación. Aunque dedicó espacio mayor a analizar el componente negro, no dejó a un lado nuestras raíces aborígenes, «nuestro pasado precolombino», según expresaron, en un afán por mostrar los rostros que coincidieron en nuestra formación como nación.
Visitas: 16
Deja un comentario