El escritor, periodista y profesor, Argelio Santiesteban (1945-2024), Premio Nacional de la Crítica 1983, emprendió viaje hacia el universo infinito hace solo unos días; y como homenaje póstumo, decidí publicar esta entrevista que le hiciera al también radialista y lingüista experimentado, con motivo de los 95 años de la salida al aire de Radio Progreso.
Conversar con mi interlocutor deviene un placer inefable. Además de compartir responsabilidades laborales en la Decana de las Emisoras Cubanasy en el Sitio Web de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), nos une un vínculo afectivo-espiritual, propiciado por un amigo común: el laureado poeta, narrador y periodista Emilio Comas Paret.
Desde los años sesenta del pasado siglo, el miembro ilustre de la Asociación de Escritores de la UNEAC colaboraba con la prensa plana, radial y televisiva. Fue redactor de la publicación universitaria Alma Mater, e integró el equipo de reporteros de la centenaria revista Bohemia y de la agencia de noticias Reuters.
Fue fundador, junto a los maestros Héctor Zumbado y Oscar Cuesta, de la revista Sol y Son, editada por Cubana de Aviación, de la Brigada Artístico-Literaria «Hnos. Saíz» (hoy Asociación «Hnos. Saíz») y de la televisión educativa (la original), en la mayor isla de las Antillas. Así como co-fundador de los espacios televisivos Puntos de vista y Entre libros.
Es autor de varios títulos publicados por editoriales nacionales y dedicados —en su mayoría— a la historia y el folclore caribeños. Ha recibido varios premios, menciones y reconocimientos por su fecunda labor periodístico-literaria, que comenzó desde hace más de medio siglo.
Por otra parte, mantenía espacios fijos en la prensa plana y digital, así como en la parrilla de programación de «Onda de la Alegría» y en la pequeña pantalla insular.
¿Qué significación profesional y emocional tiene para usted el hecho de que el 15 de diciembre próximo, la Emisora de la Familia Cubana cumplirá 95 años en el éter?
Imagínate, querido colega y amigo, en Radio Progreso he echado buena parte de mi vida profesional, y, además, he establecido grandes vínculos afectivo-emocionales con personalidades de la radio cubana, cuyos nombres no voy a mencionar, porque se me puede quedar alguien en el tintero y no quiero herir susceptibilidades, nada más lejos de la realidad ni de mi verdadera intención.
Los 95 años de la Onda de la Alegría son, al decir de José Lezama Lima (1910-1976), «una fiesta innombrable». Espero que siga en el aire muchos años más, aunque yo no lo pueda ver [parece que intuía que el final de su existencia terrenal estaba cerca].
¿Cuáles fueron las motivaciones fundamentales que orientaron su vocación hacia la literatura y el periodismo?
Mira, Dueñas, bien recuerdo una época, no tan lejana, en que cuando alguien pronunciaba la palabra «destino» —el ananké de los antiguos— se le abalanzaban sin misericordia, y le gritaban «fatalista», «anticientífico» y «oscurantista».
Pero, después, vino el descubrimiento del ADN y de su imperio sobre nuestras vidas; de manera que hoy se puede hablar de factores genéticos sin tener que atrincherarse en un blocao a prueba de bala, napalm y gases tóxicos. Quizás esos factores expliquen mi inclinación por dejar a mi paso estropicios en el periodismo y en la literatura.
Ahora, hablo en serio: fue mi padre hombre cultivado, líder de la masonería y de su religión, y luchador clandestino contra nuestro coterráneo Fulgencio. La influencia cultural de mi viejo es evidente. Soy su disminuida y chapucera segunda edición, y al igual que mi venerado progenitor, amo la radio y el buen decir.
Además, mi Banes natal era un hervidero de cultura. Imagínate que en los años 50 del extinto siglo XX allí se publicaba Portada, una revista de arte a la cual quisieran parecerse, por un día de fiesta, muchas de las que hoy veo por ahí.
Una vez que se le inoculara en la mente y en el alma ese «virus» que nos acompañará hasta el último aliento, ¿qué razón especial lo inclinó a reflexionar sobre el idioma?
Fui un privilegiado por la buena suerte. Así, vine al mundo en ese «triángulo donde se forjó nuestra nacionalidad», y domino lo que habla el oriental. Alfabeticé en la Sierra Maestra, y conozco cómo se expresan los serranos, que son provincia lingüística aparte. Llevo más de seis décadas en La Habana, y sé cómo se expresa el capitalino. Durante un lustro fui profesor de los homicidas del Castillo del Príncipe, y me enteré de la jerga de «la mala vida habanera», como decía el sabio polígrafo, don Fernando Ortiz (1881-1969).
Con todo ese aval, que me regaló la casualidad, no me quedó más remedio que escribir El habla popular cubana de hoy, libro que ya tiene tres ediciones.
De acuerdo con su opinión, ¿a qué fenómeno sociolingüístico obedece el deterioro en nuestra forma de hablar, al extremo de que hay sectores de la población que se expresan en una jerga ininteligible?
Esos fenómenos suelen ser multicausales. Habría que hurgar en la escuela, en la familia. Pero, que yo sepa, no existe un estudio serio, científico, con resultados estadísticamente significativos en torno al asunto, por lo cual pronunciarse al respecto te puede llevar a desempeñar el poco envidiable papel deestar hablando «catibía».
Sí me consta que muy poco —o muy mal— es lo que hacen los medios en cuanto a ese alarmante fenómeno. A veces, uno sospecha que, después de que los brigadistas «Conrado Benítez» hicimos lo nuestro, ahora están «analfabetizando» a la gente.
Los ejemplos abundan, pero sólo escogeré uno. En cierta radioemisora —cuyo nombre callaré por un problema ético elemental— el Premio Nobel portugués no es Saramago, sino Saramango, mientras el escritor nueviteño no se apellida Cirules, sino Cirueles (según parece, tienen una fijación frutal).
De las innumerables anécdotas registradas en su archivo mnémónico durante tantos años de ejercicio literario y periodístico, ¿podría relatarnos alguna que le haya dejado una huella imperecedera en el intelecto y en el espíritu?
Sí, recuerdo la noche en que un jurado espeluznantemente distinguido nos entregó el Premio de la Crítica, en su primera convocatoria. El encargado de poner en mis manos el pergamino fue aquel hombre colosal, cuya obra huele a melaza y bagacillo: el doctor Manuel Moreno Fraginals (1920-2001).
En ese momento, allá en el Palacio del Segundo Cabo, él me condecoró con algo más relevante que el premio, porque me dijo al oído: «persevere, siga forjando las cosas como yo […]; sí, está haciendo labor de hormiguita».
¿Qué próxima entrega puede esperar, de Argelio Santiesteban, el público lector?
Trabajo desde hace más de medio siglo en una Cronología de Cuba. Año por año, recojo no solo los hechos políticos relevantes, sino qué comía la gente, cómo se vestía, qué tarareaba. Algo así como levantamientos de época, sucesivas fotografías de los instantes cubanos.
¿Algo que desee agregar para que no se le quede nada en el tintero?
Bueno […] que los jóvenes escritores y periodistas le huyan al vedetismo como a la peste. En un final, nadie tiene derecho al protagonismo, ya que somos simples paramecios que venimos por un ratito a este «valle de lágrimas». Que se ganen el respeto de la gente con el estudio sin límite ni cordura durante los 366 días del año […], si es bisiesto.
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