
Han pasado 14 años desde que la Universidad Simón Bolívar, de Barranquilla, Colombia, invistió con el título de Doctor Honoris Causa al intelectual cubano Armando Hart y pareciera que el tiempo no eclipsa la magnitud de tal distinción. La casa de altos estudios, en ese entonces, consideró a Hart un referente vivo a seguir por la juventud latinoamericana. El rector de la institución José Consuegra resaltó durante la ceremonia, la dedicación de Hart a la cultura y la educación, así como sus labores como ministro de esas carteras y en la divulgación del pensamiento y la obra de José Martí, Héroe Nacional de Cuba.
Los ecos de su ejemplo resuenan hoy, en una actualidad cada vez más desafiante. Participante activo del proceso revolucionario, Armando Enrique Hart Dávalos (La Habana, 13 de junio de 1930-26 de noviembre de 2017) fue dirigente estudiantil, intelectual, abogado, revolucionario, político y educador cubano. Como dirigente del Movimiento 26 de Julio participó activamente en la Revolución cubana y luego del triunfo fue ministro de Educación de Cuba entre 1959 y 1965 y ministro de Cultura de 1976 a 1997. Dirigió la Oficina del Programa martiano y al momento de su fallecimiento presidía la Sociedad Cultural José Martí.
Más allá de su liderazgo en el escenario cultural y político, la personalidad de Armando Hart no pasaba como una más. Así lo recuerda Yusuám Palacios en un texto publicado por el diario Granma:
Hace ya unos cuantos años que mi vida se conectó al pensamiento de un hombre que parecía un anciano venerable cuando lo conocí; y lo era, de eso me percaté un tiempo después; uno de esos sabios de cabellera blanca y manos arrugadas pero firmes; un abuelo por su edad pero siempre un padre que toma de la mano al hijo y cabalga junto a él.
(…) Un ser humano que atraía como un imán; que, con solo estar delante de él, ya te absorbía. Así era Hart, inquieto aun en su vejez, era como una necesidad de vida para él crear con el pensamiento, hacer del pensar un ejercicio cotidiano y aportador, capaz de transformar la realidad que era preciso cambiar; porque el pensamiento de Hart no era de molde, no estaba preestablecido, no comulgaba con la ligereza y la superficialidad.
Crear desde el pensamiento era su ejercicio predilecto, un martiano a todas que confiaba en los jóvenes, en la utilidad de la virtud y el poder transformador de la educación y la cultura. Un hombre capaz de conmover con su voz. Al cabo de los años, en una entrevista con el periódico Adelante, de Camagüey, Elpidio Lezcano Ágreda recordó:
El discurso de Hart nos conmovió a todos. Hubo exclamaciones de ¡Abajo la tiranía! ¡Abajo Batista!
(…) en el ejemplo de Abel encontramos algo más que un mártir. Él no entregó su vida un día, él fue entregándola todos los días. Él era un joven que disfrutaba de un sueldo de cuatrocientos pesos mensuales y lo había venido dando a la causa meses y meses hasta que tuvo que abandonar el trabajo porque las actividades revolucionarias le exigían todo el tiempo.
El mejor homenaje que yo pueda hacerle a Abel Santamaría en este acto es el decir que él comprendió mejor que nadie, porque sintió más que nadie, que el problema cubano no es político, como quieren los partidos plantear, sino que es esencialmente económico, es social, es también de forjación de conciencia ciudadana.
El tiempo ha pasado desde aquel 2011 cuando se le entregara a Hart el Honoris Causa, sin embargo, las vibraciones del hecho llegan hasta hoy para recordarnos una martianidad auténtica y una vida dedicada a la cultura y Cuba.
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