Los años habían limado muchas asperezas, el escritor se consideraba mucho más paciente y tolerante, la nación le había tributado con los más altos honores que reserva para los hombres de las letras… pero a Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 1935-La Habana, 2023) le encantaba solazarse con la idea de que seguía siendo un autor incómodo.
Y lo era, en buena medida, asumiendo su permanente talante incisivo, «esta lengua que tantos problemas me ha provocado, pero que con tantas satisfacciones me ha premiado también» —como confesó en una tarde de larga e interesantísima conversación con este cronista, balanceándose en su sillón preferido, justo a unas horas de celebrar su cumpleaños 85.
Ha muerto Antón Arrufat, poeta, narrador, ensayista, dramaturgo… aunque para él en la literatura solo convendría distinguir dos ámbitos: la prosa y el verso.
La prosa es la base de la gran pirámide cultural del mundo; pero el verso es el misterio que nos acompañará siempre. Los grandes escritores —y yo siempre aspiré a contarme entre ellos; algo hice, pero creo que no lo suficiente— son los que logran concretar desde la narración, la ensayística y el teatro, el inmarcesible espíritu de la poesía.
Él —aunque una modestia un tanto socarrona no le permitiera reconocerlo ante el gran público— era un gran escritor, un gran poeta. Y asumía la literatura como tabla de salvación, ante la puntual incomprensión del mundo.
¿Qué le voy a hacer? Tengo muchas cosas que decir que no le van a gustar a todo el mundo. Prefiero entonces escribirlas, con la esperanza de que para algo sirvan. En algún momento me quisieron callar, y pareció que lo lograban, pero yo seguía escribiendo, como un poseso. Porque la única certeza de sobrevida para alguien que como yo solo sabe escribir, es la permanencia —siempre relativa— de lo que quedó en una página, negro sobre blanco.
En el tristemente recordado «Quinquenio gris» —«que fueron más de cinco años, y más que grises fueron negros»— Antón Arrufat fue víctima de exclusiones por las implicaciones de su obra.
Pero yo sabía que la cordura terminaría por imponerse. Esperé pacientemente. Y un día pusieron sobre mi cabeza los laureles que algunos —afortunadamente olvidados por la historia— pretendieron escamotearme.
Aunque yo, con toda franqueza, nunca he escrito para conseguir laureles. Yo he escrito por una necesidad que va más allá de un ejercicio racional. Impulso, desbordamiento.
Eso de esperar por la musa es un cuento de camino. El escritor verdadero siempre vive al lado de su musa… es más, la musa vive con él. O mejor, la musa vive en él. Es verdad que se puede dotar de herramientas a un individuo para que escriba mejor… pero el escritor nace. Los demás son emborronadores de cuartillas (yo también he emborronado las mías, pero las he sabido esconder, las que han salido a la luz son las páginas más auténticas, las mejor logradas… porque escribir es también discriminar).
La lista de grandes libros de Antón Arrufat es larga. Si le preguntaban qué obra escogería para una reducida antología para el futuro respondía que eso era asunto para los antologadores.
Pero probablemente alguien escogería Los siete contra Tebas —una pieza de la que muchos hablan, aunque no todos han leído— o mi novela La caja está cerrada, en cuya escritura invertí más de una década… Pero allá ellos, que se quemen las pestañas leyendo y escogiendo, que para eso les pagarán… Ahora bien, yo creo que si dentro de cien años yo volviera a nacer (sería maravilloso, tendría mucho material para escribir, espero) de mí solo me interesaría releer algunos de mis poemas… supongo que no perdería el tiempo leyéndome a mí habiendo tanta nueva literatura en cien años.
La cultura nacional ha perdido a uno de sus grandes intelectuales, a un hombre que —confesaba— solo sabía escribir de Cuba… aunque de Cuba no estuviera escribiendo.
Yo no he escrito sobre ninguna otra cosa. Pero no puedo decir que Cuba me haya influido. Porque el país no está en un lugar y yo en el otro. Yo nací en este país. Yo vivo en este país. Yo soy de este país. Aunque algunos hubieran preferido que me fuera para el aeropuerto.
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Tomado de Periódico Trabajadores
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