Estando en Santiago de Chile, en julio de 2013, el profesor y poeta Juan Cristóbal Romero me obsequió sus versiones del Arte poética, famosísima obra del latino Horacio, que goza de vigencias tras más de dos mil años de su escritura. Son treinta y seis breves poemas en los que Horacio ofrece desde normas y modos de escritura, hasta aprehensión lírica del mundo, como por ejemplo:
Si evito y desconozco los estilos y técnicas de versificación, ¿por qué se me saluda de poeta?, ¿por qué, con falsa sencillez, prefiero Pasar por ignorante que aprender?
La crítica horaciana que estos versos encierran, dicha bellamente, ¿no conserva plenitud de sentido? ¿Cuántos creen que la poesía es solo arte de improvisación oral o escrita? Incluso la poesía oral mejora considerablemente bajo la asunción de cultura para la poesía que adquiera el poeta repentista. La poesía, como género literario, arte de la palabra, es la aprehensión humana de algo que ocurre en la naturaleza, en el cosmos, expresión de la realidad universal, también llamada poesía como poiesis, creación. Al género literario que brota de esa percepción, se dedican los poemas del Ars amandi horaciano.
Horacio, nos informa Romero, fue un gran poeta y un muy desatacado crítico literario que tuvo mucho que ver con el gusto estético de su tiempo. Pero también nos dice que Arte poética «no es un tratado formal ni menos un manual sistemático de teoría literaria como regularmente se ha querido presentar». Es más bien una manera lírica de presentar un ideal de escritura. Fue dirigida a los Pisones, por eso también se le llama Epístola a los Pisones, grandes amantes de la poesía de la famosa familia romana de la gens Calpurnia, y ha sido texto preferencial de la poesía clásica de todos los tiempos, hasta hoy mismo.
En los poemas horacianos se advierte, dice Romero, que: «la poesía es un oficio, y como todo oficio posee reglas cuya práctica supone instrucción previa y un esfuerzo paciente». Ese es el espíritu de la treintena de poemas que él tradujo. Están llenos de sentencias: «No basta que un poema sea hermoso», «no es fácil expresar de un modo único / lo que es común a todo ser humano», «escucha lo que el pueblo y yo esperamos». Horacio censura a los poetas que: «Se convierten en esclavos de los títulos», y entiéndase por «títulos» también como los lauros o premios. Dice que: «La tragedia no escupe versos frívolos», y añade: «Qué grandes pueden ser los temas simples». Enseña que: «Una sílaba larga y otra breve / se denomina yambo», con lo cual ofrece importancia a la métrica de su tiempo. Y se mete en el asunto de los críticos: «Cualquier censor no advierte un verso cojo», pues no solo hay que saber, sino también hay que afinar la sensibilidad para ofrecer exégesis, y recomienda a los poetas:
Ustedes, del linaje de Pompilio, censuren el poema que los días y los muchos borrones no enmendaron por lo menos diez veces, al extremo ve verse más pulido que una estatua.
Ya sabemos que Numa Pompilio fue el segundo rey de Roma, tras el legendario Rómulo, y el que organizó los oficios en gremios de artesanos y artistas, fue un reformador religioso y reformó las costumbres. Sigue Horacio ofreciendo ideas: «El buen juicio es la fuente y el principio / del correcto escribir», y atacó lo pedestre, lo que se ocupa solo de lo inmediato par aprovecho material:
Cuando este afán mezquino, esta avaricia hayan calado el alma, ¿esperaremos que se escriban poemas que merezcan ser esmaltados con barniz de cedro y guardados en cajas de ciprés?
Aún la poesía y la ciencia no son las noticias de primerísimas planas. La poesía, anunciada por siglos, espera su gran edad de oro… pues a la larga: «…todos los votos se los lleva / quien combina lo útil con lo dulce», que es un bello ideal, la poesía hecha con lo bello y lo útil. Y, con Horacio, recordemos: «un poema compuesto únicamente / para alegrar el alma, si se aparta / de lo más alto cae en lo más bajo». Luego sentencia con clara advertencia: «Podrás tachar lo que no has publicado. / La palabra que sueltas no regresa». Lo cual es útil no solo para la poesía. Y un consejo sano: «cuando escribas poemas no te engañes / con los falsos halagos de la zorra».
Han pasado dos mil años. Horacio sigue vivo en su Ars amandi. Bueno, no todo fluye igual para los tiempos nuevos, como la idea de que: «Reconozcámosle a los poetas / el derecho de matarse», pues «quien salva a alguno contra su deseo / hace lo mismo que quien lo asesina». Vale leer bien al gran Horacio, vale leerlo también traducido a nuestro tiempo, no solo de manera literal, sino de modo crítico. Pero quién le discutiría que: «Todos somos deudores de la muerte, / tanto nosotros como nuestras obras».
Visitas: 170
Deja un comentario