Durante los primeros decenios de la República, al calor de varias instituciones creadas, oficiales o no, aparecieron paulatinamente varias revistas culturales, y sobre todo literarias, tanto en La Habana como en otras provincias, en especial en la antes denominada Oriente, de donde brotaron los primeros intentos por renovar, sobre todo, la poesía cubana. Anales de la Academia Nacional de Artes y Letras, Anales de la Academia de la Historia, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Revista de la Facultad de Artes y Letras, Orto, Cuba Contemporánea, Bohemia y Social, estas dos últimas de especial significación, y Chic, entre otros títulos, fueron publicaciones periódicas que a partir del segundo lustro del siglo XX fomentaron la vida espiritual de la nación, desde diversas iniciativas e intereses. Seguir los pasos de cada una de ellas, haciendo notar similitudes y diferencias, bastaría para poder tejer un conjunto de redes suficientes para demostrar cómo el recién surgido estado, a pesar de tener una independencia limitada y lastrada por intereses foráneos, continuaba forjando, ahora a través de nuevas voces, un ideario cultural que contribuiría a sentar, entre continuaciones definitorias y con no pocas rupturas, un proyecto de nación que venía forjándose casi desde los albores mismos del siglo XIX.
Hubo revistas y periódicos de alta significación a los largo de casi seis décadas de vida republicana, de existencia efímera la mayoría, otros, con mayor suerte, disfrutaron de cierta duración, pero siempre amenazados del cierre ante la precariedad del ambiente cultural. Proyectos que no cuajaron por razones económicas, esfuerzos que se quebraron apenas iniciada la apertura de una revista, entre otras razones, fueron causantes no de que no existieran, que muchas y buenas hubo, pero sí que la espada de Damocles siempre permaneciera amenazante sobre ellas.
De entre las que se mantuvieron a brazo partido está —con una periodicidad poco frecuente para las publicaciones periódicas literarias— Arte. Revista Universal, que comenzó el 2 de marzo de 1914 y salía cada diez días, dirigida por Luis. A. Mustelier, y poco después asumió la jefatura de redacción, y posteriormente la propia dirección, Juan J. Remos, por entonces un joven con inquietudes literarias que encaminó por el camino de la docencia e, incluso, llegó a publicar una Historia de la literatura cubana, en tres tomos, en el año 1945, la cual, a pesar de su notable extensión, no clasifica entre las de mayor valía aparecidas con el mismo propósito. En estas páginas colaboró bajo el seudónimo El Duque de Saint Simon.
Arte. Revista Universal contó con un notable cuerpo de redactores, entre ellos, Hubert de Blanck (1856-1932), destacado compositor, músico y pedagogo holandés radicado en La Habana desde 1883 —salvo una obligada estancia en los Estados Unidos entre 1896 y 1898 por razones políticas, dio su apoyo a la causa revolucionaria cubana—; Sergio Cuevas Zequeira (1863-1926), puertorriqueño de origen, y asentado en Cuba, primero para estudiar Filosofía y Letras, regresar a su país natal y, posteriormente, volver para dedicarse por entero al periodismo y a la docencia universitaria, aunque tuvo incursiones en el teatro; Evelio Rodríguez Lendián (1860-1939), también profesor universitario en disciplinas históricas y presidente, durante varios mandatos, de la Academia de la Historia de Cuba; José A. Rodríguez García (1864-1934), destacado gramático, de vasta experiencia al frente de revistas en los últimos decenios del siglo XIX y fundador, en 1904, de la titulada El Teatro Cubano; Salvador Salazar (1892-1950), dramaturgo, redactor de numerosas publicaciones y docente en la Universidad de La Habana. Amante del arte de las tablas, animó diversos proyectos teatrales como la Institución Cubana Pro Arte Dramático y fue autor, también, de una Historia de la literatura cubana (1929) para cumplimentar programas de estudios medios.
La existencia de esta revista por casi siete años —hasta junio de 1921— en un medio oficial hostil a las cuestiones de arte, pudo mantenerse gracias al afán sostenido por los antes mencionados y otros colaboradores —Max Henríquez Ureña, Manuel Márquez Sterling, Emilio Bacardí, Bonifacio Byrne, Luis Alejandro Baralt, Arturo Alfonso Roselló, Gustavo Sánchez Galarraga— por llevarla adelante, a lo que contribuyó también las disímiles actividades de estos, que le aportaron a la publicación variedad, pues si en sus comienzos fue una revista dedicada, con preferencia, a cuestiones de pintura y música, dio cabida a trabajos literarios y, con el transcurrir del tiempo fueron estos los que predominaron.
En estas páginas figuraron varias composiciones del citado Byrne y la revista fue una de las que, en su momento, abogó por otorgarle mayor reconocimiento al poeta de «Mi bandera», quien era escasamente reconocido como un creador de relevancia, y recibió con entusiasmo la publicación de su libro de versos En medio del camino (1914) e igualmente alabó la reposición de su pieza teatral «El espíritu de Martí» en el teatro matancero Actualidades.
Un escritor muy publicado en Arte. Revista Universal fue el poeta Ramón Rubiera (1894-1973), una figura que vivía, a juicio de José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso, expuesto en su antología La poesía moderna en Cuba (1882-1925), «puramente para su vida interior, alejado del tumulto por orgullo más que por timidez» y cuya escasa obra respondía a ese temperamento. De ella reprodujeron poemas de su único libro editado, Los astros ilusorios, no dado a conocer hasta 1925, como el titulado «Ideología del árbol seco», donde se mantienen modos e inquietudes modernistas, sin implicaciones transformadoras.
Mientras el sortilegio lunar damasquinaba
sus miembros esqueléticos, el árbol meditaba:
Yo, que brotando de las entrañas terrenales,
logré sentirme cerca de los prados astrales...
Y que por mi tendencia benigna y ascendente,
siempre que vi dos alas desorientadamente
volar, mostré mis recios hombros compadecidos,
donde fructificaron los cantos y los nidos...
Yo, que logré las metamorfosis cabalísticas
de los jugos terrestres en láminas artísticas
y en gemas taumaturgas... En mi abandono agreño,
hoy miro desangradas mis venas soñadoras...
¡Ah, Destino! ¡Así premias el ejemplar empeño
de todo aquel que logra magnificar sus horas!
El futuro narrador Enrique Serpa (1900-1968), quien por entonces se inclinaba más a la poesía que al cuento y a la novela, y publicaría en 1925 su primer libro de versos, La miel de las horas, juzgado por Rubén Martínez Villena como obra de «severa hechura parnasiana» y compuesto de versos «de suave aroma romántico, versos donde se retuerce el espasmo de la lujuria», también colaboró en estas páginas, al igual que Gustavo Sánchez Galarraga (1892-1934), lastrado este último por una musicalidad y un sentimentalismo que perjudicaron los mejores rumbos que quizás hubiera adquirido su poesía. Poemas de varios de sus libros —La fuente matinal (1915), La barca sonora (1917) y Motivos sentimentales (1919)— tuvieron cabida en Arte. Revista Universal, revista que, con altas y bajas, se mantuvo en la vida literaria cubana durante un mayor lapso de tiempo y sin interrupciones que otras muchas y que al concluir, en marzo de 1921, podía presentar una labor sostenida y calzada con firmas notables.
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