La poesía es diálogo con otros seres y con la naturaleza, que no es materia muerta, sino vida en permanente eclosión, hasta en la piedra y la tierra. En ese diálogo, la poesía se revela como permanencia. Es el río del tiempo, la palabra que perdura. Tal vez por eso se ha identificado a la poesía con el logos, o más exactamente con la creación o poiesis. La poesía puede ser la expresión del cosmos, una suerte de expresividad creativa cósmica que todo lo abarca. De ese modo, ella resulta heterogeneidad absoluta. La metapoesía ha intentado explicarla con categorías de la lógica, sin entender que la poesía desborda los conceptos, es indefinible. No la podemos reducir al principio de casualidad, ni a las nociones de sustancia, o identidad porque ella se manifiesta como expresión. El deseo de hacerla inteligible por completo la transforma en algo banal.
La poesía no «existe» solamente, porque existir es temporal, vivir en el tiempo, y ella mora en la eternidad, supra existencia. Ella es y no es, está y no está, es forma y alma de las formas, precisa del ente captador para manifestarse en la conciencia (humana). En el tiempo está el género literario llamado asimismo «poesía», él es la conformación del texto, poema, que debe contenerla según aprehensión momentánea del poeta, y por tanto dentro del tiempo y del espacio, pero la poesía como entidad expresiva cósmica también reside en el no-espacio, o sea, en la irrealidad, y ofrece la conjunción que visualizaron Rilke y Lezama Lima entre la realidad y la irrealidad, entre lo diáfano y lo oscuro.
Leopoldo Alas, Clarín, reflexionó en torno al hecho poético, en sus estudios de Baudelaire fue más allá del «en sí» lírico para referirse al crítico de poesía, claro que circunscribiendo la palabra poesía al género literario creativo, y dejó dicho:
…comprender la poesía es claro que no consiste sólo en descifrar sus elementos intelectuales, sino que hay que penetrar más adentro, en la flor del alma poética; por eso ha habido, hay y seguirá habiendo tantos críticos muy sesudos, muy instruidos, muy perspicaces, que al hablar de poetas desbarran lastimosamente. El crítico de poesía necesita ser… ¿cómo lo diré yo?, ecléctico en sentimiento, y un poco también en ideas […] Me atrevo a sostener que en poesía no hay crítico verdadero sino es capaz de ese acto de abnegación que consiste en prescindir de sí mismo, en procurar, hasta donde quepa, infiltrarse en el alma del poeta, ponerse en su lugar. Sólo así se le puede entender del todo y juzgar con justicia verdadera
Un crítico ecléctico se sobrentiende que sea aquel que mueva mucha información lectora, que conozca de todo un poco para poder incursionar en la poesía que también se refiere a «de todo un poco». Una alta cultura acredita a una buena sensibilidad y a la capacidad crítico-analítica. No es suficiente escribir o tratar sobre la poesía que preferimos, es preciso ser capaz incluso de comprender aquella para la cual nuestra sensibilidad no muestra afinidades. A veces me he preguntado si en verdad Platón desterraba de su República al poeta, pero no a la poesía, y se refería en particular al tipo de poesía lírica que solo trata de la emotividad amorosa, erótica o de sesgo más personal. O si lo que quería decir es que en una sociedad perfecta, donde la medianía vital tiene un talón muy alto, no hay contradicciones que hagan surgir al poeta, al hombre capaz de captar las contradicciones de la vida cotidiana en las sociedades imperfectas, que son las que siempre han existido.
Pero Platón miraba al mundo desde los ojos del filósofo, quién sabe si un poeta utopista deje fuera de su mito republicano nos solo a Platón, sino a todos los filósofos, porque piense que para aprehender al mundo, conocerlo y expresarlo no hay «instrumento» mejor que el de la poesía. Poesía y filosofía han tenido un mano a mano a lo largo de los siglos, y solamente los poetas que radican su canto en la intimidad erótica de dos se interesan mucho menos en el logos cognoscente. Dejemos entonces, por ahora, fuera de nuestra república de letras al filósofo Platón.
Tras las Vanguardias del siglo XX, aparecieron maneras de concebir el hecho poético desde aprehensiones automáticas, inmediatas, o simplemente urbanas, que parecerían muy alejadas de cualquier filosofía, humanismo, gnoseología o metafísica. El formalismo literario fue necesario para renovar las estructuras, para sanear el rumbo demasiado extrovertido de la creación del poema. Ello se iba a revolucionar a partir de la década de 1960 con las fuertes rachas de poesía visual, y luego a través de los medios cibernéticos, la poesía virtual, holográfica, o hecha con programas de animación digital.
El papel dejó de ser soporte básico o casi único y se crean poemas con movimiento, sonidos, muy intertextuales y en diversidad de soportes que van desde la piel hasta la pantalla. La poesía performática creció junto a la ciberpoesía, de modo que la tecnología ofreció campos ilimitados al hecho captador y expresivo de la poesía. El soneto, que no ha desaparecido ni se ve en el horizonte su fin, debió dejar terreno lírico a las nuevas formas adaptadas a nuevos soportes, en los que no conocer métrica o de la tecné tradicional de la escritura poética no es un asunto de graves consecuencias, aunque debería serlo para todo poeta de verdad.
Esto último es la nueva manera de ruptura de la poesía, que quiere siempre escapar de las aguas del exceso de tradicionalismo. La poesía es una «entidad» rupturista per se, disidente, captadora de lo verosímil y de lo inverosímil. En cada época histórica busca caminos próximos a los adelantos de las ciencias y las técnicas, va aparejándose al saber de su tiempo. Tendrá que surgir el nuevo tipo de crítico que avale esta producción creativa. Pero ella no erradicará a la tradición de verso métrico o versolibrista, puesto que la ruptura suele ocupar un sector de la vida, un sector de la poesía, y no toda ella. La llamada neopoesía seguirá siendo una manera más de expresión del hecho poético, múltiple, infinito. Nuevas formas para nuevos tiempos, pero la poesía continuará siendo trascendente o intrascendente, expresará los grandes temas y problemas humanos o el clima doméstico, individual. Será sublime o heterogénea, original o arbitraria, definible e incluso indefinible. El destino humano no cabe en una fórmula, tampoco la poesía.
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