Se ha estudiado —e historiado— con notable interés la significación que tuvo para el movimiento cultural cubano la irrupción a partir del año 1923 de un núcleo de intelectuales en quienes confluyó, por vez primera en Cuba, la vanguardia artística y la vanguardia política, liderados por Rubén Martínez Villena. Estos intelectuales, que fraguaron un programa vanguardista como expresión de la inquietud renovadora que da la tónica general del período comprendido entre 1923 y 1935, expusieron en el Manifiesto del Grupo Minorista del año 1928 —redactado por Villena, y al cual pertenecieron, entre otros, Juan Marinello, Emilio Roig de Leuchsenring, Alejo Carpentier y Enrique Serpa— los principales postulados sobre los que habían asentado su trabajo de renovación artística y por los que habían luchado desde entonces en favor «de le revisión de los valores falsos y gastados», en defensa del «arte de vanguardia y, en general, por el arte nuevo en sus diversas manifestaciones»; y en el campo político abogaron por la independencia económica de Cuba, en contra de las dictaduras en cualquier parte del mundo, en defensa del agricultor y por «la cordialidad y la unión latinoamericana».
Estos presupuestos, además de tener eco en La Habana en diversas publicaciones surgidas a partir de finales de la década del veinte, como el Suplemento Literario del Diario de la Marina, la Revista de Avance y Hélice. Hoja de Arte Nuevo —portavoz del Grupo Maiakovski—, también repercutieron en las provincias y en Oriente, por ejemplo, continuó trabajando el Grupo Literario de Manzanillo —fundado en 1912, ahora fortalecido acorde con los nuevos valores enarbolados—; el Grupo Minorista de Matanzas y su revista Índice; Proa, de Artemisa, y el grupo homónimo; Antenas. Revista del Tiempo Nuevo, de Camagüey; y Atalaya, de Remedios, entre las más notables.
Remedios, en la actual provincia de Villa Clara, que fuera una de las primera siete villas fundadas en Cuba, tuvo al calor de este proceso renovador en el arte y la literatura, una presencia importante mediante un núcleo de intelectuales que fundaron un periódico titulado Los Minoristas, en cuyo primer número, correspondiente al 7 de octubre de 1927 se insertó una declaración de principios titulada «Por qué somos minoristas», firmada por su director, el destacado músico Alejandro García Caturla, renovador de la vanguardia en su especialidad, junto con el maestro Amadeo Roldán, y en la cual, entre otras cuestiones, planteaba:
Nuestra divisa, o una de ellas, la libertad de pensar. Cada cual puede pensar como le plazca, tanto en el orden político, como en el religioso y filosófico. Que también nosotros pensamos libremente. Venimos a estar al lado, aunque sea solo para darles consuelo, de los que tienen necesidad de Justicia, de los que claman la verdad, de los tantos huérfanos de la protección social.
Ya para ese momento García Caturla era un músico reconocido en Cuba y en el extranjero, tenía amistad con Alejo Carpentier y había estrenado en París, en 1928, Dos poemas afrocubanos, con textos de este último. De regreso a su ciudad natal fundó en junio de 1933, la revista Atalaya, junto con su hermano Othón, abogado, al igual que Alejandro, y escritor. De vocación vanguardista y más apegada a lo artístico-literario, tuvo una periodicidad quincenal y publicó poesías, crítica literaria y artículos sobre música. Tuvo una sección fija titulada «Figuras remedianas», donde destacaban a personajes importantes de la ciudad. La revista alcanzó a publicar quince números, hasta septiembre de 1933.
Colaboraron con textos poéticos en sus páginas Nicolás Guillén, con su «Balada del güije»; José Antonio Portuondo, con el poema titulado «Elegía de Tomás Cumbá»; Juan Marinello; Manuel Navarro Luna; y el músico José Ardévol, entre otros. Estos y otros autores —pintores, músicos— disfrutaron (y participaron) de un formidable movimiento de renovación que había tenido sus inicios hacia 1925, y que, por ejemplo, en el aspecto musical, había tenido expresión con el estreno de Obertura sobre temas cubanos, de Amadeo Roldán, quien junto con García Caturla se entregó a la creación de nuevas maneras y estilos en un afán por darle nitidez artística a nuestra nacionalidad, de hacer de la modernidad musical un modo de expresión de lo cubano.
Por su parte los pintores también sintieron la necesidad de la renovación, agotada ya la capacidad de la pintura académica para dar mejores logros. Nombres como los de Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Eduardo Abela, Marcelo Pogolotti, revolucionan la pintura cubana, como también floreció la caricatura y el dibujo con nombres como los de Conrado W. Massaguer, Hernández Cárdenas y Ramón Arroyo Cisneros, Arroyito. También el cine, quizás con menor fuerza que la música y la pintura, pero también presente, dio muestras de interesar a varios promotores, a pesar de los escasos recursos técnicos y la falta de capital.
Hacia el año 1935 cerraba en sus direcciones fundamentales el fenómeno de las vanguardias artísticas en Cuba. El desastre económico del país, la cada vez más enérgica presencia del imperialismo norteamericano en nuestros asuntos, interviniendo tanto en lo económico como en lo político, Fulgencio Batista vislumbrándose como hombre fuerte, la salida hacia Europa o los Estados Unidos de muchos artistas en busca de nuevos horizontes, cerraron una etapa casi mítica, por sus logros, de la vida cultural cubana.
Una carta de Alejandro García Caturla a José Antonio Portuondo, fechada en Palma Soriano el 4 de enero de 1936, puede ser la expresión del sentir no solo de este artista, sino de otros muchos que, como él, vieron sepultados sus esfuerzos por colocar a la vida cultural cubana en el sitio que le correspondía. Dice tristemente el autor de la ópera Manita en el suelo, que contó con libreto de Alejo Carpentier:
Tu carta ha sido uno de los mejores regalos de año nuevo que he recibido, pues en tu oscuro rincón oriental solo el elemento judicial me recuerda, y esto me aumenta la pena que padezco en lo hondo por considerar, de cierta manera, frustrados, mis mejores esfuerzos. Bien es verdad que en Cuba la envidia, la malquerencia, la sorda cólera, el entredicho tan dañino contra el que trata de brindar un mensaje de verdad, se extiende a todos los campos, quedando incluido, desde luego, el campo artístico, contaminando a gente nuestra y a veces de la mejor.
Mientras el pueblo no reclame para cada cosa su sitio; para cada vocación no solo el maestro sino el vehículo o el utensilio; para el chantaje de guante blanco en cualquier orden la cárcel (que es la sanción) o la repudiación pública (que es el desmerecimiento) se estarán dando los tristes casos de artistas convertidos en administradores de la cosa pública cuando no en peones de albañil, fotógrafos, choferes o cafetaleros; audaces rastacueros, trepadores, souteners, amos de Secretarías de Despacho, conductores de orquestas, directores de escuelas de arte, maestros de armonía, composición y orquestación reclutados de las charangas en pelo; periodistas mediocres elevados a la categoría de críticos de teatro o de música sinfónica; fracasados directores de Academias de esas de a peseta el título perifoneando en concierto-tipo a la memoria de un grande del pentagrama y todo por el estilo; olvidándose que una de las principales funciones del Estado, mejor dicho, de los Estados actuales, es la de proporcionar holgura al espíritu para que corra debidamente para la salud del cuerpo en el trabajo, que constituye la generación de la ciudadanía.
Y concluía:
Los mejores esfuerzos yacen ya agotados porque la labor realizada hace años, de una manera heroica y cuerpo a cuerpo contra todos los vientos, no ha sido vista aún por las altas esferas oficiales, por las iniciativas particulares viables ni por las corporaciones que pueden prestar una efectiva ayuda; y huérfana del calor necesario, dicha labor ha decaído al punto de que todo el campo se encuentra hoy en manos enemigas que no representan silo la vileza en procedimientos; la regresión más absurda en la producción y el estancamiento y desviación hacia otros campos más propicios y siquiera mejor dotados, de los mejores valores del arte patrio.
Más que una carta, las reflexiones del fundador de Atalaya constituyen un documento vivo de la situación por la que atravesaba la cultura cubana, entonces maniatada y sometida a los intereses menos propicios para hacerla valedera. Se cerraba así una etapa breve, pero inmensamente fructífera, que también se multiplicó en otras publicaciones a las que nos referiremos en otros trabajos.
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