Nunca pensó aquel niño pobre nacido el 8 de marzo de 1927, en Banes, Holguín, que desde los siete años pastoreaba una vaca llamada Jobera, que algún día iba a ser periodista y escritor. Seguramente nunca imaginó tampoco que llegaría en plenitud de facultades físicas y mentales a los 97 años de vida y que a esa edad tan respetable se iba a dar el lujo de exclamar: «Estoy fácil para los 100».
Pero así es. Jorge Velázquez Ramayo, el miembro más antiguo de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), se da el lujazo de sentarse cada día a escribir y revisar como un demente las novelas terminadas, las que aspira publicar en breve plazo, pues aunque está fácil para los 100, como asegura orondo, sabe que cada año de vida vale mucho más para él que para cualquier otro ser humano.
De ahí su impaciencia porque la editorial Verde Olivo acabe de poner en circulación su novela Atentos al ruido de la muerte, una obra sostenida por una enjundiosa investigación y por la fuerza extraordinaria de dos personajes: el general Calixto García Iñiguez y Rafaela Hernández, la abuela paterna de Velázquez, criatura digna de no quedar en el olvido, pues su historia personal es sencillamente alucinante.
Desde los ocho años Jorge Velázquez fue machetero hasta completar las 24 zafras, vio de cerca los restos del avión espía nortemericano derribado sobre el cielo de su pueblo durante la Crisis de Octubre, sobrevivió milagrosamente al paso despiadado del ciclón Flora y fue tanta la adversidad que enfrentó durante siete azarosos días dentro de una casa inundada, a punto de ser arrastrada por la furia del río Cauto, que decidió contar la tragedia en un libro testimonial, nombrado Vórtice, porque las páginas de un periódico no le resultaban suficientes para narrar en en detalles la brutal experiencia.
Muy bien le fue con la escritura de este libro, al punto de que en 1976 resultó galardonado en el Premio Uneac de ese año por un jurado compuesto por autores del calibre de Antonio Benítez Rojo, Jaime Sarusky y Lisandro Otero.
Velázquez recuerda que, con una profunda carencia de conocimientos y con un susto tremendo saltándole en el estómago, comenzó sus estudios de Periodismo en la Universidad de La Habana a la edad de 39 años, aunque entonces fungía como reportero del ya desaparecido diario El Pueblo, Granma, Juventud Rebelde, Sierra Maestra y la radioemisora santiaguera CMKC, entre otros medios.
Este autor, antiguo especialista en programas radiales, que trabajó para la prensa de intramuros durante más de cuatro décadas, ha visto salir de las imprentas títulos como los ya mencionados, además de la noveleta para jóvenes La aventura de Los Marrines, publicada por el sello editorial Unicornio, y la muy aclamada Mujeres de la noche, por ediciones José Martí, salida a la luz tiempo después de obtener, en 2016, la distinción de Finalista en el Premio Internacional de Novela José Eustasio Rivera, en Colombia.
En el primero de ambos contó la parte más atribulada y feliz de su adolescencia, y en el segundo se adentró en la vida de un grupo de prostitutas marcadas a sangre y fuego por la vida en un submundo carente de todo escrúpulo; pero quienes, tras el triunfo revolucionario, decidieron integrarse a la nueva sociedad que emergía con profundos cambios humanistas.
Los marrines éramos tremendos. No parábamos de hacer locuras. Recuerdo que uno de nosotros decidió que una mata de plátano era su novia y le abrió un hueco en el mismo centro para penetrarla sexualmente. Una noche decidió mantener «relaciones» con su «novia», pero, para su desgracia, dentro del hueco se había ocultado un alacrán. Ya puedes imaginarte el resto del cuento.
En cuanto aMujeres de la noche, tuve la suerte de conocer en una guagua a una veterana prostituta cuando ya estaba integrada a los planes educativos de la Revolución. Me contó su historia y me di cuenta que ahí tenía una excelente idea para escribir una novela», relata el veterano autor.
En la anatomía de Jorge Velázquez Ramayo nada parece remitirlo a un hombre camino a la centuria. Habla de manera clarísima, en tono alto, camina largamente y muchas veces sin compañía por las calles de Caimito, un pueblo artemiseño a 36 kilómetros de la capita donde se asentó definitivamente hace ya 19 años, y cuando todos pensaron que por haber sufrido la embestida de un caballo estaba camino al fin, resurgió como un ave fénix, dando muestras de que no por gusto lleva en sangre el asombroso ADN de su abuela Rafaela.
«Creo que se trata muy poco el tema de la Reconcentración de Valeriano Weyler y sin embargo fue una verdadera tragedia para los cubanos. Por culpa de ese engendro criminal mi abuela perdió nueve hijos y a todos los enterró debajo de la misma ceiba. No obstante ese inmenso dolor, se escapó con su esposo Pedro José y se unió como combatiente a las fuerzas del general Calixto García, otro gran personaje del que, lamentablemente, se habla muy poco, a pesar de sus extraordinarios méritos», asegura Velázquez.
Al concluir la guerra del 95, Rafaela fue capaz de parir otros 11 hijos, el último de ellos a los ¡los 65 años! Y murió a los 118. Velázquez siente que le debía ese libro y se siente feliz de haber logrado el empeño.
«Tengo también muchos cuentos escritos y dos novelas inéditas: Rumbo a la aurora y Agonía de un caimán. En la primera narro la historia de un emigrante valenciano que se instala en el Oriente de Cuba y allí se lanza a construir sueños y fundar familia, y la segunda funciona como una especie de Historia de Cuba del siglo XX, pero vista a través de mis ojos, porque, por suerte, yo sí tengo suficiente tiempo de vida para saber las grandes y pequeñas cosas, buenas y no tan buenas, que han ocurrido en mi país durante una parte significativa de estos dos últimos siglos. Y ese privilegio lo estoy aprovechando al máximo», concluye el vigoroso escritor y periodista.
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