El lunes Alex[1] aprendió muchas cosas: supo de las bombas en Gaza, de la oscuridad, del cuento «El Farolillo», del desastre, de la injusticia, de unos libros que se hacen llamar «cartoneros», de una niña nombrada Lama Jamous y del hambre.
–¿Qué hicieron hoy en la actividad de la escuela, Alex?—le preguntó su mamá al llegar a casa.
El niño de siete años, y curiosidad incontenible, habló sobre Palestina, sobre esos amigos de otra parte del mundo que viven en refugios de nailon blanco y no tienen electricidad, caminan kilómetros por un pedazo de tierra sin fuego. Fabiano, hermano de Alex —dos años mayor, menos de un metro de altura, palabras de quien ha leído mucho, preguntas de quien ha vivido poco— escuchaba desde el cuarto y se quedó con eso de Palestina.
El miércoles Fabiano llegó al Aula de Lectura en el Pabellón J-3 del Complejo Histórico Morro-Cabaña. Era una hora cercana a las nueve de la mañana y el frío comenzaba a desaparecer. Entró —como quien ha visitado el lugar antes— con la calma de un caracol dormido: miró el piso, los adornos de la pared, a las maestras con dibujos animados calcados en el delantal, las ilustraciones de Raúl Martínez Hernández sobre el cuento «La cucarachita Martina», el techo blanco, las vestimentas referentes al pueblo palestino, las caras de sus amigos, el televisor, el vacío.
Aniet Pérez Castro, payasa terapéutica y educadora popular del Centro Martin Luther King, será hoy profesora de Fabiano, junto a María Valle y Yanet Llovet, las de dibujos en las ropas.
La nueva profe —como le dicen ellos— pregunta que si tienen alguna idea de las actividades de hoy. Unos dicen que harán dibujos, otros, cuentos. Fabiano agrega que hablarán de Palestina. Aniet se asombra ante su respuesta. El niño cuenta que su hermano vino el lunes. «Por eso yo sé, profe», y lanza una sonrisa tan pura como la del grafito de los lápices que usarán después.
Yanet es filóloga de profesión y presentadora de televisión. María se graduó de bibliotecóloga hace poco más de diez años, calculo. Ambas aman leer, hablar con los niños, enseñarlos. Así que, juntas, han creado algo que se llama «Aventuras Cartoneras», donde le muestran a los niños cómo hacer libros de cartón con sus dibujos, cómo crear obras de arte mediante la imaginación. Será por eso que la Editorial Gente Nueva las eligió a ellas para este proyecto educativo y cultural.
La filóloga les narra un cuento llamado «El Farolito», del escritor palestino Ghassan Kanafani. María dice que él, en ese país, es como José Martí en el nuestro.
Desde el piso del aula, los niños escuchan, evalúan sus palabras y caras. Algunos interrumpen para hacer preguntas, otros callan, sonríen, piensan. La historia de la princesa, el viejo, el castillo y el sol termina pronto.
Encienden el televisor. Ellos siguen atentos, con interrogantes en el bolsillo. Aniet les presenta a Lama Jamous, niña de ocho años, que graba algunas de las cosas que le pasan a diario, entrevista a otros niños y tiene una cuenta en Instagram donde muestra al mundo la Gaza actual. Luego, a través de unos diseños de la ilustradora judía Elise Gravel, les explica por qué hay bombas y las familias huyen hacia un lugar donde no las haya.
«Los niños se solidarizan con la injusticia. En dependencia de su edad, hay que explicarles poco a poco cómo funciona el mundo en el que viven, porque cuando tengan 19 años cómo les vas a exigir que trabajen por una sociedad mejor», dice Aniet.
Es el turno de la pintura. Las maestras los dividen por equipos de entre seis y siete, reparten hojas en blanco y lápices de colores. Raúl, el ilustrador, dibuja a la princesa, el viejo, el castillo y el sol. A cada equipo le toca un personaje. Empiezan a reproducir en sus hojas las recientes creaciones del artista, con unos rasgos fuertes y unas manos que parecen saber ya el recorrido.
Entre tanto y tanto, Lilian López Monroy —una de las profesoras de este grupo perteneciente a la escuela Mártires de Girón, en Casablanca— comenta que esta es una experiencia muy instructiva para sus alumnos, que así «conocen culturas diferentes, la situación actual de los infantes en otra parte del mundo y, por consecuencia, fomentamos la unidad entre todos los pueblos».
María y Yanet, con los dibujos de los niños y su ayuda, confeccionaron el libro cartonero de hoy. Son los protagonistas los personajes de «El Farolillo» con diseños autografiados por manos pequeñas. Cuando muestran la obra, los niños se sienten como quien ha hecho algo grande por el mundo. El gesto de amor llegará primero a la Embajada de Palestina en La Habana, viajará luego a los niños que sufren las consecuencias de un genocidio de más de 75 años.
Antes de irme, pregunto a la profe Aniet Pérez con qué idea quisiera que se fueran hoy los niños. Lo pensó por menos de quince segundos, levantó la cabeza y me dijo una frase de Martí: «Nadie tiene el derecho de dormir tranquilo mientras haya un solo hombre infeliz».
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Tomado de El Cañonazo
[1] Los nombres de los niños fueron cambiados.
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