Las asociaciones gremiales —de larga data en Cuba—, se fortalecieron desde comienzos del siglo xx al calor de las entonces mejor organizadas asociaciones obreras, aunque muchas de ellas estaban aún imbuidas de ideas anarquistas. La celebración en 1920 del Congreso Nacional Obrero provocó un verdadero salto cualitativo en la radicalización del movimiento sindical cubano y entre sus acuerdos estuvo enviar un saludo solidario a la República Socialista del Soviet de Rusia y además aprobó la moción presentada por la Asociación de Tipógrafos Habaneros, liderada por Alfredo López, respecto a la creación de una Confederación —o Federación— Nacional Obrera de Cuba. Diversas organizaciones sindicales se interesaron por darle base firme a este movimiento, que encontró su afianzamiento en septiembre de 1921. De ese modo se crearon las condiciones necesarias para tener en Cuba una organización sindical con perfiles modernos. Fue Alfredo López, posteriormente asesinado durante el régimen de Gerardo Machado, su líder indiscutible y sus ideas anarcosindicalistas no le impidieron mantener un amplio espíritu de unidad.
Durante el gobierno de Alfredo Zayas (1921-1925) la agitación obrera cobró un auge inusitado y se luchaba mayormente por exigencias de tipo económico y porque la patronal reconociera el derecho a la organización sindical. Numerosos sindicatos, como el de la Industria Fabril, se fueron al paro laboral contra los fabricantes de la cerveza Polar, se fundó en Camagüey la Hermandad Ferroviaria de Cuba, por existir en esa ciudad, en aquel momento, el mayor nudo ferroviario de Cuba, y se fueron creando las condiciones para celebrar el Tercer Congreso Nacional Obrero, que sesionó en esta última ciudad en agosto de 1925. En ese mismo mes quedó constituido el Primer Partido Comunista de Cuba —previamente se había creado la Agrupación Comunista de La Habana— con lo cual se llegaba a una etapa superior del movimiento popular revolucionario, basada en la unidad.
La mencionada Federación Nacional Obrera de Cuba se esforzó por la superación cultural de los trabajadores mediante veladas artísticas, la fundación de bibliotecas, la creación de la escuela Racionalista o Moderna, dirigida, entre otros, por Carlos Baliño, uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba e incluso hubo contactos preliminares con estudiantes universitarios, entonces dirigidos por Julio Antonio Mella. De esta manera se iba fortaleciendo la alianza obrero-estudiantil, como quedó reflejado en un periódico anarcosindicalista, Nueva Luz, donde en un artículo de 1923 titulado «El factor estudiantil» se expresaba:
Aquí en Cuba, al igual que en otros países los trabajadores manifiestan su deseo de sumarse también al conocimiento de esa que denominamos Ciencia […] Esta actitud del elemento proletario nos subyuga… mucho más si se tiene en cuenta que por la constante lucha ideológica, nuevos elementos tratan de acercarse a los trabajadores para intercambiar ideas y actuar, si es preciso de común acuerdo, para la consecución de los magnos ideales de justicia que la humanidad alienta.
Entre esos elementos aludían a los estudiantes y en uno de los párrafos apuntaban:
Ya no estás solo, te repito, hermano Obrero, junto a ti está el hermano Estudiante que comprende tus dolores, que ama tu liberación, el hermano estudiante que será el que mañana desde lo alto te acompañe en le revolución que tú inicias desde abajo.
En medio de esta efervescencia proletaria la sólida Unión de Dependientes de Cafés, que agrupaba a un crecido número de trabajadores que prestaban servicios en este tipo de establecimiento, fundó en 1921 la revista Aurora, nombre de honda significación política para el momento y que, en cierto modo, rendía homenaje al periódico La Aurora (1865-1868), dedicado a los artesanos, fundado con el propósito de «llevar luces a las masas». Aurora tuvo numerosos directores a lo largo de una existencia accidentada pero larga y fecunda, pues los últimos ejemplares localizados datan de 1938. Durante su existencia fue ampliando la membresía a la cual representaban y así fue «Órgano oficial de la Unión de Empleados de Cafés, Restaurantes, Hoteles, Fondas y Similares», «Órgano Defensor de los Empleados de Cafés» y «Órgano Oficial de la Unión de Empleados de Cafés de La Habana».
Fue una revista dedicada a los problemas del movimiento obrero del ramo del que era portavoz y aparecían en sus páginas, además de trabajos de carácter político y críticas a los gobernantes de la época, poesías, cuentos y otros artículos de interés literario. Cuando se repasa la revista se puede constatar la importancia que le concedieron a esta publicación muchas de las firmas que consideraron oportuno publicar allí sus trabajos: Raúl Roa, Juan Marinello, Regino Pedroso, Carlos Loveira, Marcelo Salinas, Nicolás Guillén, Ramón Guirao, Emilio Ballagas, José Antonio Foncueva, Gerardo del Valle; el nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez, Ramón Rubiera, Ángel Augier, Enrique de la Osa, Adrián del Valle, Antonio Penichet, Emma Pérez y A. Bernal del Riesgo, entre otros.
Tantos nombres notables de la literatura cubana, o que lo serían con el tiempo, presentaron allí sus trabajos en diversos géneros, y así mismo puede verificarse cómo coexistían en sus páginas autores de izquierda, pero desde diferentes posiciones: socialistas, comunistas, anarquistas. Para entender el modo en que los diferentes directores de Aurora —cuyos nombres hoy nos son desconocidos—, pudieron llevar a sus páginas a este grupo de autores, es preciso señalar cómo se iba fraguando —en estos años aún políticamente inciertos y no menos convulsos— una verdadera red que pone en evidencia una relación estrecha entre vanguardia obrera y vanguardia literaria, pues esos colaboradores representaban en sí mismos y a través de sus obras —de entre los que tenían libros publicados figuran Carlos Loveira, destacado novelista y cuentista, de filiación anarcosindicalista, Adrián del Valle, de origen español y también narrador, muy activo contra el gobierno peninsular y defensor de los intereses obreros en un periódico que fundó en La Habana a comienzos del siglo xx, El Nuevo Ideal, al igual que Gerardo del Valle, venezolano de origen y, con posterioridad, dinámico luchador contra el gobierno de Gerardo Machado—, un cuerpo de ideas revolucionarias que se irían definiendo y consolidando a través del tiempo y que, con sus variantes ideológicas, respondían a los intereses de la clase obrera.
Entre las poesías publicadas en Aurora aparece «El guerrero de continente de flor», de Eduardo Avilés Ramírez, donde se advierte la rebeldía del verso, pero todavía atrapado en rezagos modernistas:
Un continente bárbaro que amedrenta y aterra: la pupila acerada como de halcón; la mano más dura que su duro guantelete de guerra; el músculo, al andar, resalta soberano; el mentón muy enérgico; la dureza en el ojo, y en el acento un trueno metálico y lejano. En la puerta ferrada se descorre un cerrojo: irá el guerrero armado de toda arma al entierro de un bravo capitán que murió por su arrojo. La muchedumbre aguarda que aparezca el guerrero y aparece, de pronto, duro, siniestro, solo, de continente bárbaro, como una flor de hierro.
Si la revista Aurora ha pasado a ser considerada una publicación verdaderamente notable, lo es en dos sentidos: por ser expresión del desvelo de sus editores por ampliar el nivel cultural de sus asociados y por tener la clara visión de que en sus páginas colaboraran nombres que, si bien aún no tenían peso en la literatura cubana, representaban lo mejor de la juventud intelectual del momento, plena de deseos de darse a conocer en un medio que, como el de esta revista, servía a la formación cultural y política de un proletariado que trabajaba en una de las esferas más prósperas del momento. Para levantar su espíritu cultural y revolucionario nació Aurora, no siempre recordada, pero simiente de la prensa cultural cubana revolucionaria. Sobre ella expresó José Antonio Portuondo que «reflejó la inquietud ideológica de esta etapa, anarcosindicalista, reformista y más tarde claramente marxista».
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