Mercurio, dios romano del comercio y de los viajeros, Hermes en la mitología griega, sirvió de título principal a dos periódicos cubanos: El Mercurio Cívico (1821) y El Mercurio (1876-1877), que se corresponden con dos momentos diferentes de la evolución histórica y político-social de Cuba.
El Mercurio Cívico apareció en el segundo momento de libertad de imprenta dictado por España. Comenzó a publicarse en La Habana el sábado 15 de septiembre, editado por la Imprenta del Comercio de don Antonio María Valdés, sita en la calle Teniente Rey. Contó con cuatro páginas de texto, a dos columnas, y tuvo como subtítulo «Periódico político, crítico y literario». Con una salida tres veces a la semana, lunes, sábados y domingos. Fue dirigido por Desiderio Herrera, nombre que se pierde en la historia de la prensa cubana, aunque se sabe que era agrimensor y escritor público.
En la «Introducción» que lo inició se lee, entre otras, las siguientes apreciaciones:
El Mercurio Cívico sin degradar con la vil adulación el alto carácter de ciudadano, sin traspasar los límites de la moderación, y con toda la energía que inspira la verdad, defiende tus derechos, y corrige tus vicios, mientras tendiendo la vista por el campo de las necesidades públicas, reclama en tu nombre su remedio; mientras procura presentarte con toda la exactitud posible, las ideas de una sana política y de una moral pura, mientras exige la reforma de los abusos, y finalmente mientras pone en práctica todos los medios que puedan hacerle gloriar con el justo título de amante de la libertad.
Y más adelante:
Dos graves males debemos evitar como destructores del espíritu público, y enteramente contrarios a la solidez que se requiere para arraigar el sistema de nuestros restablecidos derechos: egoísmo y preocupación. El ciudadano que no toma parte activa en los negocios del estado, que conserva una total indiferencia y desprendimiento en todos los asuntos que no le tocan personalmente, es un mal ciudadano que daña a los demás y se daña a sí mismo. ¡Ay de nosotros si todos se manejasen de esta suerte! ¿Cómo se formará entonces la opinión pública? ¿Cómo se fomentará aquel espíritu vigoroso y enérgico, que es la base fundamental de un gobierno libre?
Entre los artículos publicados figuran temas sobre la anarquía, el poder judicial, la religión, la ignorancia y se establece un diálogo entre un hacendado y don Cristino, donde se da cuenta del estado de la agricultura en la Isla. Prestó la mayor atención a los asuntos de carácter municipal, así como los literarios, donde figuran poemas —romances, elegías— y un breve segmento de la obra El Lazarillo de Tormes, obra clásica de la literatura española. Publicó además trabajos científicos, comunicados, anécdotas. Figura un poema titulado «La felicidad», firmado por F. M. T. donde apreciamos esta estrofa:
Cuando la felicidad sonríe
la vida se torna fácil,
mas cuando el mal nos traiciona,
el querer revuelve nuestras penas
hasta hacerlas dolorosas.
Qué mal entonces agobia el ser,
indispuesto, imperdonable,
donde la vida solo fue sangre.
El bibliógrafo cubano Antonio Bachiller y Morales juzgó con encomio la labor de este periódico, del cual, dijo, «… se distinguió por el tono decente con que trató las cuestiones de que se ocupó, ora de doctrina política, ora de literatura». Otro destacado estudioso, Aurelio Mitjans, en su importante obra Estudio sobre el movimiento científico y literario de la isla de Cuba (1890), expresó: «El Mercurio Cívico, si no dio a luz obras maestras de poesías y de crítica, promovió y fomentó las aficiones literarias».
Solamente doce números vieron la luz de El Mercurio Cívico, muestra de prudencia periodística en un momento en que se desataron las más encontradas pasiones sociales y políticas al calor de la libertad proclamada.
El Mercurio, aparecido en La Habana en diciembre de 1876, fue «Periódico de ciencias, artes, literatura y anuncios». Solamente se han podido localizar dos números, 1 y 3, correspondientes al 4 y al 13 de diciembre, además de un Suplemento de fecha 25 de octubre de 1887, que, tipográficamente, es casi exacto a los otros dos ejemplares antes mencionados.
Fue fundado y dirigido por Felipe Poey y Francisco Calcagno. El primero, destacado estudioso de las ciencias naturales, adquirió notables conocimientos para emprender su posterior trabajo sobre los peces, del que dejó el magistral libro Poissons de l’ile de Cuba (1874) y el titulado Ictiología cubana (1955, 1962). Calcagno, por su parte, además de novelista, legó su famoso Diccionario biográfico cubano (1878-1886), que a pesar de sus imperfecciones, es material de consulta imprescindible para investigadores y estudiosos de la vida cultural cubana, en su más amplio espectro.
En los pocos ejemplares que se han podido consultar figuran poemas de Luisa Pérez de Zambrana, como el titulado «Al ponerse el sol», donde leemos:
Todo es ahora vaporoso encanto,
plácida paz, tranquilidad dichosa,
grata tristeza, calma deliciosa,
bello abandono, dulce soledad.
Y en armonía mi sensible pecho
con el sol expirante y desmayado,
lo contempla morir embelesado
y goza celestial felicidad.
Y el titulado «Reflexiones sobre la mujer», cuyas ideas se resumen en estos versos:
¡Porque cuántos y cuántos atributos
La sociedad y el mundo le han negado
Y cuántas dolorosas privaciones
Le ha impuesto la moral sublime y bella,
en premio de las dulces perfecciones
Y las virtudes eminentes de ella.
Figuran también en esta publicación datos del poeta neoclásico Manuel Justo Ruvalcaba, uno de los llamados «tres Manueles de la literatura cubana», junto con sus compañeros de profesión poética Manuel María Pérez y Ramírez y Manuel de Zequeira.
Con una distancia en el tiempo apreciable, estos dos Mercurios representan momentos diferentes de la vida cultural cubana del siglo XIX y se hacen acompañar, el de mayor edad, de voces anónimas, como era usual en la época, mientras que el segundo está signado por firmas reconocidas de nuestro universo literario decimonónico.
El Mercurio Cívico y El Mercurio canalizan diversas inquietudes y cada uno es hijo de su tiempo.
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