Estructura de El Criticón y singularidad del pensamiento graciano
Se debe prestar primero atención a cómo Gracián distingue entre las distintas partes en que divide su obra El Criticón. No es accidental que el autor ofrezca en pocas líneas tres divisiones distintas. La primera distingue entre la Naturaleza, el Arte y la Moral, planos de composición y diferenciación de lo existente: el individuo particular, las sociedades y sus espacios pragmáticos. La segunda clasificación, bipartita, nos señala la existencia de una nueva distinción que nace de la complicidad entre el Arte y la Moral, y que no es otra cosa que el Mundo; habrá que investigar cuáles sean sus caracteres definitorios y cómo se relacionan con la Naturaleza. Por último, habla Gracián de la sucesión de tres edades.
Aunque la primera distinción es la más importante, sin las otras dos no podemos llegar a entender cómo tiene lugar la puesta en relación de esos tres planos en su composición. La segunda distinción no hace solo referencia al reparto temático que Gracián dio a la obra, sino que nos señala el modo como entendía la articulación de su obra como una totalidad, destacando la complicidad que encontraba entre el Arte y la Moral en la realidad mundana. Por su parte, la tercera distinción nos indica que existe un progreso en el discurrir de la obra en orden a su maduración y complejidad, de manera que el resultado de alcanzar la tercera edad implica una mayor perfección de la imagen o el cuadro que se intenta confeccionar de la realidad humana y social; dice Gracián, «ya dibujada, ya colorida, pero no retocada»,[i] pues no se trata solo, y quizás en absoluto, de asistir con el trascurso de la lectura a un proceso de madurez individual de los protagonistas, sino de una mayor precisión en la imagen que a lo largo de la obra se está intentando delimitar del mundo, hasta tal punto que solo en el tramo final de esta veremos cobrar vida al cuadro graciano.[ii]
Si, por otro lado, nos detenemos en la dimensión literaria del análisis de la obra observamos algo fundamental, y es que la narración graciana no se corresponde con una historia «novelada» al uso, es decir, como han señalado muchos estudiosos, no tiene una estructura narrativa como tal, como la vemos por ejemplo surgir de El Quijote, donde Cervantes da nacimiento a la novela moderna.[iii] No encontramos estrictamente hablando en El Criticón esa necesaria continuidad temporal para sostener la tensión narrativa al hilo de una historia, que es capaz de, al final, hacer las cuentas con lo pasado en ella, sino que más bien la parte central de la obra nos presenta una sucesión de cuadros-alegorías, con relación a los cuales, y por la introducción de sus personajes, el autor saca determinadas conclusiones de la experiencia (dejo de lado, por ahora, la mención al comienzo y final de la obra).[iv] Esto es tanto así que el proyecto de la ficción graciana (que no pasa por la figuración, como lo muestra también la inverosimilitud de sus paisajes alegóricos) a ojos del lector común corre el riesgo de fracasar por falta de sentido (narrativo, claro), de ese sentido que la tensión lectora va postergando un cuadro tras otro con la esperanza de que al final salgan las cuentas, y el cuento. Pienso que cualquier lector de la obra podría dar testimonio de la experiencia de detención, e incluso de tedio, que rápidamente asalta el intento de leer narrativamente esta sucesión de episodios alegóricos que compone la parte central de la obra; el asunto pasa por cambiar de perspectiva. Un indicador de esta cuestión es que Gracián, buen conocedor de los gustos del lector de la época, se vale de algunas artimañas para atrapar la atención del lector. La primera de ellas consiste en intentar mantener la tensión narrativa (pues aunque la obra consista en una composición visual no deja de ofrecerse literariamente) dando una finalidad a la vida de los protagonistas: la búsqueda de la felicidad, personificada en Felisinda. La segunda «artimaña» es la introducción del capítulo «Los encantos de Falsirena», donde se insinúa la existencia de una relación de parentesco entre los protagonistas, con lo cual, a través de la complicación de sus respectivos relatos biográficos, se logra fortalecer el trasfondo de verosimilitud que necesita la narración para mantener la atención del lector episodio tras episodio.
Especial mención debe hacerse al tema de la felicidad, que es presentado en numerosos momentos de la obra como motor de la historia, como aquello que mueve a sus protagonistas a seguir avanzando suceso tras suceso, puesto que Gracián nos depara con relación a esta una sorpresa final. El anhelado encuentro con Felisinda no se llega a cumplir nunca, y no por cierto descuido del autor, sino por la imposibilidad misma que el hombre tiene de encontrar una felicidad de la que él mismo sea responsable, y lo sea no solo ante sí mismo, sino al mismo tiempo ante los demás.[v] Dejando de lado, por ahora, el papel que la felicidad pueda de este modo jugar junto al resto de los conceptos del pensamiento graciano, me interesa incidir en el efecto que tal fracaso ocasiona en la estructura narrativa de la historia: pliega esa continuidad de la línea temporal en la que se suceden los episodios de tal manera que fuerza al lector a adoptar otro tipo de lectura (si quiere desplegar con éxito lo cifrado en la obra), una lectura en profundidad, como si dispusiéramos en volumen la sucesión de los cuadros-alegoría, de manera que la tensión semántica se desplazase al plano de la composición de los conceptos que conforma a lo largo de la obra el pensamiento graciano, así como a los desplazamientos que sobre ellos llevan a cabo esos personajes que encarnan sus múltiples relaciones, su interconectividad, que delinea una red nodal de complexión difusa y no un árbol categorial. Como si la obra tuviera un despliegue caleidoscópico. El grueso de El Criticón (I, 5-13, II y III, 1-8) está dedicado a desplegar ese volumen (topológico y tipológico) que da cuerpo al pensamiento graciano, la composición del cual no sería posible sin los límites que el autor les confiere en la primera y última parte del libro. Su intención es con todo ello definir respecto a qué tipo de plano de inmanencia la complicación de los conceptos y los movimientos de sus personajes adquieren sentido y unidad, y esto es para nosotros de fundamental importancia, pues solo así alcanzamos una satisfactoria delimitación de esa matriz desde donde podemos ver desarrollarse el pensamiento graciano.
Todo este rodeo viene a cuento para hacer notar que la distinción de las partes del libro en edades no tiene la finalidad de marcar la continuidad narrativa en su progresión, en el desarrollo de la historia que se está contando, sino más bien el avance en la delimitación de un pensamiento en la complejidad de su movimiento vivo, en la demarcación de un arte o estilo propio de modelar una multiplicidad de conceptos en su plano constitutivo. Así, con relación a la segunda división de la obra que hace Gracián, la distinción en edades nos indica que la sucesión de cuadros-alegoría no alcanza a integrarse como figura «volumétrica» del pensamiento graciano si no la remitimos a esos límites que demarcan sobre ella la particular relación de implicación entre la Naturaleza y el Mundo, y solo mediante la definición de lo que podríamos denominar el plano de inmanencia del pensamiento graciano su mundo empieza a cobrar vida, se convierte en naturaleza, y consecuentemente su obra puede llegar propiamente a ser entendida, pues cobra con ello su sentido. Por tanto, descifrar ese trasfondo filosófico sistemático de la obra de Gracián no es meramente un entretenimiento especulativo para la satisfacción de conciencias deformadas académicamente, su misma obra nos invita a tomar tal actitud como clave para llegar a ser entendida, por la forma en que vemos en ella desplegarse el pensamiento del autor, con el objeto de catalizar en el lector el paso a cierta actitud vital que, agudizando su atención, llegue a licenciarle como lector del mundo en el que vive.
El Criticón es sin duda una obra inabordable en su riqueza, de múltiples lecturas. El camino que he propuesto al lector persigue contextualizar el pensamiento de Gracián dentro de la tradición de la filosofía moderna, en relación con sus autores más representativos. La idea es poner en valor a Gracián como pensador filosófico. El Criticón es sin duda una obra filosófica, como lo son los diálogos de Platón o el Así habló Zaratustra de Nietzsche, o incluso más, dado que su peculiar estructura narrativa alegórica, en el modo catalógico de presentar una sucesión de personajes, escenas y motivos, es difícilmente asimilable a una estructura narrativa convencional que permitiría leerla como una novela, caso al que se acerca más el diálogo platónico o el Zaratustra de Nietzsche. Como he mostrado, Gracián mismo nos da la clave para acercarnos a la lectura filosófica de su obra en el modo como la estructura a través de tres distinciones que en su articulación nos desvelan esos planos de composición donde van adquiriendo sentido, esto es, orden, la arquitectura de sus personajes, escenas y motivos. El objetivo es que el lector se sumerja en la comprensión de una realidad mundana que se le va ofreciendo cada vez con más detalle a través de un proceso que está destinado a hacer de él un hombre juicioso y prudente, virtud que antes de obedecer a una moral concreta es una cuestión de buen gusto, esto es, estética.
La transversalidad que ofrece El Criticón en relación con su inclusión en un género literario determinado, se muestra también cuando la intentamos situar en el contexto de la modernidad filosófica. Este carácter lo comparte con otros pensadores que han sido incluidos bajo la problemática etiqueta de «filosofía barroca». Si algo les caracteriza, y ha llamado fuertemente la atención de importantes pensadores del siglo XX, es que se han adelantado a la posmodernidad en la manera como nos permiten salir del paradigma de la modernidad filosófica para afrontar problemas actuales para los que la modernidad resulta inoperante (si no es que ha contribuido a su aparición). Esta naturaleza transversal del pensamiento filosófico y barroco de Gracián se ve en el modo como se «distancia» de importantes tesis de la filosofía moderna. Lo interesante es que no se trata tanto de una toma de postura diferente, sino más bien de una deconstrucción de estas tesis. Lo hemos visto para el caso del cogito cartesiano y kantiano, pero también en relación con la importante cuestión del sentido común.
El hombre graciano es el hombre mundano, vulgar, que no se enfrente a problemas transcendentales sino a la banalidad cotidiana, pero no por ello esto deja de ser un problema para él. El acierto de Gracián es mostrar que esta banalidad va a convertirse en el gran problema de las sociedades modernas de poblaciones masificadas. Su gran sensibilidad para con la realidad cotidiana se muestra en un programa, un proyecto o un pensamiento que no busca escapar a la banalidad de lo real por la vía negativa del mundo de las ideas o del ascetismo religioso. Gracián nos muestra que esta banalidad es el operador del hombre moderno, de lo peor, que deforma su naturaleza, pero también de lo mejor, de lo prodigioso.
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Fragmento tomado de Idea.
[i] Gracián, El Criticón, p. 63.
[ii] José L. Villacañas señala que esta distinción entre tres edades / tres partes de la obra se ajusta a la división del drama que comenzaba a volverse habitual entre autores españoles en los siglos XVIXVII (Villacañas, 2011, pp. 212-213). Esta distinción aparece defendida en otras obras como El Discreto (XXV) o el Oráculo manual (aforismo 229). Sin embargo, la división final de El Criticón en tres partes fue algo más fortuito que planeado por Gracián (Senabre, 1979, pp. 9-10 y nota 2). Recordemos que, tras una primera edición de la obra dividida en dos partes, Gracián lleva a cabo unos retoques que aumentan de tal modo su extensión que le hacen dividirla finalmente en tres partes (en concreto, divide en dos la segunda parte).
[iii] Recordar la poca estimación que Gracián tiene de Cervantes.
[iv] Los «laberintos» de la estructura narrativa de El Criticón han sido analizados por Aurora Egido, quien además lleva a cabo un exhaustivo estudio de fuentes de la obra (Egido, 2014, pp. 229-323).
[v] Como nos recuerda Ricardo Senabre, sigue aquí Gracián la idea tomista del «non est igitur possibile ultimam hominis felicitatem in hac vita esse», así como también otras ideas que el filósofo deriva de esta (Senabre, 1979, pp. 13 y ss.).
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