¿Por lo demás, qué tiene de sorprendente,
puesto que todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer,
pero nunca sin poesía?
Charles Baudelaire
«Flores» son poemas y no malas acciones: del padre Charles Baudelaire, quien no tuvo hijos biológicos, vienen como prole inmediata Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, y hasta Stéphane Mallarmé, grandes seguidores en la poesía de un padre «maldito». Si exploramos la biografía baudelairiana, lo veremos deambular por un París finisecular lleno del spleen que mató a Gerald Nerval en 1855. Un París que tras 1867 (año de la muerte de Baudelaire, víctima de un sífilis muy avanzada), vería disputar a sus discípulos tan aventajados que se diría de ellos genios en soledad, entre los cuales se yergue Verlaine abandonado por el joven Rimbaud, quien a fines del siglo conocería al desterrado Oscar Wilde y al nicaragüense Rubén Darío, pero tan católico como luego lo sería Paul Claudel, quien nació un año después del deceso de Baudelaire.
La edición cubana de Las flores del mal (Arte y Literatura, 1978) sigue tan expurgada como la condenada primera edición del siglo XIX, pues en ella faltan veintitrés poemas, dos entre ellos fundamentales: «Lesbos» y «Mujeres condenadas. Delfina e Hipólita», que lo son porque responden al título que se propuso Baudelaire inicialmente para su libro: «Las lesbianas» (o «Los limbos», sobre los llamados pecados capitales), que no era una mera compilación de poemas, sino que es un libro armado con conocimiento de causa poética. Esos poemas desaparecieron de ediciones expurgadas (como la cubana referida) por considerárseles «inmorales», de manera que en Cuba aún se le debe una buena edición a Las flores del mal.
La versión de 1868 consta de ciento cincuenta y un textos, que se han mantenido en las ediciones de contenido íntegro más contemporáneas, incluyendo en esa cifra al breve «Epígrafe para un libro condenado» y al introductorio «Al lector». Los poemas suelen ser numerados en romanos o en arábigos, pero la estructura del libro en seis partes es sumamente respetuosa con la idea organizativa de Baudelaire. Ya se ha repetido mucho que este autor rompió con el modo de escribir poesía de su tiempo, si bien no del todo en el asunto formal de rima y metro (salvo en los Pequeños poemas en prosa), pero sí en el qué decir lírico y en asuntos concernientes a la pacata moral cristiana que le era coetánea, y que se asustaría (burguesamente) con los contenidos de Las flores del mal. El mismo Baudelaire expurgó los primeros seis poemas no aceptables para su tiempo, autocensura reparada en su posteridad.
Habría que fijarnos bien cuánto de alimento encontró el modernismo hispanoamericano (con Rubén Darío a la cabeza) en la figura fuerte del libro de Baudelaire, e incluso el neorromanticismo de Pablo Neruda o del cubano José Ángel Buesa, quienes bebieron en la fuente de los poemas del gran francés. Es muy visible en quien organizó sus Lamentaciones de proteo en la cercanía de Las flores del mal, sobre todo de «Las lamentaciones de un Ícaro» y las famosas «Las letanías de Satán». Durante el siglo XX, Baudelaire siguió siendo un referente poético, un faro lírico, un maestro.
Él veneró a Théophile Gautier, a quien el tiempo iba dejando en el sitial de los clásicos menos leídos, ambos eran contemporáneos de Balzac, a quien Baudelaire dedicó poemas y usó en algunos de ellos los nombres de personajes de novelas del gran narrador. Pero con Las flores del mal rompía con las tradiciones poéticas del romanticismo, abría un nuevo camino para la poesía, dejaba que el esoterismo penetrase en sus márgenes e incorporaba nuevos ritmos y arreglos métricos, pero sobre todo introducía en poesía lo que por entonces era «no poético», hasta que un gran poeta como él lo incorporase a sus páginas. Años después, Neruda haría lo mismo con calcetines y alambres de púas. Y ese «no poético» se refiere esencialmente a cuestiones éticas, sobre todo a la presencia de la prostitución, ciertas drogas alucinógenas y el intento de diálogo con Satán, de lo que se hará eco Rimbaud en Una temporada en el infierno.
Lo cierto es que Baudelaire resulta un revolucionario de la literatura, un diseñador de nuevos caminos expresivos y, en verdad, su «satanismo» fecundó las alternativas expresivas de la poesía de su tiempo. Un poeta ideólogo (ideoestético), un creador de una poética implícita y un transformador de la palabra expresiva, no podía contenerse en ni contentarse con los cánones de la ideología burguesa del siglo XIX, él tenía que ir más allá, y para ello se fijó en los movimientos esotéricos de la segunda mitad de ese siglo en Francia. Por eso Baudelaire es también un rupturista, alguien que batalló con la palabra para expresar, poesía por medio, su mundo. Su importancia en la evolución mundial de la poesía como género literario es tanta, que su nombre siempre salta cuando se habla de «poesía moderna», o de «nueva época». Su influencia llega a la actualidad, Las flores del mal es libro de lectura obligada para todo poetas y para cualquier lector amante de la poesía.
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