¿En qué medida consigue un deporte reforzar la conciencia de lo nacional? A esto responde Félix Julio Alfonso en su libro Beisbol y nación en Cuba, un material con varios textos escritos por el historiador a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XXI, acerca del deporte nacional. Alfonso nos conduce en su obra a un viaje desde los detalles más peculiares de la historia fundacional del beisbol, como sus reglas iniciales, los primeros partidos jugados y las opiniones que este suscitara en la colonia, hasta sucesos memorables del beisbol cubano actual. Para ello hace gala de un minucioso escrutinio de las más disímiles fuentes documentales, entre las que figuran publicaciones periódicas, poemas, novelas, cartas, canciones y, por último, una fuente que evidencia cuán hondo ha calado el juego de las bolas y strikes en los cubanos, el refranero popular.
Uno de los objetivos enunciados por Alfonso en el inicio del libro es la desmitificación de algunos sucesos e ideas. En ese sentido, hace particular énfasis en desmontar la socorrida oposición entre cultura y deporte, recurriendo a numerosas pruebas documentales que nos asoman al pensamiento de autores de finales del siglo XIX y prácticamente la totalidad del XX, quienes dieron su parecer acerca del beisbol, con opiniones mayoritariamente positivas: así, por ejemplo, analiza las reflexiones de una figura de la talla de Enrique José Varona quien, al igual que el doctor Carlos Juan Finlay, enfatizó en las ventajas espirituales, fisiológicas e higiénicas del beisbol con respecto a otros deportes heredados de la metrópoli, ideas que evidencian la adhesión al positivismo imperante. Asimismo cita opiniones de voces como Julián del Casal, José Martí, Carlos Loveira, Jorge Mañach, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Pablo de la Torriente Brau, José Lezama Lima, Raúl Rivero, Leonardo Padura y un sinnúmero de autores que revelarían su pasión beisbolera —Pablo de la Torriente Brau fue un avezado cronista deportivo, como evidencia el propio Alfonso al citar varios fragmentos de sus crónicas—.
El autor se ha trazado varias metas a lo largo de sus investigaciones, y todas ellas quedan recogidas en esta obra. En consonancia con esa pluralidad de enfoques, analiza el cariz político que toma el beisbol desde que es difundido en Cuba por los hermanos Guilló y Enrique Porto. Las autoridades coloniales vieron en él una subversión de las tradiciones lúdicas y morales de España en favor del creciente influjo anglosajón en la colonia. Y en efecto, buena parte de la ciudadanía acogió favorablemente al nuevo juego, valorándolo como un pasatiempo más higiénico, productivo y capaz de lograr una mayor ejercitación mental y física que deportes más bárbaros como las corridas de toros. Alfonso resalta,además, el hecho de que grandes jugadores abandonaran sus antiguas rivalidades para unirse en la insurrección del 95 —el caso de los habanistas y los almendaristas—, un primer suceso que confirma el papel del beisbol como fuerza aglutinante de los cubanos y potenciadora del sentimiento nacionalista.
Sin embargo, sería en el siglo XX donde las connotaciones sociopolíticas del pasatiempo se agudizarían. El libro recoge minuciosos retratos de la sociedad cubana de comienzos de la centuria, en especial el clima de desasosiego e incertidumbre acarreado por la ocupación militar norteamericana. Asimismo, enumera los sucesivos partidos entre novenas cubanas y estadounidenses que se celebraron a lo largo de la república, asumidos por los jugadores criollos como verdaderos desafíos morales en los que evidenciar su potencial ante los equipos llegados de la tierra originaria del beisbol, los cuales, en ocasiones, mostraban la arrogancia del sujeto colonizador.
De igual manera, la centuria fue escenario de manifestaciones de racismo y violencia de género, que si bien eran males arraigados en Cuba desde la colonia, se traspapelarían al beisbol. El volumen da fe de ello al analizar la segregación racial que derivó en la creación de equipos integrados únicamente por negros y un sonado suceso en que jugadoras norteamericanas se negaron a disputar un lance contra peloteros negros, en 1926. Lo mismo ocurrió en el caso de las mujeres, quienes hicieron un esfuerzo sobrehumano para concretar la formación de un equipo femenino, lo cual se logró finalmente en la década de 1940, sin que por ello disminuyeran las manifestaciones de conservadurismo en algunos sectores.
Nos encontramos, así pues, ante un libro de muy recomendable lectura, en momentos en que la popularidad del beisbol en Cuba y el mundo se ha visto disputada por otros deportes. Su autor, además, pone a nuestro alcance un formidable retrato de la sociedad cubana en su afán de ilustrar la presencia del beisbol en todos los ámbitos de la nación, para lo cual nos guía en un ameno recorrido por algunas zonas de la producción artística de figuras insoslayables de nuestro acervo cultural.
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