Se supone que este artículo trata sobre el fenómeno o uso de bibliocasas; es decir, sobre una estructura de servicio cultural que reúne las siguientes particularidades: a) no se realiza en espacios institucionales, sino en viviendas; b) quienes ofrecen y controlan el proceso lo hacen en calidad de voluntariado; c) se trata de personas que destacan por su espíritu colaborativo y vocación de servicio a la comunidad; d) es común que carezcan de formación específica como promotores de la lectura y e) en la casi totalidad de los casos viven en espacios alejados de instituciones bibliotecarias o en condiciones que tornan difícil el acceso a estas.
Si bien las características expuestas pueden confluir en casi cualquier territorio, resultan especialmente
pertinentes para los nuevos proyectos de trabajo que están siendo desarrollados en (y con) las comunidades que hoy día, a lo largo del país, han sido identificadas como vulnerables, complejas y en transformación. El hecho mismo de haber escuchado el empleo de cualquiera de los tres términos para hablar de tales espacios, ya es suficiente prueba de que la definición comprende un conjunto de características tan amplio como dinámico en sus interacciones.
Las ideas de transformación y mejoramiento de la vida de los pobladores, que orienta las intervenciones de instituciones estatales y sociales en las comunidades mencionadas, combinan acciones dirigidas —tal vez las más destacadas o evidentes— a las esferas de salud, educación, empleo, vivienda, caminos, servicios y oferta cultural. Una de estas acciones, ha sido el estímulo e impulso inicial para la creación de bibliocasas, propuesta que representa un desafío para todos los implicados: directivos, diseñadores de programas de promoción del libro y la lectura, promotores (de plantilla o de larga práctica) y voluntarios brotados de las propias comunidades.
De los tantos aspectos a tener en consideración, vale destacar la obligación de siempre tener presente
que una bibliocasa, por definición, no puede sino albergar un pequeño y, por tanto, muy selecto fondo de documentos (libros, revistas, etc.) En conjunción con lo anterior, si se trata de bibliocasas en comunidades como las descritas, una característica más para considerar es que va a resultar muy posible que exista una pobre cantidad de lectores; este hecho, que puede hacer más demorado o difícil el acercamiento de los pobladores a los materiales colocados en la bibliocasa, también significa la presencia de un campo enorme para trabajar la motivación. Lo dicho hasta aquí implica la enorme responsabilidad que está en las manos de quienes seleccionan los materiales que serán enviados y colocados en las bibliocasas, así como la necesidad de acompañar el proceso con oportunidades para la formación y/o superación de las personas que —en calidad de voluntarios— se ofrecen para albergar y hacer funcionar bibliocasas en las comunidades.
¿De qué modo hacer realidad el sueño del funcionamiento de bibliocasas en comunidades como las descritas, sino sobre la base de un conocimiento profundo de la comunidad, sus problemas, necesidades de información y expectativas? ¿De qué modo hacer sostenible el esfuerzo, sino empleando el conocimiento de expertos en promoción del libro y la lectura, en particular los de quienes diseñan programas al efecto? Pero también, y esto es fundamental resaltarlo, buscando una sinergia creciente entre los esfuerzos de las instituciones que en los territorios se ocupan de las áreas de la educación y de la cultura; además de ello, convocando e integrando a organizaciones políticas, de masas, sociales y actores individuales que deseen participar de los procesos.
Al abrir el arco de lo posible hasta tales extremos, intento dirigir la atención hacia el hecho de que el
no-leer fortalece la vulnerabilidad, la desventaja y las mismas posibilidades de renovación integral de estas comunidades. Por tal motivo, la sinergia buscada debe de ser preocupación de todos, ya que la transformación que se propone tiene que ser material, cultural y espiritual. Esto explica el tremendo papel que, pese a lo pequeño de sus colecciones iniciales, le toca jugar a las bibliocasas, pues de lo que se trata es de que este diminuto punto opere como un apoyo —desde dentro de la comunidad misma— a la gestión transformadora. Más allá de la cantidad de los documentos, hay que actuar como un promotor de cultura y elaborar murales, celebrar acontecimientos de la historia cultural mundial y del país, hacer conversatorios, inventar concursos para los niños, invitar a lectores de comunidades cercanas, usar el potencial intelectual de la zona a favor de la lectura y el conocimiento, conocer las necesidades informativas de los pobladores y ayudar a satisfacerlas, crear, crear y crear.
Esas son las promesas contenidas hasta en la más pequeña y/o precaria de las bibliocasas: vocación de servicio, acciones de promoción basadas en el conocimiento experto, atención continua por parte de directivos de instituciones y organizaciones de los territorios, planes concretos para la formación y/o superación de los voluntarios, identificación de lectores y necesidades de la comunidad. Creatividad, ciencia y amor.
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