Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco (Caracas, 24 de julio de 1783-Santa Marta, 17 de diciembre de 1830), mejor conocido como Simón Bolívar, fue un militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia. Fue una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana frente a España. Contribuyó a inspirar y concretar de manera decisiva la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela y la reorganización del Perú.
Hoy lo presentamos en una de sus facetas menos conocida, la de crítico literario, cuando opina sobre el poema Canto a Junín del ecuatoriano José Joaquín Olmedo. En estas aceradas reflexiones acerca del texto de Olmedo, Bolívar, además de inaugurar una nueva visión para la crítica literaria americana, corrige las intenciones de su proyecto político, un tanto desdibujadas por las divagaciones literarias del guayaquileño.
Cartas al poeta José Joaquín Olmedo
-1825-
Cuzco, 27 de junio de 1825
Señor José Joaquín Olmedo.
Querido amigo:
Hace unos días que recibí en el camino dos cartas de Vd. y un poema: las cartas son de un político y un poeta, pero el poema es de un Apolo. Todos los calores de la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho, todos los rayos del Padre de Manco Capac, no han producido jamás una inflamación más intensa en la mente de un mortal. Vd. dispara… donde no se ha disparado un tiro; Vd. abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles que no rodó jamás en Junín; Vd. se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter; de Sucre un Marte; de La Mar un Agamenón y un Menelao; de Córdoba un Aquiles; de Necochea un Patroclo y un Áyax; de Miller un Diómedes, y de Lara un Ulises. Todos tenemos nuestra sombra divina o heroica que nos cubre con sus alas de protección como ángeles guardianes. Usted nos hace a su modo poético y fantástico; y para continuar en el país de la poesía la ficción de la fábula. Vd. nos eleva con su deidad mentirosa, como la águila de Júpiter levantó a los cielos a la tortuga para dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros traseros: Vd., pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de lunes el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo mío, Vd. nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles, y con la sabiduría de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y Vd. no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que Vd. había querido hacer una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa. Mas no, no lo creo. Vd. es poeta y sabe bien, tanto como Bonaparte, que de lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso, y que Manolo y el Cid son hermanos, aunque hijos de distintos padres. Un americano leerá el poema de Vd. como un canto de Homero; y un español lo leerá como un canto del «Facistol» de Boileau.
Por todo doy a Vd. las gracias penetrado de una gratitud sin límites.
Yo no dudo que Vd. llenará dignamente su comisión a Inglaterra; tanto lo he creído, que habiendo echado la faz sobre todo el Imperio del Sol, no encontré un diplomático que fuese capaz de representar y negociar por el Perú más ventajosamente que Vd. Uní a Vd. a un matemático, porque no fuese que llevado Vd. de la verdadera poética, creyese que dos y dos formaban cuatro mil; pero nuestro Euclídes ha ido a abrirle los ojos a nuestro Homero, para que no vea con su imaginación sino con sus miembros, y para que no le permita que lo encanten con armonías y metros, y abra los oídos solamente a la prosa tosca, dura y despellejadora de los políticos y de los publicanos.
He llegado ayer al país clásico del sol, de los incas, de la fábula y de la historia. Aquí el sol verdadero es el oro; los Incas son los virreyes o prefectos; la fábula es la historia de Garcilaso; la historia la relación de la destrucción de los Indios por Las Casas. Abstracción hecha de toda poesía, todo me recuerda altas ideas, pensamientos profundos, mi alma está embelesada con la presencia de la primitiva naturaleza, desarrollada por sí misma, dando creaciones de sus propios elementos por el modelo de sus inspiraciones íntimas, sin mezcla alguna de las obras extrañas, de los consejos ajenos, de los caprichos del espíritu humano, ni el contagio de la historia de los crímenes y de los absurdos de nuestra especie. Manco Capac, Adán de los indios, salió de su Paraíso Titicaco y formó una sociedad histórica, sin mezcla de fábula sagrada o profana… Dios lo hizo hombre, él hizo su reino, y la historia ha dicho la verdad; porque los monumentos de piedra, las vías grandes y rectas, las costumbres inocentes y la tradición genuina, nos hacen testigos de una creación social de que no tenemos ni idea, ni modelo ni copia. El Perú es original en los fastos de los hombres. Esto me parece, porque estoy presente, y me parece evidente todo lo que, con más o menos poesía, acabo de decir a Vd.
Tenga Vd. la bondad de presentar esta carta al señor Paredes y ofrezco a Vd. las sinceras expresiones de mi amistad.
BOLIVAR
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Cuzco, 12 de julio de 1825
Señor don José Joaquín Olmedo.
Mi querido amigo:
Anteayer recibí una carta de Vd. del 15 de mayo, que no puedo menos de llamar extraordinaria, porque Vd. se toma la libertad de hacerme poeta sin yo saberlo, ni haber pedido mi consentimiento. Como todo poeta es temoso, Vd. se ha empeñado en suponerme sus gustos y talentos. Ya que Vd. ha hecho su gasto y tomado su pena, haré como aquel paisano a quien hicieron rey en una comedia y decía: «Ya que soy rey, haré justicia». No se queje Vd., pues, de mis fallos, pues, como no conozco el oficio daré palos de ciego por imitar al rey de la comedia que no dejaba títere con gorra que no mandase preso. Entremos en materia:
He oído decir que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa, en la que castigaba con dureza las composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me ha enseñado unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir y tronchar a cualquiera que hable muy mesuradamente en tono melodioso y rítmico.
Empezaré usando de una falta oratoria pues no me gusta entrar alabando para salir mordiendo, dejaré mis panegíricos para el fin de la obra, que, en mi opinión, los merece bien, y prepárese Vd. para oír inmensas verdades, o, por mejor decir, verdades prosaicas, pues Vd. sabe muy bien que un poeta mide la verdad de un modo diferente de nosotros los hombres de prosa. Seguiré a mis maestros.
Usted debió haber borrado muchos versos que yo encuentro prosaicos y vulgares: o yo no tengo oído musical, o son… o son renglones oratorios. Páseme Vd. el atrevimiento; pero Vd., me ha dado este poema y yo puedo hacer de él cera y pabilo.
Después de esto, Vd. debió haber dejado este canto reposar como el vino en fermentación para encontrarlo frío, gustarlo y apreciarlo. La precipitación es un gran delito en un poeta. Racine gastaba dos años en hacer menos versos que Vd., y por eso es el más puro versificador de los tiempos modernos. El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene un defecto capital en su diseño.
Usted ha trazado un cuadro muy pequeño para colocar dentro un coloso que ocupa todo el ámbito y cubre con su sombra a los demás personajes. El Inca Huaina-Capac parece que es el asunto del poema: él es un genio, él sabiduría, él es el héroe, en fin. Por otra parte, no parece propio aún que no quiere el restablecimiento de su trono por dar preferencia a los extranjeros intrusos, que, aunque vengadores de su sangre, siempre son descendientes de los que aniquilaron su imperio: este desprendimiento no se lo pasa Vd. a nadie. La naturaleza debe presidir a todas las reglas, y esto no está en la naturaleza. También me permitirá Vd. que le observe que este genio Inca, que debía ser más leve que el éter, pues que viene del cielo, se muestra un poco hablador y embrollón, lo que no le han perdonado los poetas al buen Enrique en su arenga a la reina Isabel, y ya Vd. sabe que Voltaire tenía sus títulos a la indulgencia, y, sin embargo, no escapó de la crítica.
La introducción del canto es rimbombante: es el rayo de Júpiter que parte a la tierra a atronar a los Andes que deben sufrir la sin igual fazaña de Junín. Aquí de un precepto de Boileau, que alaba la modestia con que empieza Homero su divina Ilíada; promete poco y da mucho. Los valles y la sierra proclaman al general, pues que los valles y la sierra son los muy humildes servidores de la tierra.
La estrofa 360 tiene visos de prosa: yo no sé si me equivoco; y si tengo la culpa ¿para qué me ha hecho Vd. rey?
Citemos, para que no haya disputa, por ejemplo, el verso 720:
Que al Magdalena y al Rimac bullicioso…
Y este otro, 750:
Del triunfo que prepara glorioso…
La torre de San Pedro será el Pindo de Vd. y el caudaloso Támesis se convertirá en Helicona: allí encontrará Vd. su canto lleno de esplín, y consultando la sombra de Milton hará una bella aplicación de sus diablos a nosotros. Con las sombras de otros muchos ínclitos poetas, usted se hallará mejor inspirado que por el Inca, que, a la verdad, no sabría cantar más que yaravis. Pope, el poeta del culto de Vd. le dará algunas lecciones para que corrija ciertas caídas de la que no pudo escaparse ni el mismo Homero. Vd. me perdonará que me meta tras de Horacio para dar mis oráculos: este criticón se indignaba de que durmiese el autor de la Ilíada, y Ud. sabe muy bien que Virgilio estaba arrepentido de haber hecho una hija tan divina como la Eneida después de nueve a diez años de estarla engendrando; así, amigo mío, lima y más lima para pulir las obras de los hombres. Ya veo tierra, termino mi crítica, o mejor diré mis palos de ciego.
Confieso a Vd. humildemente que la versificación de su poema me parece sublime: un genio lo arrebató a Vd. a los cielos. Vd. conserva en la mayor parte de su canto un calor vivificante y continuo: algunas de las inspiraciones son originales; los pensamientos nobles y hermosos; el rayo que el héroe de Vd. presta a Sucre es superior a la cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder los ejes; aquello es griego, es homérico. En la presentación de Bolívar en Junín se ve, aunque de perfil, el momento antes de acometerse Turno y Eneas. La parte que Vd. da Sucre es guerrera y grande. Y cuando habla de La Mar, me acuerdo de Homero cantando a su amigo Mentor: aunque los caracteres son diferentes, el caso es semejante; y, por otra parte, ¿no será La Mar un Mentor guerrero?
Permítame Vd., querido amigo, le pregunte ¿de dónde sacó Vd. tanto estro para mantener un canto tan bien sostenido desde su principio hasta el fin? El término de la batalla da la victoria, y Vd. la ha ganado porque ha finalizado su poema con dulces versos, altas ideas y pensamientos filosóficos. Su vuelta de Vd. al campo es pindárica, y a mí me ha gustado tanto que la llamaría divina.
Siga Vd., mi querido poeta, la hermosa carrera que le han abierto las Musas con la traducción de Pope y el canto a Bolívar.
Perdón, perdón, amigo; la culpa es de Vd. que me metió a poeta.
Su amigo de corazón,
BOLÍVAR
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