Machado de Assis. Entre la locura y el absurdo de un alienista
Aunque la literatura brasileña contó con escritores de valía en sus inicios, hay una figura que sobresale por su singular origen, la sólida instrucción que alcanzó y su prolífica obra. Me refiero a Joaquím Machado de Assis (1839-1908). Autor de origen humilde y descendiente de esclavos, jamás recibió formación literaria de institución alguna; se nutrió de sus propias investigaciones y fue conformando un estilo muy personal a partir de sus lecturas de la novela francesa de entonces, lo cual no solo le brindó herramientas para cultivar todos los géneros literarios tradicionales, sino que lo convirtió en un avezado cronista capaz de moverse con gracia singular entre el realismo y una sátira bastante cercana a lo que conoceremos como literatura del absurdo a lo largo del siglo XX. En este grupo se encuadra precisamente su obra titulada El alienista (1882), que nos llega de la mano de la editorial Cubaliteraria, gracias a la traducción de Olga Sánchez Guevara.
Se trata de un relato breve, compuesto por trece capítulos donde asistimos a la desconcertante aventura de un alienista —término por el que se conocía a los psiquiatras en la época en cuestión— que revela unas increíbles dotes compaginadas con una locura bastante peculiar.
Es la época del Brasil colonial y el doctor Simón Bacamarte, recién descubierto su interés por investigar el origen de la locura, consigue que el virrey y la cámara aprueben su proyecto de construir una casa donde alojar a todos los dementes del pueblo brasileño de Itaguaí, que eran tratados indebidamente por sus familiares y los gobernantes. Así se crea la Casa Verde, que se convertirá en el laboratorio del científico.
En un primer momento todo parece ir sobre ruedas, desde los capítulos 1 al 3. Pero en el cuarto, Bacamarte propone una teoría nueva en la que la razón es un continente perdido en el mar que es la insania, una insania que ocupa toda una superficie de cerebros. Para confirmar sus estudios detiene a un elevado número de personas: un buen hombre que dilapida su fortuna mediante el préstamo sin usura, la prima de este, por supuestas alucinaciones, entre muchos otros cuya locura era cuestionada por los pobladores de Itaguaí, quienes no tardan en comprobar el desmesurado crecimiento del poder del alienista y exigen a la cámara la demolición del asilo. Al negarse esta, un barbero del pueblo encabeza a trescientos manifestantes que confrontan al alienista; cuando este se niega a demoler la casa, los manifestantes, guiados por la ambición del barbero, deponen a los concejales y nombran gobernador a su líder, el cual, lejos de tomar la Casa Verde, se dirige al alienista y conversa con él para intentar ganarse su apoyo. Tras la caída del gobierno rebelde y la restauración de los concejales, el médico dará este episodio como prueba de la duplicidad y ambivalencia del barbero y su gabinete, y los recluirá en el asilo.
Después se suceden una serie de nuevas teorías descabelladas del científico, resumidas en la idea de que lo correcto es el desequilibrio mental y no el raciocinio, con lo que recluye a todas las personas en plenitud de facultades mentales y morales e intenta socavar sus mayores virtudes.
Los trece capítulos nos revelan el celo de un autor capaz de manejar con habilidad el tono solemne, la ironía y la sátira, todo ello en un mismo párrafo. El estilo se ve enriquecido por la introducción de algunas técnicas de la novelística francesa de 1850 en adelante: se sabe que Machado de Assis fue un ferviente lector de autores como Flaubert y Zola, por lo cual no sorprende leer pasajes donde emergen los códigos del realismo y el naturalismo —aunque sin un exceso mimético—, escenas que suelen potenciar los matices humorísticos:
Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía condiciones fisiológicas y anatómicas de primer orden, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y excelente vista; así, estaba apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si aparte de esas prendas, únicas dignas de la preocupación de un sabio, doña Evarista era mal compuesta de facciones, él, lejos de sentirse agraviado por eso, lo agradecía a Dios, pues así no corría el riesgo de relegar los intereses de la ciencia por la contemplación exclusiva, menuda y vulgar de la consorte.
Por otra parte, lo hilarante y rocambolesco de las últimas teorías del médico no impide que se deslicen en la narración accesos de esa sabiduría con que se nos presenta en un inicio. Esos pasajes, cargados de significado, ofrecen al autor la posibilidad de brindar una crónica satírica del Brasil colonial y, por extensión, de cualquier pueblo pequeño donde un cabecilla temporal halle terreno fértil para sus ambiciones. Funcionan, también, como esbozo de los cambios e inconsecuencias que genera la fascinación por el poder en quienes logran alcanzarlo. Nótese, por ejemplo, la reacción del alienista al saber que el barbero no pensaba demoler la Casa Verde, contradiciendo así la propuesta realizada al encabezar a los amotinados:
—Once muertos y veinticinco heridos —repitió el alienista después de acompañar al barbero hasta la puerta—. He ahí dos lindos casos de dolencia cerebral. Los síntomas de duplicidad y descaro de este barbero son positivos. En cuanto a la locura de quienes lo aclamaron, no hace falta otra prueba aparte de los once muertos y veinticinco heridos. ¡Dos lindos casos!
En realidad, puede decirse que hay una ridiculización de instancias de poder a lo largo del cuento, que varían según lo hacen las ideas de Bacamarte. El motín coloca en entredicho al poder colonial, que no es capaz de hacer frente al alienista; este, a su vez, evidencia la corrupción e inconsistencia del bando rebelde y a la vuelta de los miembros de la cámara, recluye al presidente cuando este y su secretario piden una compensación de no menos de veinticinco almudes de sangre por la rebelión. En su penúltimo giro, cuando encierra a las personas honradas, pone en evidencia al único poder al que siempre había tratado con cautela, el poder espiritual, al lograr que el padre Lopes, que no sabía griego, elabore un análisis crítico de la traducción que setenta traductores griegos realizaran al Antiguo Testamento. Finalmente, con su última teoría, concluye que ninguno de sus pacientes se ha curado por acción suya y se encierra en la Casa Verde para estudiarse a sí mismo, lo que dota a la obra de un cierre absurdo y tragicómico a la vez que ridiculiza la sobrevaloración del poder de la ciencia.
Machado de Assis imprime un ritmo tal a los acontecimientos, que podemos concluir el relato en poco más de media hora. Ayudan bastante la combinación de un conjunto de personajes que oscilan del juicio agudo a la ridiculez y un narrador que nos habla con esa picardía solo hallada en los campesinos capaces de contar una historia, vivirla y, en caso de duda, atribuir un hecho incierto a los cronistas del pueblo. Sin embargo, de incautos sería conformarse con el efecto cómico de un primer bosquejo e ignorar las múltiples lecturas que dan valor a este libro, el cual, como su protagonista, nos lanza varios guiños desde un aparente absurdo.
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