La humanidad necesita de mejoras
(A propósito de Marçal Aquino y Los matadores)
De vez en cuando, Brito piensa en la frase que le oyó decir a un pastor: «La humanidad necesita de mejoras». Pero eso no hace de Brito un buen tipo. Expolicía, expulsado del cuerpo por extorsión, ha aceptado la propuesta de Albano, exagente corrupto también, para cumplir los encargos de los hermanos Menezes, cuando haga falta que «se ocupen de una persona» o «mantengan controlado a alguien». Puro eufemismo de los jefes. Terribles cuando se desquician, lo que ocurre con mucha frecuencia. Mirão y Abílio, son gente aún peor: propietarios de tierras a los que desbocó su ambición, y saltaron a contrabandistas y traficantes de drogas y armas.
Que lo contratan —junto a su compinche—, simplemente para matar. Que es un hombre llamado Gildo, pero rechaza ese apelativo puesto por su padre en honor de un jugador de fútbol, y quiere ser reconocido como Brito. Que ese padre puede que esté vivo todavía, en alguna ciudad del interior, la cual no añora y ni siquiera mienta, aunque haya nacido ahí y no en Río de Janeiro, São Paulo u otra urbe renombrada. Que no le gusta estar en contacto con sus «semejantes» —calificativo usado por él mismo para designar a las personas—. Que a las mujeres Brito solo las tolera y todas sus relaciones terminan en conflicto, según dice; pero amó a una, Marlene, y parece seguirla buscando en las demás que encuentra. Que el sicario guarda algún residuo de conciencia y por eso recuerda las palabras del pastor.
Esto es todo lo que nos toca saber a nosotros, los lectores de Los matadores, sobre Brito. De la personalidad y del pasado, y del oficio en el presente, del elegido por el autor, Marçal Aquino, para ser su protagonista, el hilo conductor de una novela breve por su extensión, aunque amplia en intensidades. Y cruenta, por los ríos de sangre que corren por sus páginas, pero concisa en su estilo, tributario de un realismo parco, sin regodeos.
Queda claro que Aquino no quiere hacer de Brito un hijo del Diablo, no pretende dibujar la encarnación de un Mal en abstracto. Y aún con sus rasgos de individualidad abyecta, quedan en su personaje ciertos elementos de sensibilidad. En definitiva —y debemos comprenderlo así—, Brito es un hombre sencillo, un obrero (empleado a sueldo más) dentro de la gran maquinaria del Dinero y sus secuelas de corrupción y muerte.
Ni siquiera es ese «diablo» mayúsculo, al que le tocó la silla desde donde se hace la ley y se hace la trampa. Es el simple fruto —podrido— de ese Brasil moderno, en el que son tan difusas —y fluidas— las fronteras entre el bando de la justicia y el de los «malandros»; en el que las mayorías se arrinconan en favelas y unos pocos disfrutan en mansiones; en el que a punta de pistola y metidos en los negocios más horrendos —los más lucrativos a la vez— algunos buscan atajos para acceder al oro y el poder.
Según se desprende de su biografía, Marçal Aquino conoce bien a los personajes como Brito. Nacido en 1958, su alumbramiento ocurrió en Amparo. Nativo del interior; después se trasladó a la ciudad de São Paulo. Allí, sus armas para la literatura se ejercitaron primero en el periodismo; básicamente, en aquello que se conoce como reporterismo de crónica roja. De modo que pudo conocer del crimen en los juzgados y estaciones de policía, y tuvo la oportunidad de verse cara a cara, de entrevistar a delincuentes de todo tipo, entre ellos a sicarios. Ellos, los soldados (brazos ejecutores) del gran escenario de la violencia, que son quienes suelen rellenar las cárceles, mientras las mentes maestras tras el telón (los capos, los poderosos) logran casi siempre mantenerse a salvo.
Poeta en sus primeras entregas en las letras; a partir de esa experiencia en el periodismo policial, ha sacado los temas principales y los personajes de su literatura, para escribir cuentos (El amor y otros objetos puntiagudos, galardonada con el importante Premio Jabuti, 2001) y novelas: El invasor (2002), Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios (2005) —trasladadas ambas al cine, con guion del propio Aquino— y la que ahora presentamos, publicada en 2003 con el título original de Cabeça a Prêmio. Aquino construye sus historias escena tras escena, enfocado en la inmediatez de sus protagonistas, metiéndonos en la piel de estos, y prescindiendo de la mayoría de datos contextuales, los que enmarcarían demasiado su narración. Como si quisiera convencernos de lo intemporal del crimen, mientras sigan existiendo las condiciones que lo suscitan: las bajas pasiones, la codicia extrema, el desequilibrio social. Esas circunstancias que impulsan al ser humano hacia los comportamientos más psicopáticos.
Aquino dijo una vez: «Creo que lo más importante en la literatura es que estamos observando lo que de humano queda en nosotros, aunque al final todas las personas desearían un mundo diferente, más tranquilo».[1] Luego, nos pide también, a los lectores, que reservemos, siempre, un resquicio de piedad, de empatía, para que no nos creamos demasiado distantes de esas conductas o totalmente a resguardo del universo hostil que él retrata.
El día a día de Brito y Albano, la pareja de asesinos; su tiempo ocupado en acechar a los marcados para morir, hasta que germine la ocasión perfecta para cosechar el premio y dar el tiro de gracia a la cabeza del infortunado.
En paralelo, la subtrama del joven y apuesto Denis, piloto encargado de trapichar la negra mercancía de los dueños del cártel, cuya cierta inclinación por el peligro y los deslumbrantes encantos de Elaine, le hacen primero cortejar y después fugarse con la hija de uno de los implacables hermanos Menezes. Marçal Aquino teje estas dos líneas de la trama, pacientemente, jugando con las expectativas acerca del instante climático en que ambas se entrecrucen y la tragedia muestre su cara más atroz.
Aunque la literatura de este brasileño puede encajarse en la ya larga tradición del subgénero narrativo que da cuenta del lado oscuro de la humanidad, la llamada novela policiaca, él se aleja de su vertiente más tradicional. Aquí no hay investigación ni un enigma que resolver, tampoco hacen falta policías y detectives. Quedan solo los criminales y su actuación descarnada y feroz. Luego, el brasileño parece abrevar en aquel cuento famoso de Hemingway sobre Los asesinos y beber a raudales de la corriente del hard-boiled[2] estadounidense de Dashiell Hammet y La llave de cristal, de James Mallahan Cain y su Pacto de sangre; y en especial, del rey de las retorcidas mentes criminales: Jim Thompson (El asesino dentro de mí, 1280 almas). Pero también encuentra una tradición autóctona en donde poner su pie.
La existencia de una literatura policial en el gigante sudamericano tiene un origen localizado en 1920, con O Mistérios, escrita a ocho manos (Afrânio Peixoto, Medeiros y Albuquerque, Viriato Correia y Coelho Neto), folletinesca (aparecida por capítulos en el diario A Folha), y paródica de Conan Doyle y el modelo anglosajón de la época.[3] Tuvo continuadores aislados entre 1940 y 1970, con nombres como Jerônimo Barbosa Monteiro, Anibal Costa, Luiz Lopes Coelho y Maria Alice Barroso. Con Parada Prohibida (1972), de Carlos de Souza, se avizoraba ya una auténtica novela negra a la brasileña. Pero el gran golpe sobre la mesa, que dejaba atrás toda la imitación foránea y empujaba a un camino nuevo, se dio con la aparición de Rubem Fonseca y El caso Morel (1973). Otras novelas como El gran arte (1983),[4] Buffo & Spallanzani (1986) y Agosto (1990),[5] convertirían a Fonseca no solo en abanderado de lo que empezaba a llamarse «neopolicial iberoamericano»; sino que sus aportes en el trasfondo sociopolítico y la depuración estética, le harían trascender los límites genéricos para señalarlo entre los grandes prosistas de la lengua portuguesa y hasta alcanzar el Premio Camões en 2003.
Bajo el influjo de este maestro se ha vivido un despegue del género en las últimas décadas con la incorporación del músico Tony Belloto y su serie del personaje Bellini (cuatro novelas salidas entre 1995 y 2014); el desarrollo de una «novela de favela», encarnada por Ciudad de Dios (1997) de Paulo Lins —punto de partida de la famosa película de Fernando Meirelles y Kátia Lund— e Infierno (2000) de Patrícia Melo; la incursión de autores renombrados, como (Jô Soares, Luis Fernando Verissimo) y una continuidad generacional, que llega a nuestros días, con los casos del propio Marçal Aquino y el joven Raphael Montes (Suicidas, 2017).
En su enfoque central, se trata de «novelas de la violencia», cuyo territorio decisivo será el enclave urbano, primordialmente las metrópolis de Río de Janeiro y São Paulo.[6] «No es su geografía ni su arquitectura, no son los héroes ni las batallas, lo que define una ciudad es la historia de sus crímenes»:[7] fue el planteamiento con el que Alberto Mussa creó una saga de cinco novelas bajo el título de Compendio Mítico de Río de Janeiro (publicadas entre 1999 y 2018), cada una ambientada en un siglo diferente, y que retrata el proceso de evolución de la cidade maravilhosa a través de su historial criminal.
Estos escenarios de muerte inevitable incrustada en el corazón del tejido social, de feminicidios, bandas y narcotráfico, de jóvenes en el trance de morir o matar; en donde muy poco o nada pueden —a veces ni siquiera quieren— hacer los representantes de la ley y el orden, han dado lugar a la tesis del narrador y ensayista colombiano Gustavo Forero, sobre un cambio definitivo en América Latina dentro de este tipo de novelas, al punto de exigir una caracterización distinta a la del género policiaco.[8]
A partir de la noción de «anomia social» y la imposibilidad de los individuos de distinguir, o de ajustarse, a una norma de conducta social preestablecida en su entorno, según Forero, la narrativa que versa sobre el crimen dejará a un lado la búsqueda del asesino y las motivaciones del delito, y el final preconcebido de restauración del orden y la implementación de la justicia. Y va a derivar, llanamente, en una «novela de crímenes», muy distante ya de los moldes clásicos provenientes de la novela de enigma europea y hasta de la novela negra estadounidense.
De este apartamiento se ha percatado también Mempo Giardinelli, quien sostiene que el género negro (o policial) de Europa y Norteamérica encuentra su plataforma política y filosófica en la confianza en el Estado y la capacidad regenerativa de sus instituciones (con el policía o el detective funcionando como representante de esos estamentos); pero esto es impensable en América Latina, donde la corrupción de las instituciones y el negocio de la política han destruido la seguridad de los individuos respecto a la actuación de esas instancias.[9] Para nosotros, los latinoamericanos, al decir de Giardinelli, este no es un género de entretenimiento más —y con el que los escritores pueden ganar dinero— sino un género literario capaz de denunciar vigorosamente la injusticia.
Otro argentino, el estudioso Ezequiel de Rosso, plantea la transformación latinoamericana de este tipo de literatura como una suerte de tránsito desde el «revelar el enigma» (descubrir la identidad del criminal aislado), hacia el «develar el secreto» (quitar el velo a verdades ocultas por los poderes y la prensa, sacar a la luz la enfermedad, la descomposición del entramado social).[10]
Encaja esta visión con la manera en que el propio Marçal Aquino se define: «Como escritor, busco en alguna medida dar un testimonio de mi tiempo […] Creo que el papel de la literatura es hacer un registro de un momento […] Cuando escribo un libro tengo la ilusión de estar escribiendo una verdad, y cuando un lector dice que mis libros están basados en hechos reales pienso que mi libro llegó al lugar que yo esperaba».[11]
En este sentido, y con ánimos de cerrar ya esta introducción, sin contar el final a los lectores; pero tampoco dejándolos engañados respecto a algún misterio que aguarde para el desenlace, se les hace una advertencia: Estarán casi todo el tiempo pegados a Brito y su colega Albano, los asesinos, siendo observadores de su costado animal, de su violencia; y también de los indicios de cierta sobrevivencia, todavía, de un perfil humano en ellos. Y aunque no habrá la sorpresa de la revelación, sí pueden contar con la expectativa del suspense.
Como en las buenas novelas que suscriben la máxima de Hitchcock —esa de que importa menos quién pone la bomba sino cuándo va a estallar—, Marçal Aquino nos hará llegar hasta la última página, siempre a la espera de cada momento en que una desgraciada cabeza humana vaya a rodar. Su única pretensión: Que seamos los testigos de un acontecimiento tan brutal.
Octubre 2023, La Habana.
[1] Ver entrevista a Marçal Aquino: “A México y Brasil los une la violencia”, diario Milenio, 2017. Disponible en: https://www.milenio.com/cultura/marcal-aquino-mexico-brasil-une-violencia
(Todas las notas del prólogo, excepto la No. 2, son del prologuista).
[2] Subgénero literario de ficción policíaca, asociada frecuentemente con otros géneros similares que derivan de la ficción criminal como la Novela Negra. Este se distingue por la cantidad de escenarios donde prevalece la extrema violencia y distintos contextos eróticos. (Nota del editor)
[3] Curiosamente, el policial en Cuba tiene un comienzo muy similar. En 1926 aparece por entregas en la revista Sociales la novela colectiva Fantoches, donde intervinieron once autores asociados al Grupo Minorista; entre ellos, destacan Carlos Loveira, Jorge Mañach, Alberto Lamar Schweyer, Enrique Serpa, Alfonso Hernández Catá y Rubén Martínez Villena. Con un estilo basado en la improvisación de los surrealistas franceses y el homenaje paródico a la novela detectivesca inglesa. Ambas novelas, la brasileña y la cubana, son «cadáveres exquisitos», precursoras de la célebre El almirante flotante , escrita en 1931 por los miembros del europeo Detection Club.
[4] Publicada en Cuba por Fondo Editorial Casa de las Américas, 2004.
[5] Publicada en Cuba por Editorial Arte y Literatura, 1990.
[6] En 2016 salió la antología de cuentos Río Noir; y en 2018, su doble paulista: São Paulo Noir. Ambas contaron con el trabajo editorial de Tony Belloto y son una excelente puerta de entrada al conocimiento
sobre autores y temáticas actuales del policial brasileño.
[7] Montes, R: “Literatura policiaca en Brasil”, Revista Fiat Lux, 20 julio, 2016: http://revistafiatlux.com/cronicas-literatura-policiaca-en-brasil/
[8] Forero , G: “La novela de crímenes en América Latina: Hacia una nueva caracterización del género”, revista Lingüística y Literatura, No. 57, 2010.
[9] Ver libro de Mempo Giardinelli: El género negro: orígenes y evolución de la literatura policial y su influencia en Latinoamérica, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013.
[10] Ver libro de ezequiel rosso: Nuevos secretos: Transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000, Liber Editores, Buenos Aires, 2012.
[11] Ver entrevista: El amor es lo único subversivo. Marçal Aquino, Alejandra Carrillo, diario Reforma, Guadalajara, México, 24 de febrero, 2023: https://www.reforma.com/el-amor-es-lo-unico-subversivo-marcal-aquino/ar2558590
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