En honor a la verdad yo, que fui un muchacho pobre, he tenido suerte en la vida y vida en la suerte. En mi infancia un tío con moderada posición económica pagó mis estudios en excelentes colegios, y se ocupó de todos los gastos escolares. Papá luego consiguió un buen trabajo, y si no fuimos ricos, vivíamos bastante desahogados, y después, con solo 16 años, triunfa la Revolución, comencé a colaborar en ella y, por eso, pude viajar a infinidad de países.
Uno de mis viajes más enriquecedores fue a la región de Asturias, específicamente a Gijón, donde atracamos una mañana brumosa, procedente de Las Palmas de Gran Canaria, a bordo de un crucero gigantesco, pero mal marinero en la mar más que procelosa de las Islas Canarias.
Iba como parte una delegación artística que tenía varias figuras principales de la cultura cubana, pero para mí, la más destacada era Luis Carbonell, con quien a partir de entonces me unió una buena amistad.
Una noche, en una de las muchas actuaciones, Luis, hombre de extensa cultura, nos regaló este poema que cito a continuación:
¡Habana! En el horno azucarero de tu boca almibarada quiero quemarme, quemarme como bagazo de caña. ¡Habana! Pues que has molido mis años como se muele una zafra déjame mi azúcar prieta déjame mi azúcar blanca dame mi cocomacaco devuélveme mis mulatas doradas, sonoras, finas, finas, sonoras, doradas ¡lo mismo que los centenes que se nos fueron a España! ¡Dámelo todo de prisa! ¡Mira que me voy mañana!
Evidentemente era un poema muy cubano, de época porque menciona los centenes y el cocomacaco, y con un estilo que se asemejaba mucho a otros poetas de aquella generación, como nuestros Guillén y Tallet, y quizás también como Lorca y Alberti.
Pero la verdad que no conocía al autor y ni idea tenía que era «Hijo Predilecto y Poeta de Asturias». Luego supe de Alfonso Camín.
Y la historia de Camín se mezcla muchísimo con Cuba y con La Habana, adonde llega en octubre de 1905 a bordo de la nave «Reina María». Sólo contaba con quince años de edad, y entre nuestro pueblo se convirtió en un conocido poeta y periodista.
Había nacido en 1890 en Gijón, y a su arribo a La Habana, en 1905, tiene que pasar momentos muy difíciles, porque se vivían los primeros años del fin de la guerra.
Cuatro años después de su llegada ingresa en la Prisión de Prado No. 1, al acusársele de la muerte de un hombre en una riña tumultuaria. En prisión conoció a Antonino O’Farril, ñáñigo matancero, que le enseñó, al decir del propio Camín, «la gramática ñáñiga».
Fue el precursor de la poesía negra en Cuba, aunque no se le reconoce por su condición de extranjero, pero cuando José Zacarías Tallet publicaba su poema «La Rumba» en la revista Hatuey en 1928, considerada la primera poesía «negrista» que se publica en Cuba, ya Camín había publicado en Madrid en 1926 y después en el Diario de la Marina habanero su poema «Dámasajova» dedicado a una poetisa villaclareña, que dice en sus primeros versos: «Negra, carbón celeste, carne de tamarindo…» y con ello estaba inaugurando una nueva estética en la poesía cubana, por primera vez un poeta se acercaba al negro no con los patrones estéticos a la usanza, Dámasajova no «parece blanca», es negra, un carbón celeste, de labios gruesos y anchas caderas y fuego en los ojos y relámpagos en su sonrisa.
En ese tiempo fue redactor del periódico La Noche y del Diario de la Marina y dirigió la revista Apolo.
Camín regresa a España en 1914 y al estallar la Guerra Civil española vuelve a Cuba, y después va a México, donde vive hasta 1967 en que regresa a Gijón ciudad donde muere en 1982.
Aunque solo vivió nueve años en Cuba, fueron sus años de formación como intelectual, años muy intensos donde recorrió gran parte de la isla, lo cual le permitió sumergirse en la médula de la cubanía y convertirse en un profundo conocedor del alma del cubano.
Camín visitó muchos lugares de Cuba, y estuvo en Caibarién, mi pueblo natal, y les muestro un poema donde lo menciona y un fragmento de otro dedicado a una caibarienense a quien conocí, por supuesto ya entrada en años.
Cienfuegos y el Damují ardientes besos sonoros Caibarién, cangrejos moros y negra en Camajuaní. De San Antonio a Maisí desde el Sur al Septentrión siempre unida al corazón te llevé de tal manera que donde fue mi galera dijo Cuba su canción.
Aquí va el fragmento del otro:
Mulata tú sabes bien que yo te amé como un toro olías a cangrejos moro de Sagua y de Caibarién. Sonora como un centén era tu alegre cintura tus senos en calentura como de miel de corojo humo de amor en tus ojos y calor en tu figura. Cuando tu cuerpo y el mío son dos gallos de pelea allá en la yerba guinea salta un caimán en el río tu cuerpo es un desafío…
Perdonen mis lectores, pero no recuerdo más.
Para finalizar, quiero mostrarles un soneto de su autoría dedicado al Morro de La Habana, que por sí solo denota hasta dónde se comprometió el poeta con la historia cubana. Es un poema que parece escrito ayer y que aparenta reflejar, a pesar de haber sido concebido en otras circunstancias y otro tiempo, el estoicismo del pueblo cubano en estos últimos sesenta años y su firmeza ante las torpezas del vecino del Norte.
El morro en luz
Como en el puerto de La Habana El Morro que el mar en vano su peñón socava yo no pido socorro a la mar brava. soy el que ofrece sobre el mar socorro. Firme ante el tiburón panzudo y zorro que es en la superficie espuma y baba sus dientes mella cuando en mí los clava y hasta la luz con mi desdén me ahorro. Firme me encontrará quien me provoca igual que el mar que ruge contra el muro y cuando ruge más, más se sofoca. Cuanto más acosado más seguro yo soy El Morro en luz sobre la roca iluminando el horizonte oscuro.
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