El escritor español Camilo José Cela, nacido en Galicia en 1916, fue galardonado en 1989 con el Premio Nobel de Literatura. Nos habla aquí de su proceso creador, del papel del escritor en la sociedad y de la proyección universal de la literatura en lengua española, de la que es uno de los más ilustres representantes.
¿Qué juicio le merece la literatura española de las últimas décadas y cuál es su opinión sobre el llamado «boom» latinoamericano?
Me horroriza ser juez de nadie y no soy historiador ni crítico. Por otra parte, los creadores somos malos jueces, malos críticos literarios, porque aplaudimos todo aquello que coincide con nuestra estética, aunque sea pecado de soberbia.
Los novelistas españoles de mi generación, como Delibes, Torrente Ballester, Ana María Matute, Juan Goytisolo, me parecen muy buenos, mejores que los escritores jóvenes.
Con respecto al llamado «boom» latinoamericano, fue una creación meramente editorial. Había nombres importantísimos al margen del «boom». Este sirvió de caja de resonancia para que el público se diera cuenta de ello. Ahora bien, estos magníficos novelistas no eran mejores que sus padres literarios latinoamericanos, Rómulo Gallegos, Benito Lynch, Miguel Ángel Asturias, que sin embargo cayeron por completo en el vacío. Por otra parte, ser novelista hispanoamericano no es sinónimo de ser gran novelista, esto es obvio, ¿no le parece?
¿Tendrá alguna consecuencia directa para la literatura española el hecho de que usted haya recibido en 1989 el premio Nobel?
Al darme el premio Nobel seguramente aumentará en España el cultivo y el deleite de la literatura como creció la afición al tenis con los éxitos de Santana, al fútbol con los triunfos del Real Madrid y al golf con Severiano Ballesteros.
Usted vivió la gran época de la literatura europea —Camus, Huxley, Moravia, Sartre― y de la norteamericana —Hemingway, Dos Passos, Faulkner, Steinbeck―. ¿Cómo valora ahora ese momento de la literatura occidental y cómo sitúa su obra con respecto a él?
Fue un momento absolutamente glorioso con el que naturalmente mi obra, inmersa en su tiempo, está relacionada, pues siempre he dicho que existe una influencia de ambiente. Cuando Albert Camus publicó El extranjero y yo La familia de Pascual Duarte se llegaron a escribir tesis doctorales sobre sus interinfluencias. Cuando después fuimos amigos nos reíamos mucho de esto porque en el momento en que editamos nuestras respectivas novelas no es que no nos conociésemos el uno al otro, es que no nos conocía nadie.
Usted, que ha dedicado su vida a las letras, ¿se ha preguntado alguna vez para qué sirve y qué aporta a los pueblos la literatura?
Para mí probablemente escribir es una necesidad. Si quiero ponerme en contacto no sé si conmigo mismo o con mis semejantes es a través de la palabra. En la historia de la humanidad, el instante en que el primer hombre pronunció la primera palabra articulada es mucho más importante que el descubrimiento de América, que la llegada a la Luna, que la teoría de los cuanta o que la teoría atómica.
¿Para qué sirve la literatura? Desde luego no para arreglar el mundo. No es ésa tampoco la función de los escritores.
No olvidemos que la literatura es una de las bellas artes. Se trata de decir las cosas perfecta y artísticamente, eso es todo.
La literatura representa todo para un pueblo porque lo que da permanencia en el tiempo no es la arquitectura sino la literatura. La palabra es mucho más duradera que la piedra.
¿Podría decirnos algo acerca de su proceso creador y sobre cómo concibe usted una novela?
¡Qué más quisiera yo que saber cómo concibo una novela! Es un género proteico, variopinto, que está todavía por definir. Novela es todo aquello que, redactado en prosa, va debajo de un título al lado del cual se pone entre paréntesis «novela». Bueno, también redactado en verso, porque El Cantar de Mío Cid es una novela.
Una novela tiene en mí un inicio espontáneo, no deliberado. Cuando estoy preñado de una novela, situación que a veces dura años, no pienso cómo la voy a desarrollar, pero después sale sola, con cierta fluidez, en unos ocho o diez meses. No creo en los guiones. Si el personaje está bien creado, se subleva, y no hay más que abrirle la puerta y ver lo que hace. La crónica de lo que hace es una novela.
Usted que es un trabajador metódico ¿cree en la inspiración?
No creo en la inspiración en la novela. Quizás sirva para la poesía lírica. Dostoyevski dijo que «el genio es una larga paciencia mantenida». A una novela hay que dedicarle muchas horas durante muchos días; para llegar a su final hace falta una gran fuerza física.
Se ha afirmado que la identidad de España viene de un crisol de tres culturas: cristiana, árabe y judía. ¿Sucede lo mismo en la literatura española?
Escribí un libro titulado Judíos, moros y cristianos. Será por algo, ¿no? Hay en España grandes escritores «marranos», descendientes de judíos, como el propio Cervantes o Santa Teresa de Jesús. Sí, existe este crisol y no creo que haya un solo español que pueda jurar con una mano en el fuego que por sus venas no corre una gota de sangre judía o mora. Fue un manifiesto error político de los Reyes Católicos la expulsión de los moros, que se dedicaban a la agricultura, y de los judíos, que se ocupaban del comercio, de la banca, de la joyería, mientras los caballeros cristianos hacían la guerra. Menos mal que no se fue casi nadie y que los que se quedaron somos nosotros, los españoles actuales.
Sobre este tema, hay dos versos preciosos de Fernando Villalón, que dicen: «Islas del Guadalquivir, donde se fueron los moros que no se quisieron ir.»
La cultura española saltó a América hace cinco siglos universalizándose…
No, ya era universal. Tenía ya presencia en Italia y en los Países Bajos por lo menos. Redondeó en América su universalidad, si se quiere.
El idioma español es una extraordinaria herencia del pasado ¿Le parece en la actualidad riguroso, dúctil, rico, útil para toda clase de disciplinas y con porvenir frente al inglés?
Dentro de equis años, no se cuántos, en el mundo no quedarán más que cuatro lenguas y cito sin orden: inglés, español, árabe y chino. Todas las demás se refugiarán en el lenguaje coloquial o familiar y en la poesía lírica. Pues bien, en España se maltrata o no se defiende demasiado el español el castellano, que no es más que el español que se habla en Castilla. No se tiene fe ninguna en él cuando es uno de los grandes idiomas del mundo. El gobierno de Madrid debería aprender de los heroicos esfuerzos que hacen catalanes y vascos por la supervivencia de sus propias lenguas.
¿Cuál es para usted la aportación de la novela española a la literatura universal?
Siempre he creído y mantenido que la novela nació en España. El Conde Lucanor, el primer libro español de narraciones, surgió varios años antes que El Decamerón de Boccaccio al que se suele considerar como la primera novela de la que se tiene noticia.
En todo caso, la influencia de la novela española en la literatura universal fue absoluta. Hay un ensayo recordar que de Gertrude Stein, aunque hablar de memoria es peligroso donde se demuestra que toda la novela moderna viene de la picaresca española. Esto es notorio en la novela desde el siglo XIX hasta nuestros días, en la gran novela norteamericana de los años veinte, en la generación española del 98; todos salen de la picaresca.
Cervantes representó mucho en la historia de la literatura, pero más representó El Quijote. A veces he pensado si Cervantes no sería una «razón social» como Homero y si no habrán sido varios los que escribían firmando con el mismo nombre, porque entre El Quijote y otras de sus obras, las Novelas ejemplares por ejemplo, hay un abismo. El Quijote le salió redondo e incluso ahora cuando se lo lee y se lo ve lleno de imperfecciones uno se da cuenta de que esas imperfecciones son todas geniales, tanto que me dan motivo para pensar que pudieran ser deliberadas. No lo afirmo, me limito a conjeturarlo.
Ahora bien, creo que el gran escritor de la lengua española lo va a ser todavía durante muchos años es Quevedo. El Quijote, Quevedo, los poetas medievales, la novela picaresca, El Lazarillo de Tormes, la generación del 98, la generación poética del 27, la literatura española siempre fue tan importante que incluso la encuentro desproporcionada para los escasos arrestos económicos y políticos de España.
En el siglo XX la aportación española a la pintura, la poesía y la prosa no la igualan juntas Francia, Inglaterra, Alemania e Italia. Picasso, Miró, Dalí y Tapies, ahí están para demostrarlo, y en literatura los poetas Miguel Hernández, Lorca y la generación del 27, o los prosistas Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín, Ramón Gómez de la Serna…
Últimamente se habla mucho de la «aldea planetaria» y de que se va hacia una cultura mundial…
No lo creo.
¿Cuáles son las razones que hacen que una obra literaria local llegue a ser universal?
Ni el ámbito geográfico, ni la anécdota, sino lo que yace bajo la acción de los personajes porque, en definitiva, las grandes pasiones son universales. La novela picaresca española, que ha trascendido al mundo entero, representaba un paisaje meramente hispánico, y la gran novela rusa, un ambiente de la estepa. Y, sin embargo, ahí están ambas bien presentes.
Vivimos en una cultura dominada por la imagen; sin embargo, nunca se habían publicado tantos libros. ¿Cree usted que la palabra escrita resistirá a los embates de lo audiovisual?
No sé si la cultura actual está «dominada» por la imagen.
No creo que la televisión «estupidice» pero tampoco creo que una imagen valga por mil palabras. Pienso que todo lo que sea despertar interés por la cultura, vale, y ese interés puede muy bien fomentarlo la televisión.
Lo escrito resistirá a lo audiovisual porque son sensaciones diferentes, como resistirá también a lo táctil. No creo que un sentido tenga que prevalecer sobre los demás. Lo importante es la colaboración del conjunto de los sentidos.
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Entrevista publicada en la revista El correo de la UNESCO correspondiente al mes de mayo de 1990.
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