Cursaba la escuela primaria en su natal Yaguajay cuando su maestra encontró tan bueno lo que el muchacho había escrito sobre una excursión a la zona rural de su localidad, que decidió leer el relato en voz alta para toda la clase.
Ese fue el primer premio en la larga carrera literaria de Julio Miguel Llanes, autor de una veintena de libros y que a los numerosos galardones que acumula hasta hoy, acaba de añadir el Premio Alejo Carpentier por su novela Los caminos del viento, un manuscrito de más de trescientas cuartillas en las que trabajó a lo largo de los últimos de diez años; una obra que se inspira en la ciudad de Trinidad, una de las villas cubanas más ricas del siglo XVIII y parte del XIX, y desenvuelve su trama en tiempos de la formación de nuestra nacionalidad. De ahí que para escribirla su autor volviera una y otra vez sobre historias y leyendas trinitarias para dar cuerpo a un proyecto donde realidad y ficción se dan la mano.
Esta es una de las características del quehacer del autor de Celia nuestra y de las flores, su libro inicial. En una parte de su obra aborda personajes muy conocidos, como Che Guevara, Serafín Sánchez, Camilo Cienfuegos y, más recientemente, Alicia Alonso. En una ocasión confesó que lo hacía porque cuando escribe cree tanto en la fantasía como en la realidad. Su desempeño como profesor le hizo concluir que no siempre la historia estaba bien contada en un relato que se circunscribe a hechos, personajes y fechas, pero carece de emoción. Precisa el narrador: «Trato entonces de conmover al lector, de hacerlo reír, llorar, reflexionar y mirarse en el espejo. Por eso, en cada texto apuesto por captar el espíritu, el sentimiento esencial de una época y no solo lo hago con personalidades de nuestra historia, sino con los de la cultura».
Confiesa al columnista: «Soy un amante de la historia. Todos mis libros, salvo El día que me quieras, parten siempre de una rigurosa investigación. Con Mi amigo Serafín quise poner al alcance de los jóvenes la vida de ese combatiente de nuestra independencia que fue el general espirituano Serafín Sánchez. Otro que me obligó a buscar en archivos y documentos durante más de dos años fue Paquelé, la novela de un negrito calesero en el Sancti Spíritus de 1873, y en la cual la historia es fuente y pretexto. Acopié mucho material para una novela sobre el Che Guevara, una novela que también me obligó a una ardua investigación bibliográfica y a recorrer los lugares del Guerrillero Heroico en la Argentina, Chile y Bolivia. De esos recorridos salió un libro de crónicas de viaje, Del corazón a la memoria».
Llanes escribe para lectores de cualquier edad, y lo hace también para el público más joven. En no pocos de sus libros recrea el mundo de los niños y los adolescentes cubanos y lo hace con estilo ameno, con exquisita dosis de humor y dramatismo, con desenfado, singularidad y tacto y sobrados aciertos narrativos. Los personajes que deambulan en sus páginas y lo que ellas revelan en su acercamiento al mundo real y a la psicología de sus protagonistas, hacen que su obra llame la atención en cualquier latitud. Por eso, mientras en Cuba se habló, más allá de una buena lectura, de las posibilidades de El día que me quieras para un serial televisivo, en Chile se llegó a recomendar la inclusión de ese libro en los planes de estudio de la asignatura de Lenguaje, también por lo que contribuiría a mejorar la discusión y la comunicación entre padres e hijos.
El día que me quieras mereció primera mención en el concurso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Celia nuestra y de las flores fue Premio La Edad de Oro, y de Sueños y cuentos de la niña mala se alzó con el mismo galardón en 1991 y cinco años después recibió la distinción La Rosa Blanca que se otorga a los mejores títulos de literatura infantil aparecidos en el lustro precedente.
Hablar acerca de uno mismo siempre es difícil, y más aún cuando se nos coloca en la disyuntiva de elegir lo que creemos mejor en el conjunto de lo escrito, expresa el narrador. La mayoría de los escritores inclinan su preferencia hacia el libro más reciente. Yo prefiero aludir a los que está aún por hacer, dice y en este sentido recuerda que hay una idea a la que ha estado dando vueltas durante años y que podría ser una novela o una subtrama de otra: La historia de la fortuna de Manso Contreras, una herencia mítica, un patrimonio, se dice, que lleva unos 300 años depositado en el Banco de Londres y que debe ascender ahora a unos 350 millones de dólares. A cada uno de sus herederos cubanos, a uno y otro lado del Estrecho de la Florida, le correspondería recibir alrededor de cuatro millones.
¿Existe realmente esa fortuna? Llanes no quiere desinflarle la ilusión a los que aguardan por ella; de hecho, los personajes de su obra creen en la historia. En Miami hay una Fundación Manso Contreras y aquí en la Isla sus supuestos descendientes se reúnen con periodicidad para discutir acerca del reparto de un capital que nadie ha visto y cuya existencia niegan las autoridades británicas. Pero lo cierto es, dice Llanes, que en diferentes épocas se han librado llamados a presuntos herederos de ese enigmático personaje, quien fuera vecino y regidor del cabildo de lo que hoy es la ciudad de Remedios, en la región central cubana. «Muchas personas creen en ese patrimonio, viven con la esperanza de recibir su parte», comenta.
Llanes escribe a mano la primera versión de sus libros y lo hace muy rápido porque tiende a fabular mucho y las ideas le vienen a la mente una tras otra. Luego, también a mano, acomete la segunda versión y se vale de un ordenador para la tercera. «La que publico es siempre la cuarta versión del libro», dice y puntualiza que, aunque prefiere el amanecer para la creación, no es raro que vuelva a la carga por la noche. Si de influencias se trata, reconoce en su obra las de Julio Cortázar y Onelio Jorge Cardoso, y las de Dora Alonso y Nersys Felipe. En los veinte años que pasó como presidente del Comité Provincial de la UNEAC en Sancti Spìritus, trató siempre de que el funcionario no matara al creador, aunque no fue nunca remiso a reconocer que resultaban angustiosas las horas que pasaba alejado del libro en que trabajaba.
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