A la Feria del Libro de Caracas (FILVEN) nos fuimos el 31 de octubre, primero solo tres cubanos, aunque al final estuvimos allí ocho. Los cuatro días iniciales, sin feria y sin agenda, mi colega y tocayo de apellido Rogelio Riverón, junto a Nancy Hernández Contreras (vicepresidenta del Instituto Cubano de Libro) y yo, nos dedicamos a recorrer algunas calles del centro de la ciudad, pues nuestro plebeyo hotel, más que simbólicamente llamado El Conde, se halla en esa zona, a escasas dos cuadras de la Plaza Bolívar y de la Asamblea Legislativa, sededel evento en cuestión.
Caracas, ante nuestros ojos se presentó como una ciudad tranquila, con los comercios llenos de productos donde los buhoneros y otros emprendedores, empeñados encompensar los bajos salarios, hacían buen uso de su herramienta más preciada: el socorrido y monocorde pregón «¡a la orden, a la orden!».
Esos pintorescos personajes matizaron, con su colorida dinámica, nuestras fatigosas exploraciones en pos de adquirir los objetos y suvenires que siempre nos vemos compulsados a comprar. Ni violencia ni mucha indigencia vimos, pero sí nos dimos de narices varias veces con colas para la entrega de bolsas con donaciones de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) con las que el gobierno bolivariano lucha por paliar, con bastante eficiencia, las más apremiantes necesidades de la población, en su mayoría derivadas de la guerra económica que soporta el país.
El día 6 se incorporaron a la delegación: Katiuska Romero, directora de la Editorial Oriente; Reyna Gretchen Menéndez Rivas, directora de Ediciones Santiago, y tres artistas plásticos (Yudith, Magaly y Yunier) convocados a la Bienal de esa manifestación, simultánea con la feria. Fueron, junto a nosotros, partícipes de algunas de las situaciones curiosas que nos tocó vivir.
La feria se inauguró en la noche del 3 y, por una inesperada (y desafortunada) confusión de una de las empleadas del Comité Organizador, a los escritores cubanos (léase los Riverones) no se nos permitió asistir al acto, que acabamos «disfrutando» por la TV en nuestro hotel.Sorprendidos y enojados vimos y oímos cómo el presidente Nicolás Maduro, al saludar a todos los escritores que él suponía presentes en la bella actividad, se refirió a nosotros algo confundido por la coincidencia del apellido: «Deben ser hermanos los Riverones de Cuba».
Nancy, que sí pudo asistir a la inauguración, nos llevó como reliquias las etiquetas que con nuestros nombres habían pegado en las sillas que nos tenían reservadaspara la ocasión. Alcanzamos a suponer entonces que la referida empleada, al vernos los tres días previos en los locales del Centro Nacional del Libro (Cenal), como zombis que iban a «conectarse»(en el hotel no teníamos wifi) comiendo en termo packs de lo que comían ellos (tampoco teníamos derecho al restaurante del hotel) supuso que éramos personal de apoyo de nuestra compañera, y nos espetó sin mucho protocolo: «Ustedes no pueden ir, por disposición del ejército».
El incidente fue aclarado más tarde con Raúl Cazal, viceministro y director del Centro, quien se sorprendió con el incidente. Nos dimos por satisfechos, pero siempre llevaremos en nuestra memoria del absurdo la idea de que alguien, aunque fuera un empleado menor, después de invitarnos viera en nosotros un peligro para el presidente del hermano y admirado país.
A partir de entonces accedimos a la feria sin muchos inconvenientes, e hicimos nuestras actividades, en espacios colaterales, sin demasiados contratiempos, excepto la falta de promoción, que limitó de manera notable la presencia de público en ellas. En nuestro estand recibimos a poetas y otros admiradores de Cuba, que resanaron todos los resquemores con su cariño de pueblo y el enfático reconocimiento. Después de unos días en El Conde nos trasladaron al hotel Waldorf, de más rango nobiliario, donde concluimos con buen confort nuestros días caraqueños.
En la tarima principal del recinto ferial tuvieron su espacio actividades de gran acogida e interés, todas sobre libros políticos, de escritores venezolanos y otros extranjeros invitados. La mayor parte de los intercambios, de notable interés, centraban sus temáticas en el lawfare, el secuestro de Alex Saab, los procesos de descolonización, exaltación de personas de la vida política venezolana –como Aristóbulo Istúriz, para señalar solo uno– y el 200 aniversario de la batalla de Carabobo.
La más atractiva de las actividades que tuvimos nosotros se concretó en el Museo Boliviano, y se trató de un recital de poesía donde compartimos micrófono con poetas venezolanos de apreciable calidad. En la embajada de Cuba también entablamos un diálogo muy estimulante con el personal diplomático y de servicio, y con miembros de la Sociedad de Amistad Venezuela-Cuba, con destaque para la señora Inés, quien también nos agasajó en su casa con dos cenas: una elaborada por ella y otra por las dos santiagueras de la delegación, Gretchen y Katy, a quienes les quedó un tanto duro el arroz congrí, pues ante la falta de olla arrocera debieron cocinarlo en caldero, para lo cual no mostraron mucha destreza.
En la primera de aquellas veladas el ron Santa Teresa y la música cubana sirvieron para que yo demostrara mi entusiasmo para bailar con todas las mujeres –una a una, claro– dueño de una destreza similar a la de las cocineras. Rogelio, que solo baila rock según aclaró, observaba y juzgaba mi desempeño.
Lo azaroso de nuestro viaje comenzó con el aviso de nuestra participación, un día antes de la partida, en un vuelo de colaboración médica por la aerolínea Conviasa: PCR urgente (en total me sometí a tres en distintos momentos), cerrar maletas y partir a toda carrera. Al llegar a Caracas, al filo de las doce de la noche, como supusieron que éramos parte de la delegación médica, nos retiraron nuestros pasaportes oficiales debido a que se desarrollaría un acto de bienvenida a los doctores. Hora y media después fue que pudimos recuperar nuestros documentos y salir al aire de la ciudad mientras el acto apenas comenzaba.
Algunos de nuestros libros los donamos a quienes nos fueron a ver al estand. Los de Rogelio eran las novelas: Llena eres de gracia, Bailar contigo el último cuplé y El tigre y la mansedumbre; los míos: La aldea letrada, Manías crónicas, 5350 días en la vida de un(a) editor(ial) y Por décima (e)vocación. Nos hicieron entrevistas para distintos medios, incluyendo Telesur, la TV cubana y varias emisoras radiales. Como la muestra que llevamos no se comercializó, al clausurarse la feria donamos todos los libros restantes a la Biblioteca Nacional.
El último de nuestros lances traumáticos lo tuvimos el día 17, fecha del regreso, pues nuestros boletos comprendíanun itinerario Caracas-Panamá-Habana, solo que por dos aerolíneas que no tenían convenio de pasarse los equipajes, situación que nos obligaba a pasar migración y chequeo sanitario en Panamá para salir del aeropuerto, facturar equipaje de nuevo y volver a pasar migración para ingresar a la terminal. Pero para tener derecho a lo anterior era imprescindible que los que teníamos pasaporte oficial capturáramos un código QR y llenáramos un copioso y esquivo formulario, pues de no hacerlo nos quedaríamos retenidos en Panamá. Por puro milagro pudimos cumplir el requisito, dadas las limitaciones de Internet en Maiquetía (donde no lo conseguimos) y luego en Panamá, donde solo disponíamos de treinta minutos per cápita de conexión gratuita. Los artistas plásticos, que viajaban con pasaporte corriente, ni siquiera pudieron embarcar en Caracas, además de que Yunier dio positivo a la Covid. Todavía no sé si ya regresaron, aunque espero que Yunier haya rebasado la contingencia sin mayores dificultades.
No obstante, los avatares descritos, nuestros días en aquella hermosísima ciudad fueron estimulantes, pues vimos, sobre todo, un pueblo dispuesto a custodiar su soberanía, devoto de los intercambios culturales, solidario, amable, ferviente defensor de nuestros lazos amistosos. En consecuencia, decido dejar como colofón este mensajede agradecimiento a los organizadores y compatriotas que al seleccionarme me permitieron tomarle el pulso a la ciudad hermana: Caracas también fue para nosotros –como París para Hemingway– una fiesta.
(Santa Clara 4 de diciembre de 2021)
Visitas: 78
Deja un comentario