
Para evocar —«con afecto y respeto ternísimos», al decir de José Martí— la sagrada memoria de la M.Sc. Caridad Martínez González (1944-2025), Premio Nacional de Radio 2017, he decidido dar a la estampa la entrevista que la también profesora titular de la Universidad de las Artes (ISA), me concediera con motivo del aniversario 95 de la salida al aire de Radio Progreso; emisora a la que se consagrara en cuerpo, mente y espíritu durante más de seis décadas.
Esa fue la razón fundamental por la que me acerqué a la prolífica escritora, directora y asesora de programas radiales —sobre todo, dramatizados— en la Onda de la Alegría, para poder conocer algunos de los «secretos» que le permitieron escribir —con letras indelebles— su leyenda profesional y personal en la centenaria Radio Cubana, y en particular, en la decana de las emisoras insulares.
Durante su fecunda trayectoria profesional en Radio Progreso la miembro ilustre de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la que integrara su Consejo Nacional, recibió disímiles premios, distinciones y condecoraciones, que la avalan no solo como personalidad de la cultura cubana, sino también como paradigma de la enseñanza artística superior, y defensora —a carta cabal— de la radio en el ISA y fuera del contexto académico.
¿Qué representa para usted, como escritora y directora de programas, Radio Progreso, que celebra el aniversario 95 de su salida al aire?
A la radio cubana y a Radio Progreso les he dedicado casi toda mi vida; de los 95 años que ahora cumple, le he entregado más de 60. Ha representado mi plena realización profesional y personal, percibida como todo aquello que se hace con infinito amor y que le da pleno sentido a nuestra existencia terrenal.
¿Cuáles han sido los momentos o acontecimientos que le han dejado huellas indelebles en su memoria poética, así como en el componente espiritual del inconsciente freudiano?
Siempre he dicho que en mi vida hay tres cosas fundamentales: ser hija de Esperanza González (ama de casa) y Armando Martínez (repartidor de pan), dos personas humildes y sencillas que supieron darme el tesoro mayor de un ser humano: su cariño incondicional y haber descubierto en ellos los valores más importantes y necesarios para un ser humano.
Que en Cuba haya triunfado una Revolución como la nuestra y haber tenido 14 años de edad el 1° de enero de 1959 (cumplí los 15 el 19 de febrero), ya que, de no haber sido por el sistema de gobierno que —desde hace más de seis décadas— prevalece en nuestro país, jamás hubiera podido escribir para Radio Progreso, y menos aún, llegar a ser directora de programas […], máxime si entré como copista de libretos.
Haber contraído matrimonio, el 21 de septiembre de 1968, con el escritor Alberto Luberta Noy (1931-2016), Premio Nacional de Radio y Premio Nacional del Humor, con quien he formado una pareja donde prevaleció —sobre todo— el dúo amor-respeto. De esa unión, nacieron Aldo y Albertico, quienes, aunque de niños ni de adolescentes mostraron ninguna inclinación hacia la radio, llegaron un día a nuestro medio (Aldo en 1992 y Albertico en 1994).
En poco tiempo, se ganaron el cariño y el respeto de los compañeros y no por ser hijos de Cary y Luberta (al principio hubo algunos que, inevitablemente, lo pensaron), sino por su talento y valores personales […], y así, sin que ni ellos ni nosotros nos lo propusiéramos, formamos una linda familia de escritores radiales.
¿Por qué se inclinó por el medio radial?
Jamás tuve predilección por la radio. Es más, mi madre no me dejaba escuchar novelas radiales, porque encadenaban y le robaban tiempo al estudio. Y así, cuando sintonizaba alguna emisora, por lo general la Emisora de la Familia Cubana, era para escuchar música.
Fueron mis abuelas las que me arrastraron a ver novelas de televisión y también aquellos espacios de teatro que exhibía la pequeña pantalla insular antes de1959. Recibí clases de Comercio y de Piano. De Comercio me gradué; de Piano concluí teoría y solfeo y llegué hasta séptimo año.
Todo hacía indicar que mi camino iba a ser la música, pero no como intérprete, sino como profesora de Teoría y Solfeo, ya que, al inaugurarse el Conservatorio Alejandro García Caturla (muy cerca de mi casa), matriculé Acordeón.
Cuando terminé el primer año, me notificaron que me concedían una beca para continuar estudios en ese centro […], pero me doy cuenta de que, aunque siempre me ha apasionado la música, sabía que nunca iba a ser una buena pianista ni acordeonista.
Dos semanas antes de comenzar el curso escolar del año 1961 (17 de agosto), se me presentó la oportunidad de trabajar en Radio Progreso como copista de libretos.
Hice la prueba como mecanógrafa y me aceptaron. Recuerdo que el primer libreto fue el de una novela latinoamericana La vorágine, del escritor colombiano José Eustasio Rivera (1888-1928); y desde el primer momento, sentí el flechazo: la radio me cautivó. A partir de ahí, me hice el propósito de aprender alguna especialidad y la que más me gustó —en aquella ocasión— fue la de productora de mesa.
Un día conversé con el director Antonio («Ñico») Hernández Pérez (1909-1975) y el jefe de programación Juan Ramón («Tatica») González Ramos y les expuse mi deseo de aprender cómo se produce un programa radiofónico. Ellos me ofrecieron todo su apoyo.
El 4 de enero de 1964 me llaman «Ñico» y «Tatica» para preguntarme si me interesaba ocupar esa plaza, pero con el propósito de ir aprendiendo y que me superara.
Fue un gran reto, ya que si bien llevaba un tiempo y daba los primeros pasos en el aprendizaje de la profesión, estaba muy lejos de sentirme con el mínimo de capacidad para hacerlo, pero cuando uno es joven lo acompaña la osadía […], y acepté.
Me asignaron siete programas: Correo Campesino, En la tienda del pueblo, Fiesta guajira, Por nuestros campos y ciudades, Actualidad mundial, Cuba en el mundo y Aventuras del mar.
En esos espacios trabajaba con figuras de la talla de Carlos Felipe González Más, Julio Batista, Juanita Calderilla, Rolando Leyva, todo el elenco de cantantes y músicos de los programas guajiros y otros grandes del medio, que me fueron develando sus más íntimos «secretos».
Comencé sustituyendo a Rolando Leyva en la dirección de los programas campesinos, y en 1969, fecha en que Juanita Calderilla, directora en aquel entonces del espacio Por nuestros campos y ciudades, va a dar un viaje a México, y manifiesta que se iba tranquila si era yo la que la sustituía, porque ese era un programa que, por tratar de afecciones que padece el ser humano, había que amarlo mucho.
Así comencé a dar mis primeros pasos en la dirección de programas […]; posteriormente, pasé un curso para superación de directores con los maestros Odilia Romero, Oscar Luís López (1913-2007) y Marta Jiménez Oropesa (1919-2015).
De ellos, no solo aprendí la técnica de dirección de radio, sino también el amor al medio y la entrega total a la profesión. El curso era de lunes a viernes, por las noches, y ellos no cobraban ni un solo centavo por eso.
Y así pasé cuanto curso se presentaba […]; en 1973, cuando regresé de la licencia de maternidad (mi segundo embarazo), comienzo la dirección de dramatizados en el espacio Aventuras.
En mayo de 1975, me asignaron el espacio Novela Cubana […], y en 1979, el programa Agente Especial se trasladó definitivamente para Radio Progreso, ya que se trasmitía por Radio Rebelde y se retransmitía por nuestra emisora. Entonces, me nombraron su directora hasta el momento en que me acogí a la jubilación por edad, pero no al retiro.
Después, poco a poco, «como llega cojeando la verdad de la mano del tiempo», al decir del pensador heleno Annon, comencé a dirigir Teatro y Cuento […]. En esos años, también dirigí Grandes momentos de la humanidad.
¿Cuáles son sus géneros predilectos en ese medio masivo de comunicación?
Prefiero los programas dramatizados, ya que a través de ellos puedo llevar a la radio-audiencia historias que se desarrollan en diferentes escenarios, donde se ofrecen diversos temas que llevan —a quien tanto le apasiona ese género— mensajes que pueden llegarle de forma amena e indirecta […].
En el caso hipotético de que la vida la hubiera obligado a decidirse por escribir, dirigir o enseñar… ¿cuál de ellos seleccionaría?
Un día de 1988, me pidieron impartir un curso de Dirección de Programas de Radio, y primero pensé que estaban «medio chiflados». Pero […] después me decidí, y cuando me enfrenté a un aula me di cuenta de que me agradaba impartir clases; por eso, llevo unos cuantos años en la docencia. En el ISA, llevo más de dos décadas […], pero si un día tuviera que adoptar una decisión siempre diría: escribir y dirigir programas dramatizados en Radio Progreso.
De las muchas anécdotas acumuladas durante más de medio siglo de consagración en cuerpo, mente y alma a la literatura y la radio ¿Podría relatar alguna de ellas?
Ahora recuerdo una, que lo vincula a usted: cuando la Orquesta Aragón, la agrupación predilecta de mi difunto esposo, Alberto Luberta Noy, y mía, el escritor, locutor y realizador audiovisual, Luis Hidalgo Ramos, lo entrevistó para el espacio Todo Música, que sale al aire por la pequeña pantalla insular, y el Canal Clave lo retransmitió; lo vi las tres veces que se incluyó en la parrilla de programación del «Canal de la Música», porque me gustó mucho lo que usted dijo acerca de la trayectoria artístico-profesional de la Charanga Eterna, así como las originales anécdotas que relata en ese contexto audiovisual.
¿Algo más que desee agregar para que no se le quede nada importante en el tintero?
Ante todo, recomendarles a los «pinos nuevos», que el trabajo en los medios hay que amarlo con todas las fuerzas de nuestro ser […] y no me canso de reiterarlo. Darlo todo a cambio de la satisfacción de saber que a los fieles seguidores de nuestra emisora les gusta lo que hacemos, conocer que —en los resultados de las encuestas— nuestros programas gozan de aceptación popular. ¡Nada más […], por ahora!
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