
Carlos Bousoño (Boal, 1923 – Madrid, 2015) Fue un poeta y crítico español formado entre la influencia poética de Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. Cursó la carrera de Filosofía y Letras en Madrid, y ejerció la docencia en la Universidad Complutense de Madrid.
La primera etapa poética de Bousoño, con libros como Subida al amor (1943), Primavera de la muerte (1946), Hacia otra luz (1952) y Noche del sentido (1957), apareció en los años en los que predominaba la poesía social de Blas de Otero o Gabriel Celaya, aunque se alejó de los cánones que definían la poética de aquel período y se caracterizó más por un angustiado individualismo. Era —en palabras del propio autor— una poesía existencialista que desembocaba en una especie de búsqueda religiosa.
Primavera de la muerte, para Bousoño, reflejaba este sentimiento de sufrida e infructuosa busca. Invasión de la realidad (1962), en cambio, marcó la recuperación del mundo y de la realidad concreta gracias a una nueva actitud, lúdica y gozosa. Oda en la ceniza (1967) testimoniaba el renovado escepticismo del yo creador, que hallaba en la palabra poética la única posibilidad de salvación.
En la última etapa de la poesía de Bousoño —con La búsqueda (1971) y Las monedas contra la losa (1973)— se hizo más patente el cambio de estilo que ya se percibía en la anterior, con un lenguaje poético líricamente meditativo, pese a la presencia de estructuras en prosa que acentuaban el tono discursivo de las composiciones. Su poesía emocionada y serena manifiesta cada vez más una conciencia profunda de la existencia y del mundo… Carlos Bousoño, que perteneció a la Real Academia Española desde 1980, fue distinguido con el Premio Nacional de Poesía en 1989.
Selección de poemas
Camino
Aquí estás, camino de siempre,
hacia adelante, rota
la aspiración rosada, luna
que empalidece toda cosa.
Aquí estás y debes andar,
caminar como el agua absorta
por el torcido cauce, altos
los muros rojos, y a deshora.
Como el agua inmóvil transcurres
hacia un lejos, playa remota,
ya confusas historia y pena,
lejana la pena, la historia…
Canción para un poeta viejo
A Vicente Aleixandre
Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
la luz delgada del amanecer.
La luz delgada del saber callar,
del saber conocer y callar.
Del saber esperar, callar, seguir
hasta las olas del saber vivir.
Hasta las olas del saber amar
profundamente y como es quieto el mar.
Y como es quieto el mar se pone en pie
la insurrección del nunca moriré.
Y así tu ser, escrito en agua y sal
y en viento fue, y en todo lo inmortal.
Corazón partidario
Mi corazón, lo sabes,
no está con el que triunfa o que lo espera,
con el juramento mercader
que acecha el buen provecho,
se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,
busca ganancia en el abrazo,
obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,
cobra recibo por los amaneceres milagrosos,
por cambiante gracia del color
de una invisible rosa apresurada,
dulce y apresurada
como si fuese un hombre o una llama
o una felicidad humana: sí.
Mi corazón no está con el hombre que sabe
de la verdad todo lo necesario
para olvidar el resto de ella,
satisfecho del viento, poderoso del humo,
canciller de la niebla,
rey acaso, pero nunca de sí.
Dime que era verdad aquel sendero
Dime que era verdad aquel sendero
que se perdía entre la paz de un prado;
aquel otero puro que he mirado
yo tantas veces con candor primero.
Dime que era verdad aquel lucero
que se incendia casi a nuestro lado.
Di que es verdad que vale un mundo amado
y un cuerpo roto en un vivir sincero.
Di que es verdad que vale haber sufrido
y haber estado entre la mar sombría;
que vale haber luchado, haber perdido.
Haber vencido a la melancolía,
haber estado en el dolor, dormido,
sin despertar, cuando llegaba el día.
Elegía
Te he dicho que los hombres no contemplan
el puro río que pasa,
la dulce luz que invade las riberas
cuando fluye hacia el mar el agua casta.
Te he dicho ayer…Y yo veo ahora
fluyendo dulce hacia la mar lejana,
mientras los hombres ciegos, ciegamente
se embisten con furor de piedra helada.
Con desolada luz vas olvidado,
pero yo te contemplo, agua irisada,
silente amigo, y veo mi figura
triste, mirándose en tus aguas.
Amigo solitario:
esto te digo mientras pasas.
Repite luego mi voz triste
allá en las rocas desoladas.
Porque has de ver tierras estériles
y muertos sin remedio ni esperanza.
Visitas: 37
Deja un comentario