Carlos Pellicer llegó a La Habana para el «Encuentro con Rubén Darío», convocado por Casa de las Américas, que tuvo lugar entre los días 16 y 22 de enero de 1967, en el balneario de Varadero, provincia de Matanzas. Los invitados concurrían también como jurados del Premio Casa que pocos días después sesionaría en la capital.
El centenario del poeta nicaragüense reunió a intelectuales relevantes de América Latina. Por supuesto, nutrida fue también la presencia de intelectuales cubanos y de estudiosos y traductores europeos de la obra de Darío.
En cuanto a Pellicer, era posiblemente el de mayor edad, el de una obra más cuajada por el tiempo y la crítica. Nacido en 1897 (el día 16 de enero), tenía recién cumplidos los 70 años y lucía la cabeza rapada, tal cual lo retrató el caricaturista Juan David para la revista Bohemia. Su obra poética y su posición cívica ante la vida y la sociedad mexicana, le ganaban un respeto y prestigio enormes. Allí, el ilustre escritor expresó: «Darío fue y será siempre de América, de nuestra América, como le aprendimos decir a Martí».
Tanto él como los restantes invitados participaron intensamente en la vida cubana de entonces. Visitaron el astillero Victoria de Girón, en Cárdenas, y tributaron su esfuerzo durante una jornada de trabajo en áreas cañeras de central José Smith Comas, como parte del proceso productivo de la Zafra del Pueblo.
Memorable resultó el encuentro entre Félix Pita Rodríguez y Pellicer 30 años después de coincidir en el Congreso de Intelectuales Antifascistas, en el Madrid de 1937. La edición de la revista Bohemia del 17 de febrero de 1967 recoge lo que Pellicer declarara a Pita Rodríguez: «Creo en la sinceridad de los revolucionarios cubanos y deseo ardientemente que no haya dificultades nunca entre ellos. Que sigan unidos para bien de Cuba y ejemplo de nuestra América. Sin pasión, sin heroísmo, no hay alegría suficiente para hacer el bien a un pueblo entero. Tú lo sabes bien: soy cristiano».
Con una larga carrera como maestro de escuela, alfabetizador, político —elegido senador en 1976 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)—, Carlos Pellicer ganó el Premio Nacional de Literatura y Lingüística que le confirió su país en 1964 y fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1952.
Se afirma que fue el primer poeta verdaderamente moderno de México, un autor que incorporó el modernismo al estilo de vanguardia, que se nutrió de la belleza de la palabra y dio muestras de una fina sensibilidad.
De sus «Sonetos nocturnos» es el que sigue:
Tiempo soy entre dos eternidades.
Antes de mí la eternidad y luego
de mí, la eternidad. El fuego;
sombra sola entre inmensas claridades.
Fuego del tiempo, ruidos, tempestades;
sí con todas mis fuerzas me congrego,
siento enormes los ojos, miro ciego
y oigo caer manzanas soledades.
Dios habita mi muerte, Dios me vive.
Cristo, que fue en el tiempo Dios, derive
gajos perfectos de mi ceiba innata.
Tiempo soy, tiempo último y primero,
el tiempo que no muere y que no mata,
templado de cenit y de lucero.
Murió en México a los 80 años, el 16 de febrero de 1977, y se le sepultó en la Rotonda de las Personas Ilustres de México, donde se encuentra su estatua.
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Crónica incluida en el libro La Habana, un buen lugar para escribir, de Leonardo Depestre Catony, publicado por Cubaliteraria Ediciones Digitales.
Leer también Carlos Pellicer, el primer poeta moderno de México, disponible en nuestro Portal.
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