Carmen Serrano Coello (Sagua de Tánamo). Poeta. Licenciada en Filología. Miembro de la UNEAC. Ha publicado innúmeros poemarios, entre los que destacan, Por este medio, Por el cauce de mi río, Una paloma de espuma, Por aquí andan mis ángeles, Esas ovejas que nos balan dentro y Un remo contra el agua. Poemas suyos aparecen en numerosas revistas y antologías del país y algunas del extranjero. Obtuvo el Premio José María Heredia y dos premios en el concurso Regino E. Boti, con poesías infantiles. Finalista en el II Certamen Internacional de Poesía Sant Jordi 2006 con el libro Casa perdida en la memoria. El espacio El Autor y su Obra que auspicia el Instituto Cubano del Libro dedica este mes a esta escritora.
El lucero aquel
Salta un año las colinas del augurio y todos vaticinan
sobre un cielo construido con afanes
o pájaros de espíritus que alzan vuelo para buscar un sol
que se apaga tan solo de mirarlo.
En el sueño aparecen los suplicios y el débil gemir de torturados
que regresan a los sitios donde fueron felices,
hasta que les revierten con nuevos ataques las memorias.
Las alucinaciones sobre el lago traen su cristal de agua
pero la sed no muere en la contemplación.
Fascina el encuentro con la sombra nevada
que pone corona a la tanta soledad de los creadores.
Nadie entiende, dónde está escondido el fardo de los miedos
que presienten detrás de mí optimismo.
Ahora no están las palabras, los asombros,
ante este desafío para ganar espacio.
El sitio de la infancia desapareció
chamuscado por el fuego del tiempo
y esta nueva zona cae en tierra de nadie.
¿Acaso son solo alimento de dioses los frutos
de la huerta que cuidé contra la intromisión
de gusanos y moluscos?
Por allá están tañendo instrumentos de celos,
que convierten en ruidos profanos la armonía.
Caigo en éxtasis y convoco a Medea
para que duerma al dragón que me acecha.
Luego danzo, embriagada por la música que me brinda Casandra.
Profeta, ya no busques en mi mano el vaticinio.
El lucero aquel me está enviando señales.
Un árbol no me deja
La herencia modela bajo el sombrero nuevo,
persiste en su imagen de eterna colegiala
con perfume de nardo. Alas le brotan
que adormecen e inspiran
para que se monte la abuela en el prodigio
y escarbe la raíz que oculto con parches de recuerdo.
Este árbol no naufraga en mi laguna de añoranza,
no aviva el fuego que me quema los sonidos
con que me arrullan los sinsontes de las agudezas.
Los pájaros de las figuraciones trazan círculos raros
Hasta que llego a destinarlos de portón hacia un bosque
donde me alzo de pino o me derriba el viento
al que burlo cuando logro enderezarme.
Este árbol no se va de mi alegría,
viaja únicamente en el lento batir con que lo pulsa el aire
o en las profundidades del misterio cuya estirpe
me censura el embuste de la indiferencia.
La mirada del párvulo no sostiene el arrojo
ni abre los caminos a la superstición por la caída de las hojas.
La soledad no tiene amaneceres luminosos sino ramas
para esconderme de la picana del destino.
Ya no intento sonsacar a las abejas del tedio
para que expriman miel en mi infinito.
Pienso en la aurora o me planto en ella excluyendo el tiempo vivo
y la lucidez resiste el atropello. El desasosiego me incorpora
y desfilan por mi lado tropas clandestinas
que intentan destronar a las reinas de las inocencias.
Sordo a la tempestad, entra el rostro que amé,
vibra el vaivén de un cuerpo evaporado y se abre el páramo que crece
mientras adormecida busco la paz en el nido del árbol.
Armonía
Hay que cultivar nuestro jardín.
Voltaire
Esas aves que trinan su contento
acondicionan las meditaciones.
Soy la dueña feliz de esas visiones
que embellecen la gracia del momento.
No es surreal mi alegría sin tormento,
Breton no es inventor de mis reacciones,
ni abre castillo a las aspiraciones
de este mundo de paz que me consiento.
No soy Cándido, aquel del optimismo,
no es que todo ande bien en mi morada,
ni que lo individual haga el realismo.
Es que de mi interior saco la suerte
de una armonía en hechos solventada
que me ha de acompañar hasta la muerte.
Desde nuestro mundo
Con la cinta que las indiscreciones usan para medir
andan calculando el andar hacia metas en ocasionas desmoronadas,
bajo la capa endeble de riesgos fiscalizados
o las ráfagas de las creencias en el hecho del «no se debe hacer»,
como si todo estuviese dispuesto a obedecer sentencias.
Acordamos construir nuestro imperio
sin medir el antaño, el presente o lo que habrá de venir,
o disponernos a calcular absurdas realidades
o planificar destinos, migraciones o encuentros.
Existimos entre palabras o mensajes tan vívidos,
en inconclusos vestigios de normalidades diferentes,
como caricias, te quiero o similares arrebatos
o, para ser más reales, hacemos el ritual de las discusiones
que nos han acercado a un divorcio fantasmal que no logra rendirnos.
Hasta se hablaría de amnesia, profecías o traiciones,
no logrando incluir a quienes o a que, y por eso, y por todo
continuamos depurando la nobleza de nuestra aventura
nutrida con besos y abrazos virtuales o alguna otra especie de alegrías
sin permitir que las indiscreciones nos vulneren.
Para la aceptación de un sino irrefutable
Claro que no hay veneno más idóneo
que ese que nos inyectan los espectros del conflicto,
acaso ni la cicuta de Sócrates sería tan poderosa
para dejar sin aire los pulmones de la dicha.
Duele doblar la esquina sin saber qué hallaremos,
sentir que esa columna de tedio nos está interceptando,
que la memoria trae tenazas para cortar sonrisas
y nos hace el paso corto y perezoso.
Cuando el tiempo incita a contemplar luceros
y la palabra sale detrás de quien no escucha,
y la hora de dormir comienza a despertar los grillos de la ausencia,
y las limas para rallar los huesos trabajan sin descanso,
y tendemos los brazos buscando apoyo y tocamos el vacío,
es hora de aceptar que estamos y estaremos solos
sin remedio.
Mi árbol caminaba y camina
Me levanto con sueño porque anoche
salí a embrujar las sombras
que venían a robarme la paz
para posarla en la canasta del recuerdo.
Me vi transitar por calles sin destino,
tomada para un filme
cuyo rodaje se inauguró en el epicentro
de un astro indefinido donde la soledad crujía
mordida por el óxido del clima.
Y aquella disyunción de los viejos soldados,
que no pudieron disfrutar el triunfo, rompe los aires
y en el vacío mi abuela se queda sin mirada
cuando la niña (que fui) la empuja suavemente
hacia el viejo trono donde se ha quedado
(pienso) descansando.
Mi árbol caminaba y camina hasta el último sitio
donde habré de llegar. Dicen que la reina
no estaba en su aposento cuando el robo,
pero yo sí sufrí por el gran susto y fui a caer
en la alegoría del monarca con tanta turbación
que aún no reconozco donde habito.
De las llamas del pueblo surgió el paisaje agreste;
los románticos envidiarían la gran obra.
Pienso en la falta de luz que el retratista se ha perdido
y en las alhajas que volvieron al carbón.
El mercado campesino me saca la sonrisa:
Un simple fruto, un mamoncillo,
y de nuevo mi árbol.
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