Volumen 9 – carta nº 171
Madrid, 16 marzo 1888
Muy señor mío y de todo mi aprecio: Escribo á Vd. después de una lectura muy detenida de su magnífico tomo de Poesías, y deslumbrado aun por la impresión de tantas bellezas como en sus páginas se suceden. Hacía años que ningún libro de poesías modernas españolas me producía un efecto semejante.
Yo no tengo autoridad ni crédito para expresar aquí otra cosa que mi impresión personal, pero lo que de ella deduzco es que no ya Cataluña, sino España entera cuenta desde hoy con un gran poeta más, á quien yo creo que ni siquiera ha de perjudicar lo poco divulgado de la lengua en que se escribe. Sobre todo me asombra en todo, la dicción poética de Vd., la maravillosa fuerza plástica con que sabe dar bulto, realce y color á todo lo que describe, ora pertenezca al mundo de la realidad sensible, ora al de los caprichos fantásticos. La poesía de Vd. es imágen siempre, y como imágen vive de un modo más enérgico y distinto que aquel con que suelen vivir las creaciones poéticas más ó menos penetradas siempre por un elemento racional y abstracto. Lo que Vd. nos pone delante de los ojos, por excéntrico y por imposible que sea, lo, vemos, lo palpamos y lo sentimos inmediatamente. Yo no creo ni sostengo que ésta sea la única poesía, pero ésta la ha alcanzado Vd. completamente, sin distinción de asuntos, ora pinte escenas de la antigüedad clásica como en Indíbil y Mandoni y en Cleopatra, ora rasgos bíblicos como en Jael, en David y en María de Magdala, ora cuadros de la Edad Media como en el incomparable y sublime Año mil , ora emociones propias de las más difíciles de trasladar al papel y de las que en manos de otro cualquier artista menos sincero y menos amante de la naturalidad perfecta, no podrían escribirse sin que la retórica las profanase.
No voy a enumerar todas las bellezas que hay en el libro de Vd., que es en gran parte una serie de obras maestras á las cuáles irá dando su justo valor el tiempo, que abate lo mediano y dignifica lo grande. Tampoco me detendré en hacer ciertos reparos que Vd., que me conoce, comprenderá fácilmente que han debido ocurrírseme, ya sobre el catalanismo un tanto feroz y militante de algunas rarísimas composiciones, entre las cuales no contaré por cierto Lo cap d’En Josep Moragas, que es bellísima, que es una de las perlas del tomo, y que en medio de su energía selvática y tremenda, no traspasa los límites del recto, aunque durísimo, juicio que la Historia ha formulado ya sobre aquellos acontecimientos y sobre el triste monarca que abrió entre nosotros el siglo XVIII; ya sobre el sentido religioso de algunas composiciones, en lo cual tampoco insistiré porque está atenuado por el de otras, muy pocas, y porque ademas sería rigor excesivo juzgar con el criterio estrictamente teológico vagas aspiraciones poéticas. No extrañará Vd. tampoco que haga ciertas reservas (éstas ya enteramente literarias) sobre el humanismo patibulario de algunas composiciones, especialmente la confesión del verdugo, en la cual, como en otras, se nota cierto amor á la antítesis (estilo Víctor Hugo) que algunas veces conduce á lo sublime, pero que puede dar también en lo cómico.
Todo ésto es secundario y de ningún modo puede obscurecer ni por un momento las resistentes e inmortales bellezas del libro, que, á mi entender quedará como una de las más brillantes pruebas de que nuestra edad no era tan prosaica como algunos se la imaginan.
Como pequeña muestra de mi agradecimiento, envío á usted un ejemplar del último tomo que he publicado.
Y ahora vaya un ruego. Quisiera poseer las obras dramáticas de Vd.; conozco alguna, pero no he tenido ocasión de leerlas despacio.
De usted siempre afmo. s.s.q.b.s.m. y le ofrece su amistad
M. Menéndez y Pelayo.
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Tomada de: Epistolari de Angel Guimerá. Barcelona, Barcino, 1930, p. 77.
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Tomado de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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