
El 28 de abril de 1959 se funda la Casa de las Américas por ley del Consejo de Ministros, institución que juega un papel fundamental en la vida cultural de Cuba y el continente. Para conmemorar la fecha compartimos un texto sobre lo que ha representado la Casa para los escritores.
Apenas cuatro meses después del triunfo de la Revolución, Haydée Santamaría, nombrada su presidenta, dio a la institución un aliento de hermandad que la convertiría verdaderamente en la casa de los intelectuales del continente americano.
La Casa se involucró en el proceso de cambios culturales que estaban ocurriendo en Cuba y el continente siendo el epicentro alrededor del cual se aglutinaron escritores, intelectuales y artistas de todas las latitudes. Una de sus iniciativas más relevantes lo constituye el Premio Casa de las Américas, certamen que a partir de su primera edición en 1960, en la cual fueron jurados desde escritores consagrados como Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier hasta jóvenes promesas como Carlos Fuentes, ha contado con la presencia de más de mil intelectuales de varios continentes.
Muchos autores a quienes la vida condujo por los más disímiles rumbos (Juan José Arreola, Mario Benedetti, Kamau Brathwaite, Italo Calvino, Antonio Candido, Ernesto Cardenal, Fernando Henrique Cardoso, Camilo José Cela, Julio Cortázar, René Depestre, María Rosa Oliver, Nélida Piñón, Ángel Rama, José Saramago y Mario Vargas Llosa, entre otros) han legitimado, al participar como jurados en él, un premio empeñado en apoyar, inclusive, la creación en géneros no canónicos o en otras lenguas de nuestra América, además de estimular el esfuerzo de los nuevos escritores.
Nadie mejor que Eduardo Galeano, el autor de Las venas abiertas de América Latina, El libro de los abrazos y Memoria del fuego resumió desde la gratitud lo que representa Casa de las Américas para los escritores, artistas e intelectuales de Cuba, Latinoamérica y el mundo. Dijo Galeano en 2012, durante las palabras inaugurales en la edición 53 del Premio Casa:
Fe de erratas. Donde dice: 12 de octubre de 1492, debe decir: 28 de abril de 1959.
En ese día de abril fue fundada, en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América y las muchas Américas que América contiene.
La otra fecha, la de octubre, rinde homenaje a sus presuntos descubridores, esos que la historia oficial aplaude, pero ellos fueron más encubridores que descubridores: iniciaron el saqueo colonial mintiendo la realidad americana y negando su deslumbrante diversidad y sus más hondas raíces.
En cambio, la Casa de las Américas, nacida de la Revolución cubana, lleva más de medio siglo ayudándonos a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, y no con las miradas que desde arriba y desde afuera nos han humillado desde siempre.
Esta Casa es mi casa, la casa nuestra. Y porque así la siento, y así la sé, he sido y seguiré siendo su siempre amigo, de acuerdo con aquella definición de la amistad que nos legara Carlos Fonseca Amador, el fundador del Frente Sandinista: «El verdadero amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda».
Pero a veces no viene mal elogiar de frente, cuando no es por deber de cortesía, ni por hipócrita adulación, ni por miedo a la verdad.
Y entonces uno puede decir, pongamos por caso: gracias, gracias mil a la Casa de las Américas, por todo lo que ha hecho y hace para la revelación de nuestras energías creadoras, mil veces asesinadas y mil veces resucitadas. Y gracias, gracias mil, porque esas porfiadas voces renacidas, que nos hablan desde el pasado más remoto y desde el más cercano presente, han encontrado en la Casa un espacio de encuentro y una caja de resonancia que hasta entonces no existían.
Gracias, pues, mil gracias, por ese alimento de vitamina D, “d” de dignidad, que tanto nos ayuda a creer que el deber de obediencia, impuesto por los poderosos del mundo es, puede ser nuestra penitencia pero no es, ni puede ser nuestro destino.
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