Casi a las puertas del año 1923 —de gran significación para la vida política y cultural cubana por ocurrir la bien conocida Protesta de los Trece, liderada por el joven poeta Rubén Martínez Villena, y que constituyó una reacción revolucionaria contra los desafueros del gobierno de Alfredo Zayas— se fundó en La Habana, en marzo de 1920, una revista mensual titulada Castalia. Antología de poetas. El nombre asumido, exótico para nuestro trópico, evoca una encumbrada visión poética de los mitos de la cosmogonía y la épica escandinava. Sus primeros directores fueron Ramón Rivera Gollury, periodista y poeta de escasa valía, y más conocido en losmedios intelectuales con el seudónimo Roger de Lauria, y Paulino G. Báez. La jefatura de redacción — y después la subdirección— pasó a manos de Primitivo Cordero Leyva, natural de Baracoa, antigua provincia de Oriente, entonces residiendo en la capital y quien fuera activo miembro del núcleo de escritores que giraban en torno a Martínez Villena. Fue entonces que Andrés Núñez Olano —también amigo de este último, y como todos los citados, asidua presencia en el café Martí, en el que se reunían los jóvenes intelectuales de la época, entre ellos Regino Pedroso y el propio Rubén— se hizo cargo de la jefatura de redacción.
A este concierto de voces poéticas, que después se abrirían un espacio creciente en la vida cultural cubana, se unieron en estas páginas las de Nicolás Guillén, Agustín Acosta, Manuel Navarro Luna, Ciana Valdés Roig y Enrique Serpa, otro inseparable de Villena. Algunos de los citados —Pedroso, Núñez Olano, Serpa y, por supuesto, el auténtico Villena, entre otros— eran llamados «Los nuevos» por dos de los críticos literarios más concienzudos del movimiento literario entonces actuante: José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso, autores de una antología que ha marcado pauta en la historia literaria de Cuba: La poesía moderna en Cuba (1882-1925) (Madrid, 1926). Por titularse la revista Castalia. Antología de poetas, veamos qué expresaron ambos estudiosos en su mencionada obra acerca de este grupo de poetas que, en aquel momento, eran pocos conocidos. En el preámbulo a la amplia selección que da cuenta de estos «nuevos» afirman:
Por primera vez en Cuba, una generación de poetas de marcada juventud, se manifiesta con caracteres propios y orientación definida. Dentro del unanimismo contemporáneo —término de Romains, que expresa perfectamente el anhelo tan caracterizado en la hora actual de «verlo, sentirlo y adivinarlo todo»— acertarán a expresar sus observaciones, apresadas con ojos ávidos, frente al panorama múltiple e intenso de la vida contemporánea. Con marcadísimas excepciones, la torre de marfil carecerá de sentido, y por un camino o por otro, irán al encuentro de la multitud. […] Los poetas de este grupo, con raras excepciones, no han publicado libros, aun cuando todos anuncian sus primeras obras.
Ninguno de los poetas que publicaron en Castalia. Antología de poetas, tenía publicados libros y sus creaciones solo habían tenido espacios en revistas como Social, Chic, Smart, Atenea y, ahora, en la que surgía, de factura muy modesta, pero hecha gracias al esfuerzo y la presencia de quienes en años no muy lejanos serían figuras de primer nivel.
La voz, entonces con visos aun modernistas y hasta neorrománticos, de Rubén Martínez Villena, estuvo presente en esta revista con poemas que integrarían La pupila insomne, volumen no aparecido hasta el año 1940, seis años después del fallecimiento del poeta. «Página de la droga celeste» fue uno de los varios que aparecieron en esta inusual revista de perfiles antológicos, según reconocían sus editores:
Semilla del Ensueño, la gota milagrosa en una falsa muerte la Paz nos anticipa, y orna la paz de imágenes. El alma, que reposa la secular fatiga, ve cómo se disipa su gran Dolor en una voluta caprichosa. Humo que de la torpe materia la emancipa: ensaya el vuelo ansiado la triste mariposa a la crepitación caliente de la pipa... ¡Oh, la espiritualísima sensualidad del opio! En el laboratorio del universo propio se aduerme al fin la vieja demencia del análisis: y el fumador, que a ratos su embriaguez desintegra, hace brotar, luchando con la dulce parálisis, un vasto ensueño rosa de la píldora negra.
Regino Pedroso, que años después, en 1927, iniciaría la poesía de tema proletario en Cuba con su célebre «Salutación fraterna al taller mecánico», se entrega en este momento inicial de su creación lírica «a la contemplación maravillada de su yo», como advierten Fernández de Castro y Lizaso en la mencionada antología. Enamorado de la forma, a Castalia… entregó poemas como el titulado «Eternidad», donde es claramente visible el artista enamorado de lo fastuoso del verso, como se advierte en el siguiente fragmento:
Nada alteró mi grave serenidad. Yo estaba sobre el dolor, la vida, lo arcano y lo futuro, tal como una montaña de mármol inmutable, alzado en el camino, silencioso y desnudo. Indiferente, eterno, me miraron los astros, la noche, el mar, los vientos, los altos montes mudos; indiferente, eterno, como un mito hecho carne y hecho Dios ante el vértice descendente del mundo.
De Nicolás Guillén —que no figura en la antología que dio cabida a algunos de los poetas acogidos en las páginas de Castalia—, publicó poemas de un libro juvenil llamado Cerebro y corazón, que no vería la luz hasta 1965, obra concebida dentro de los cánones del modernismo, movimiento del cual participa nuestro Poeta Nacional, según ha expresado Ángel Augier, con sus virtudes y defectos.
Del jefe de redacción de Castalia, Andrés Núñez Olano, se recogió, entre otros, su poema «Sagitario», caracterizado por su suntuosidad y vitalidad. Coloco un fragmento:
Hombre desnudo en pie sobre una roca,
se alzó de pronto un alarido largo:
«¡A mí el ala orgullosa,
para la audacia hirsuta del asalto!»
Pues que en los cielos del Futuro
tiembla mi estrella entre todos los astros,
hacia el futuro.
Hasta mayo de 1921 se publicó Castalia. Antología de poetas, revista que tuvo la significación de comenzar a cribar voces desconocidas en nuestra poesía, pero, además, de dar a conocer poesías y narraciones de autores hispanoamericanos como los ya por entonces desaparecidos Rubén Darío, Juan de Dios Peza y Salvador Díaz Mirón, entre otros nombres. La revista estuvo imbuida de un afán selectivo no siempre alcanzado, pues, al menos los cubanos seleccionados, estaban todavía en un proceso de crecimiento que no vendría a dar frutos con perfiles más definidos hasta finales de la década del veinte y comienzos de la siguiente, cuando irrumpió el fenómeno de la vanguardia literaria a través de sus principales líneas: pura, negra y social.
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