“(…) Cuando hablo ahora de El Vedado, tan bien trazado y cerca del mar, su brisa limpia entrando por la trama de calles, girada precisamente para eso, de día por acá, de noche por allá, calles con números y letras, y Paseo y G, tan anchas, tan verdes”.
Al título Catalina, del escritor y connotado arquitecto y diseñador urbano Mario Coyula Cowley (1935-2014), corresponde la anterior cita referida al habanero barrio de El Vedado, acerca del cual dicho autor hace gala no sólo de sus vastos conocimientos referidos a la profesión que ejerció durante décadas, en relación con innumerables construcciones y estilos (de calles avenidas, solares, instituciones diversas, magníficos palacetes, viviendas pertenecientes a familias pertenecientes a la mediana y pequeña burguesía, y a otras de modestos recursos), sino también, y en lo esencial, a la corta e infeliz existencia –producto de innumerables prejuicios sociales y del matrimonio de ambos después–, de la pareja de Catalina de Lasa y de su segundo esposo Juan Pedro Baró, primeros dueños de la espléndida residencia ubicada en la avenida Paseo y las calles 17 y 19, además de hacer referencia a momentos y situaciones del contexto nacional de épocas muy posteriores.
En su libro, Coyula rememora la vida y los viajes de dicha pareja de la alta burguesía criolla, que fue centro de un escándalo a principios del siglo XX –anterior a la promulgación del divorcio en Cuba–, además de trasladar ficcionalmente, a través de un extenso recorrido personal por El Vedado, en imágenes y diálogos diversos, a aquella bellísima mujer –envidiada por todas y deseada por muchos, fallecida el 3 de diciembre de 1930, en París, a los 33 años de edad, y enterrada en el Cementerio de Colón de La Habana en espléndido mausoleo, hecho por Lalique (vidriero, joyero y escultor), a petición de su esposo Juan Pedro Baró (1861-1939). “(…) Pues es dulce recorrer con Catalina una Habana que no llegó a conocer, que tampoco existe ya, mujer y ciudad convertidas en sombras, yo en camino de convertirme sombra de mi propia sombra (…) en intento siempre destinado a burlar la muerte y el olvido”.
¿Cuál fue en síntesis la verdadera historia de esta pareja, tan profundamente enamorada, mas repleta de infinidad de obstáculos durante sus vidas para llegar a ser definitivamente felices?
Catalina estuvo casada con Pedro Estévez, hijo de Luis Estévez, connotado político de la naciente República cubana y de la benefactora del mambisado Marta González-Abreu, con quien sostuvo un matrimonio bastante infeliz y distante en su vida íntima. Tanto ella, como Juan Pedro Baró –magnate azucarero hijo de una acaudalada familia natural de la provincia de Matanzas y divorciado en primeras nupcias–, se enamoran y deciden juntar sus vidas, un verdadero escándalo en una mujer que aspiraba a divorciarse, no obstante, teniendo dos hijos, y a enfrentar asimismo las convenciones sociales y económicas, a las mismas que nunca antes otras muchísimas mujeres de igual clase y posición se atrevieron. Pero, “así empiezan los grandes amores, esos que duran cuando la carne ya no tira, y aún después”.
El arquitecto-escritor Coyula evoca en cada uno de los 25 capítulos en que divide su obra, su pertenencia a El Vedado e inconmensurable amor hacia este entorno mezclado con la presencia de una pareja que por su posición social, aunque finalmente llegó a contraer segundas nupcias –gracias a la anuencia de El Vaticano y, en específico, a la persona de El Papa–, no dejaron de ser infelices durante su efímero tiempo de entrega y pasión, y de estar empañada dicha unión por la acción del destino cuando Catalina decide partir: “leucemia que romató la obra corrosiva del lupus; otros hablan de pulmonía, quizás fue al revés, y hasta algunos tontos dijeron que era una intoxicación por pescado, aquel día mi último pensamiento (…) fue el inevitable. Todo ha terminado (…). Cuando pase el tiempo de verdad, ya no se sabrá exactamente cómo fueron esos ojos, nadie volverá a ver a este triste cuerpo eviscerado que poco ya se me parece, y si un fellah ladrón de tumbas, venido tras la huella de la arena roja que hice traer del Nilo para estucar los muros de la casona de Paseo, pudiese burlar un día la trampa mortal de las enormes puertas de granito negro en mi mausoleo, ya peligrosamente fracturadas, y una vez dentro, el sol multiplicado a través de mi rosa tallada por Lalique en vidrio malva de Murano no le quema la retina, ¿qué vería?”.
Catalina, un título de incalculable belleza literaria y de infinito amor hacia El Vedado, reparto habanero como pocos en el mundo, cuyas características rebasan fascinantes y exquisitas leyendas románticas, mancomunadas con historias reales a todo lo largo y ancho de muchos de sus rincones, calles, parques, avenidas y hasta su universidad, esculpidas con la sangre de valerosos jóvenes revolucionarios quienes aspiraban a una sociedad mejor y más justa y, al mismo tiempo, un llamado crítico y urgente a la necesidad de su cuidado y preservación por parte de nuevos actores sociales que, a diferencia de aquellos otros de existencias reales de otras épocas e involucrados en dicha obra ensayística, estén exentos de prejuicios sociales, raciales y de sexo. Como bien afirmara el autor: “Y en este camino hacia el olvido sólo se salvará La Habana o sus inquietantes ruinas, por donde un día nos movimos sin cruzarnos, yo tras Ella (…). ¡Qué poder tienen algunos nombres! Evocan, hechizan, exorcizan, atraen bendiciones o castigos terribles con sólo pronunciarlos”.
Visitas: 81
Deja un comentario