Hace 105 años, en 1919, se publicó en Rio de Janeiro el primer poemario de Cecília Meireles: Espectros, una colección de 17 sonetos de corte simbolista con temática histórica, mitológica o religiosa. Cleopatra, Judit, Sansón, Dalila, Juana de Arco y María Antonieta son algunos de los personajes que desfilan por las páginas de este libro, escrito a los dieciocho años por la poeta, que entonces acababa de graduarse en la Escuela Normal para Maestros.
Reconocida como una de las más altas voces de la poesía en lengua portuguesa y, en particular, de la poesía brasileña en el siglo XX, Cecília Benevides Meireles nació en Rio de Janeiro en 1901, y falleció en la misma ciudad el 9 de noviembre de 1964. Su poesía, aparentemente sencilla en la forma pero rica en imágenes y contenido, se caracteriza por su gran lirismo y por una profundidad emotiva y filosófica que a veces se revela sólo en la relectura.
Viagem, uno de sus libros mayores, vio la luz en 1939, y en ese mismo año recibió el Premio de Poesía de la Academia Brasileña de Letras. Otros poemarios suyos son Vaga música (1942); Mar absoluto (1949); Retrato natural (1949), Doze noturnos de Holanda e O aeronauta (1952), y Romanceiro da Inconfidência (1953), dedicado al movimiento independentista brasileño de 1789 en Minas Gerais.
Meireles colaboró en periódicos y revistas de Brasil, y durante un tiempo fue redactora de temas educacionales para el Diario de Noticias de Rio. En 1940 comenzó una actividad docente que la llevaría a enseñar en la Universidad de Texas y la Universidad Federal de Rio de Janeiro, entre otras, y a impartir conferencias sobre literatura brasileña en Portugal. Como docente promovió reformas educacionales y abogó por la construcción de bibliotecas infantiles: la primera de su país fue inaugurada en 1934, por iniciativa suya. También incursionó en la literatura para niños y jóvenes.
Prolífica traductora, Meireles sabía inglés, francés, italiano, alemán, ruso, español, hebreo, sánscrito e hindi, y llevó al portugués, entre otros, a Federico García Lorca, Jean Anouilh, Henrik Ibsen, Rainer Maria Rilke y Alexandr Pushkin. Por el libro Poesia de Israel recibió en Brasil, en 1963, el Premio Jabuti de Traducción Literaria; la Universidad de Delhi, en la India, le otorgó el título de Doctora Honoris Causa por sus traducciones de Rabindranath Tagore.
Por el conjunto de su obra, la Academia Brasileña de Letras le otorgó póstumamente el premio Machado de Assis.
En Cuba, la revista cultural camagüeyana Antenas publicó en 2005 un dosier de poemas de Meireles, al que siguieron otros dosieres en las revistas Unión (2005) y Amnios (2009) y en el portal Cubaliteraria, así como la antología poética Apenas una rosa, publicada en 2013 por la editorial Arte y Literatura con selección y traducción mías. De esa antología he seleccionado tres poemas para compartirlos con nuestros lectores:
Presentación
Aquí mi vida está — esta arena tan clara con diseños de andares dedicados al viento. Aquí mi voz está — esta concha vacía, sombra de sonido que sufre su propio lamento. Aquí está mi dolor — este coral quebrado, sobreviviendo a su patético momento. Aquí está mi heredad — este mar solitario que de un lado era amor, y del otro era olvido.
Aire libre
La niña translúcida pasa. Se ve la luz del sol por dentro de sus dedos. En su nariz brilla el coral del día. El arcoiris lleva en cada hebra del pelo. En su piel, madréporas que dudan pintan leves alboradas de neblina. Se le evaporan los vestidos en el paisaje. Es apenas el viento que por las alamedas va llevando su cuerpo. A cada paso, una flor; a cada movimiento, un pájaro. Y cuando se para en el puente, las aguas todas van corriendo, en verdes lágrimas, hacia dentro de sus ojos.
Arlequín
La gran sala estaba siempre vacía. El piano, a veces, se quedaba abierto, Y exhalaba un aroma antiguo de madera, seda, metal. Las estatuas aseguraban sus mantos, mirando y sonriendo, altas y blancas. Y yo paraba y oía el silencio: el silencio está hecho como de muchos cascabeles, leves, pequeñitos, campánulas de flor con brisa y rocío. Cuando abrían las cortinas, por el vitral multicolor el sol pasaba, y se quedaba en el sofá como un largo Arlequín. Mi corazón latía casi al mismo son de aquel reloj de cristal que se veía brillar entre sus breves columnas blancas y doradas. En aquel sofá el Arlequín de luz dormía.
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