Cuando repito que «Celestino te cambia la vida», no emulo la popular franquicia gastronómica de «Masterchef». Quiero decir que cualquier acción, aun la más pequeña, abre o cierra una puerta.
Hace 24 años y abandonado el sueño de la escritura, me convencieron de mandar un cuento al concurso, recién nacido de los buenos propósitos de la Asociación Hermanos Saíz en Holguín. La suerte me favoreció, y el premio me abrió un camino. También lo hizo para la literatura de esta región, tenida hasta entonces como tierra de poetas.
Cada año, espero con ansia la celebración del certamen, que a partir del año 2006, amplió su convocatoria a un libro de cuentos. Así como la técnica favoreció la visualidad de los libros y la calidad de la edición, el premio Celestino de cuentos creció a la sombra de Ediciones La Luz, que desde 1997 cumple el «encargo social» de promover, imprimir y comercializar la llamada joven literatura, si tal cosa existe.
Por casi un cuarto de siglo he visto el modo en que se va armando el evento, con un fervor, una ilusión y un romanticismo inusuales. También he visto las borrascas, que tampoco hacen naufragar el barco de las letras. El concurso que debe su nombre a una de las cuatro mejores novelas de la década de 1960, según la crítica, rebasa los escollos, se impone al contexto y sale adelante. A pulmón.
La gente cree en él, lo desea. Se pudiera componer un pequeño Guinnes de récords con aquellos nombres que repiten una y otra vez, hasta lograr el triunfo; también con los que siguen enviando sus cuadernos a la lid, contra todo pronóstico. Porque el Celestino avala, establece, cualifica…
¿Cuáles son las razones del éxito? La seriedad de la convocatoria, la exigencia en la elección del jurado, la «suculencia» del galardón, que lleva diploma, obra de arte donada históricamente por el maestro Cosme Proenza, publicación por el sello de la AHS y metálico… aunque el año en que se «desmetalizó» el premio fue el que más concursantes tuvo.
Otro punto a favor está en la eficaz promoción del Celestino, que utiliza profusamente los medios de comunicación, provinciales y nacionales, y las redes sociales, sin soslayar el apoyo de las instituciones culturales y las organizaciones políticas, cuya colaboración recaba tenazmente, sin esperar a que les caiga como maná del cielo.
¿Cómo lo hacen? Con organización, planificación, ideación colectiva y fiscalización, dedicándole al Celestino tiempo y neuronas, pues detrás de las conferencias, exposiciones, charlas, recitales y presentaciones artísticas de otras manifestaciones; tras el glamur, las trasmisiones en streaming y los ramos de flores, se esconde una maquinaria recia, metálica y resoplante, que me recuerda la imaginería del género llamado steampunk.
La calidad del premio Celestino de cuento tributa al tiempo, el talento y la exigencia implicados en su concepción y ejecución. Revela el sentido de pertenencia que involucra al bien dirigido colectivo de La Luz, donde hasta el último empleado siente que hace libros y organiza un concurso.
Pervive por su capacidad de mutar y reciclarse, de correr a tono con el contexto, tal como la relectura de la novela de Reinaldo Arenas, Celestino antes del alba, por artistas talentosos, nos ha entregado esa visualidad alucinante y fantasmagórica que caracterizó la edición reciente. «Ese es mi Celestino», confesó el autor del niño atómico, el cocuyo-dron, el pozo transdimensional, los collages floridos. He ahí la respuesta.
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Tomado de ¡ahora!
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