Cuando comenzó el curso escolar de 1970-1971 en la antigua Escuela de Letras y Artes (hoy Facultad de Artes y Letras), entraba al aula 16 del cuarto piso el profesor de Literatura General Rolando López del Amo, quien fue el primero de que iban a cubrir el primer año de la carrera. En ese mismo local y en el mismo asiento, iba yo a cursar toda la licenciatura. Llamémosle a eso constancia: cinco años de cambios radicales en mi vida, sentado en el mismo lugar. López del Amo se fue enseguida a las lides directivas de la Universidad y luego al servicio diplomático, y en su lugar quedó otro poeta, Adolfo Martí Fuentes (12 de junio de 1922-10 de junio de 2002). Adolfo arriba a su centenario, no debe pasar por alto su mérito poético.
Nos divertimos mucho con sus clases, se hizo célebre un examen por el que alguien había convertido en asunto policial la pérdida de un diamante, en el Cándido de Voltaire. Adolfo Martí nos hacía penetrar en la letra sin sangre y de manera no aburrida, y propiciaba unos debates estupendos, como aquel sobre Rimbaud, en el que su bondad hizo que yo, tímido y huidizo por entonces, tuviese un papel protagónico mediante el primer texto que escribí para «conocimiento público», ya con cierto valor ensayístico (el primero, nunca publicado, fue sobre Rubén Darío sin uso escolar). No lo he olvidado nunca. Como no olvido mi mueca, hija de cuántos prejuicios malsanos, cuando su hijo y mi condiscípulo Carlos Martí Brenes me invitó al lanzamiento de un libro ¡de décimas! de su padre, el profesor Adolfo Martí, que había ganado el primer premio otorgado por el entonces recién nacido Concurso 26 de Julio, para libros escritos en esa estrofa.
Ya sentados en aquel sitio de lanzamiento (la sala de la Casa de la Cultura de Calzada y 8), algo nos ocurrió a algunos integrantes de la entonces juvenil promoción nacida entre 1946 y 1950, y Alrededor del punto marcó para nosotros un hito, fue un libro de importancia en nuestra propia vocación poética, me atrevo a decir que trajo un momento de giro para los que, de pronto, nos vimos inclinados a las dos formas clásicas más tradicionales de la poesía cubana: la décima y el soneto. Queríamos en lo más íntimo (y con la intimidad a flor de piel) reaccionar contra el ya para nosotros gastado coloquialismo, contra el prosaísmo que se hacía excesivo, y hallamos en el libro de Adolfo Martí Fuentes (en otros de Félix Pita Rodríguez y de Eliseo Diego, fundamentalmente), aliento y orientación, brújula lírica.
El profesor dejó de serlo pronto y pasó a funcionario de la cultura, en tanto a muchos de nosotros nos siguió interesando más su trayectoria como poeta que los avatares circunstanciales de cargos o relieves directivos. El poeta publicaba a cada rato: Por el ancho camino (poesía para la infancia, 1978), Puntos cardinales (Premio Julián del Casal de 1979), Contrapunto (1980), La hora en punto (1983), Libro de Gabriela (poesía para la infancia, 1985), Puntos de vista (ensayos, 1988), Júbilo de enero (1995), El árbol del retorno (1992 y México 1999), Fabular (poesía para la infancia, 1999). Alrededor del punto tuvo dos reediciones luego de la de 1971: en 1982 y en 1996. Y el poeta siguió palpitando: lo demuestra Sonetos fieles (2002), para el cual me pidió un prólogo, me honró con ello.
Es curiosa la supervivencia del soneto y de la décima espinela por encima de las modas y de la conmoción vanguardista del siglo XX, por encima incluso de los aires de renovaciones y experimentalismos formales. No hay dudas de que ambas formas líricas son el «fuerte» o la «trinchera» de la obra poética de Martí Fuentes. Pero Alrededor del punto tuvo reacciones encontradas entre los cultivadores tradicionales de la espinela. Los populares, los repentistas, los cantores de espinelas no quedaban contentos con el ajuar de rupturas y expansiones formales que Martí Fuentes ofrecía a la estrofa. Los poetas más jóvenes, sin miradas creativas hacia la oralidad, vieron (vimos) en este libro un resplandor de lo que se podía hacer en materia poética con la viejísima y siempre lozana estrofa. En tal sentido, este poeta desempeñó un papel renovador, capaz de presentar caminos-otros ante la abundante poesía de verso libre y prosa del coloquialismo.
Muchos años después, tantos como poco más de treinta, Adolfo reunió su creación sonetística en el poemario ya mencionado: Sonetos fieles, y dividió su libro en cuatro partes: «Elogio del soneto», «Soneteros», «Sonetinos» y «Sonetos fieles». Si en la primera lo metapoético se atenúa por el sentido irónico, hasta humorístico con el cual el poeta se enfrenta al hecho poético y a la vida misma, en el segundo hay todo un juego de amor que ya el título entraña: son – et – eros, canción y Eros, poemas de amor. Las otras secciones reúnen textos un tanto más ocasionales, dedicados a hijos, nietos y a niños varios, o también a figuras revolucionarias, a personalidades muy destacadas. Puede ser que el poeta pretendiera con este libro hacer para el soneto lo que ya había hecho para la décima en 1971, pero el soneto en Cuba había tomado muchos caminos, sobre todo en la generaciones de creadores nacidos entre 1946 y 1975. De modo que el libro de Martí Fuentes no tuvo la repercusión notable que sí alcanzó Alrededor del punto.
Sonetos fieles no es un simple pase de cuentas de sesenta años cultivando este conjunto estrófico, sino unas memorias organizadas en sonetos y por ello un testimonio de hombre vivo, de hombre del siglo XX. Ese hombre fue fiel al soneto y a la décima, por medio de los cuales se halla lo mejor y más significativo de su obra. Cerremos esta evocación de centenario con una bella y atípica décima suya: «Narciso suicidándose», construida sobre la base del sonido de la rima asonante en los versos pares:
Hay que construir un hombre
con la impaciencia de un niño.
Hay que construir un padre
que sea su propio hijo.
Hay que hacer el yo nosotros
Y el nosotros un yo íntimo.
Hay que sembrar y sembrar
y sembrar hasta el olvido,
para construir el padre
que sea su propio hijo.
Con esa décima antológica, el poeta Martí Fuentes dejó estrofa viva, suficiente para aparecer en cualquier rigurosa antología de la estrofa. Muestra la agilidad de la espinela para expresar cualquier contenido, siempre que haya detrás un poeta de ley, capaz de dominarla a la perfección. Ante los cien años de Adolfo Martí Fuentes puede decirse que dejó memoria, vida útil tras sí, obra de calidad y el mérito de haber vivido para el bien y la belleza.
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