Un español nacido en Fermoselle —municipio perteneciente a la comunidad autónoma de Castilla-León—, en 1876, Ricardo Veloso[1], llegó a Cuba en 1896 y sirvió en el Cuerpo de Sanidad Militar durante la Guerra de Independencia. En 1910 abrió la librería Cervantes, que alcanzó relevancia. En 1925, junto con otro editor, Jesús Montero, fundó la revista Cervantes y, de modo independiente, creó el «Premio Cervantes» para estimular anualmente la mejor novela publicada en Cuba. Al año siguiente su librería se unió a otra muy reputada: La Moderna Poesía y se constituyó Cultural S. A., la mayor empresa editorial cubana. Veloso estuvo entre los fundadores de la Institución Hispanocubana de Cultura y viajó a otros países para difundir el libro cubano. Fue presidente de Honor de la Cámara Cubana del Libro. Su labor como editor incluye títulos de las más diversas materias. En 1954, año en que falleció, se creó en su honor el Premio «Veloso». De su autoría dio a conocer el folleto, cuyo título abrevio, Defensa de la librería y el libro cubano…, aparecido en 1946.
La revista Cervantes apareció en mayo del citado año 1925. Surgió como «Revista mensual ilustrada» —según se leía en la cubierta—, pero en su portada aparecía como «Revista mensual ilustrada de literatura. Arte. Ciencia». Más tarde fue «Revista bibliográfica mensual ilustrada». En sus comienzos estuvo dirigida por Luis García Triay, sustituido por Rafael Pérez Lobo; y en 1932 los números que salieron entre enero y junio, estuvieron bajo la dirección del ensayista Félix Lizaso, quien había ocupado un lugar destacado como editor de la Revista de Avance (1927-1930). Otros directores fueron Alberto Sánchez, Luis de Miguel y Luis de Loperena. Pérez Lobo se hizo cargo desde julio de 1937 hasta su desaparición con el número correspondiente a enero-mayo de 1946.
A pesar de la irregularidad que la caracterizó, la revista Cervantes tuvo una vida bastante larga, si se tienen en cuenta los avatares por los que atravesaban las publicaciones periódicas en aquellos años. En sus páginas aparecieron notas y anuncios de libros que estaban a la venta en la librería, generalmente acompañados de una nota crítica.
Lo que más distinguió a la publicación fue la labor divulgadora que hizo en torno a la literatura española, pero sin dejar de lado la cubana. También publicó trabajos sobre historia del arte, gramática, lingüística, sobre historia universal y algunos dedicados a la mujer. Contó con excelentes colaboradores: Juan Marinello, Manuel I. Mesa Rodríguez, Félix Callejas (más conocido por su seudónimo Billiken) y Aniceto Valdivia (que igualmente publicaba bajo seudónimo: Conde Kostia). También publicó trabajos de numerosos y reconocidos autores españoles, tanto del siglo xix como de lo transcurrido del xx.
Uno de sus colaboradores habituales fue el poeta y ensayista matancero Fernando Llés (1883-1949), cuya obra lírica publicó en libros conjuntos con su hermano Francisco (1888-1921), fallecido tempranamente debido a un atentado político. Títulos como Crepúsculos (1909), Sol de invierno (1911) y Limoneros en flor (1921) se destacan entre los mejores. Poetas románticos ambos, Fernando se inclinó más al ensayo con títulos como La higuera de Timón. Consejos al pequeño Antonio (1921), La metafísica en el arte (1922), A la sombra de Heráclito (1923) y La escudilla de Diógenes. Etopeya del cínico (1924). En el primero y el tercero asoman elementos de cierto escepticismo y se asoma la influencia del filósofo Nietzche, aunque es preciso subrayar que conoció y despreció la falsedad manipulada por diversos intereses. Criticó asimismo la hipocresía, considerada por él como el núcleo de la moral de su época.
Llés fue poeta de sensibilidad puramente romántica, muy influido por las Rimas de Bécquer, pero más acentuadamente por el mexicano Juan de Dios Peza, de quien le viene su interés por cultivar una lírica acentuadamente filosófica, el mayor de los hermanos Llés entregó a Cervantes algunas de sus mejores composiciones, como las tituladas «Horas de aldea» y «Mis viejos limoneros», esta última del libro Limoneros en flor. Helas aquí:
Horas de aldea
Retozona y alegre, en los henales la loca turba de rapaces juega; de la vieja casona solariega la lluvia tiembla sobre los cristales. Gime el viento en los viejos robledales; la lluvia funde, en la cercana vega, la blanca nieve; el agua de la riega quiere invadir los huertos vecinales. Junto a las llamas que en el llar oscilan, mozas y viejas en sus ruecas hilan; solloza, allá en la cuesta, una campana; prosigue de la lluvia el tintineo y ya, en el corredor echado leo la historia de Gil Blas de Santillana.
Mis viejos limoneros
En el ocaso rosa, gris intenso en el llano;
ora el viento en las ramas; todo grito es solemne;
y hasta estas soledades, entre la tarde indemne,
llega el lúgubre ruido de un tambor africano.
Hay silenciosas luchas y largas agonías.
Me abstraigo, y soy objeto, soy cosa: todo reza;
en sí mismo se acoge todo con su tristeza,
y hay un triunfo de sombras y melancolías.
En el ambiente tiembla la canción de los grillos;
se borran en el campo las formas de los trillos;
al borde de las sendas duermen los limoneros;
mugen los toros entre las viejas heredades,
y por sobre el silencio que hay en las soledades,
como una flecha cruza la voz de los monteros.
Con estas y otras muestras de escritores cubanos, la revista Cervantes tuvo una notable incidencia en la divulgación de las literaturas española y cubana, pero fue ejemplo del interés por promover la lectura y por hacer del libro cubano un objeto de interés social. Sin dudas Ricardo Veloso, su promotor, fue un empresario exitoso y también un hombre muy motivado por intereses culturales, que supo sobreponer, en ocasiones, a los económicos, en aras de que el libro cubano ganara espacios de preferencia.
[1] Los datos acerca de esta figura los tomo del Diccionario biobibliográfico de escritores españoles en Cuba (La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2010, p. 225), de la autoría de Jorge Domingo Cuadriello.
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