No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes,
ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!
Charles Bukowski
Jugador, drogadicto, alcohólico, ese fue Heinrich Karl Bukowski, el que contaminó a casi toda la generación de 1990 en Cuba con su realismo sucio. De lo que se puede dar fe, es que nunca fue un mentiroso, porque hablar de sí mismo es lo que siempre hizo.
Si me permitieran en este artículo escribir todo en letras minúsculas lo haría, porque así lo hizo. Desde la gráfica nos sumerge en ese submundo, subcultura, para decirnos que ahí estábamos. Pero cuidado, es muy fácil caer en lo sucio, escribir, quizás, desarrapado. Bukowiski nos dice: «esto existe, pero no es aquí donde debemos estar».
Erecciones, exhibiciones e historias generales de locura ordinaria, Música de cañerías, Hijo de Satanás, son títulos que ya nos hieren, están para eso. Dentro de ellos las escenas más escatológicas que puedas imaginar: el poeta apretándose una espinilla con pus, el poeta acostándose con una muñeca plástica, durmiendo en un banco con indigentes… Todo escrito en una aplastante primera persona; solo allí, cuando el poeta viola a una niña en compañía de otros niños, se aleja. En tercera persona confiesa y es apaliado por los mismos guardias que lo apresan.
Tenía una voz común, como los antiguos vaqueros del oeste, a pesar de ser un emigrante alemán. Nutrido, mayormente, de Los Ángeles, creó a la perfección, con pocos adjetivos, la atmósfera de esta ciudad californiana.
Siempre rebelde, sin causa o con ella, dejó la mala bebida por el vino bueno cuando ascendió en la escala social y las mujeres vinieron a él por su fama. Pero su literatura no fue mejor como cuando era un verdadero marginal. Aquel que un día, con una ulcera reventada, tiraron, como un saco de papas, adentro de una ambulancia donde ya había una pira, y donde la última persona, que aguantaba todo el peso, era una negra que rezaba a su dios por no morir. En ese instante hizo el poeta un acto de benevolencia: tragarse el vómito sangriento para no escupirla.
No escapó de la crítica mordaz hacia él mismo, ni siquiera frecuentando a personalidades como Madonna y Mickey Rourker. «Trabajo bien durante botella y media, después de eso soy como cualquier viejo borracho en un bar: un tipo repetitivo y pesado»
Como nuestro Bola de Nieve, no hay términos medios, o lo odias o quieres a este hombre que murió el 9 de marzo de 1994 víctima de una neumonía oportunista, ya que estaba débil por la leucemia. Con 74 años, Bokowski, duró más tiempo que el pronosticado por sus médicos. En ese período de enfermo descubrió que podía escribir sin tomar y sin llevarse un cigarrillo a los labios, pero ya era tarde.
Entró a su sepultura vistiendo de una manera informal, acompañado por monjes budistas y en el trayecto su ataúd por poco se cae. «Estar frente a la muerte es vigorizante» –dijo en una de sus constantes reflexiones.
Pájaro azul
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?
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