Fragmentos de la entrevista realizada a Haydée Santamaría por el escritor y periodista Jaime Sarusky
A las once y ocho minutos de una mañana desacostumbradamente habanera por lo aplomada, fría y gris, encontramos a Haydée Santamaría en el primer piso de Casa de las Américas. Para quien no conociera su singular personalidad podía parecer extraño y hasta sorprendente que fuera ella la que preguntara dónde estaríamos más cómodos para realizar la entrevista e incluso que cooperara en la instalación de un cable adaptado a la grabadora. Se sentó en un sillón —un sillón que apenas mecería en el curso de la entrevista— del despacho que comparte con el pintor Mariano Rodríguez, subdirector de Casa de las Américas. Sobre la mesa donde estaba situada la grabadora colocó una sencilla carterita de donde sobresalía su inseparable aparato inhalador para el asma. Todavía después de formularle la primera pregunta sobre las circunstancias en que fue creada Casa de las Américas, Haydée conversaría sin formulismos, con la espontaneidad y la pasión que la caracterizan, de distintos temas. Luego, retomando el hilo de la pregunta, dijo:
Aquí había una institución que llamaban Sociedad Colombista Panamericana, la cual se suponía que tenía que ver con los escritores. Cuando vinimos en 1959 aquí nos dimos cuenta de que se trataba de un fraude. Pedía presupuesto para esto y lo otro. Cogían dinero aquí y allá. El Ministerio de Educación se hizo cargo de la institución. Yo trabajaba con Armando (Hart) en el Ministerio y me encomienda que venga para acá. Designé entonces a unas personas para que se informasen de todo lo que había aquí y para que sugirieran lo que podría hacerse. Pensamos que podría crearse una institución que sería cubana y a la vez latinoamericana. Permanecí tres meses aquí y me propusieron dirigir ese nuevo organismo.
Así surge Casa de las Américas: como una necesidad cultural, un organismo, si se quiere, de intercambio con los gobiernos de América Latina. Pero cuando vi que casi todos los gobiernos del continente, con excepción de México, rompían sus relaciones diplomáticas con Cuba, empezamos a crear los mecanismos para que Casa de las Américas pudiera seguir existiendo a pesar del aislamiento que nos imponían. Incluso me entusiasmé más. Una mezcla un poco rara. No es que yo quisiera que rompieran relaciones con Cuba, pero veía en el hecho un desafío que nos obligaba a luchar, a trabajar duramente. Además, me preocupaba sobre todo que el rompimiento aislara a Cuba de su cultura, de la cultura de toda Nuestra América, no solo de la América Latina, porque también somos muy caribeños. Todos los pueblos de esta América somos una misma cosa. Y me indigna: rompen con nosotros, ¿hasta cuándo?, y así por muchos años, no sabremos nada de Guatemala, ni de Chile, ni de Bolivia o de Perú, países con una gran tradición, con similares raíces.
Me di cuenta del papel tan importante que podía desempeñar Casa de las Américas. Pertenecemos a este país. Somos hijos de esta Revolución, y Casa de las Américas nace con la Revolución. Iniciamos contactos e intercambios con organismos culturales latinoamericanos que no estaban oficializados. Establecimos relaciones con ellos. Son cientos de organismos de todo tipo: bibliotecas, galerías, orquestas sinfónicas, grupos de teatro, editoriales. Así logramos, aunque parezca mentira, que no se rompiera totalmente el lazo cultural con nuestro continente.
Se nos ocurre entonces crear el Premio. Lo convocamos en 1959, vinieron los jurados, y a principios de 1960 se otorgó por primera vez. Luego, en el momento más feroz del bloqueo, Casa de las Américas siempre recibió intérpretes que representaban la auténtica música de sus pueblos, como los Parra de Chile (Nicanor y Violeta), Viglietti de Uruguay o Mercedes Sosa de Argentina. Vinieron escritores y artistas plásticos. Y cuando solo teníamos relaciones con México, a Casa de las Américas no dejó de llegar la literatura, el teatro, la plástica o la música de todas partes del continente. Recibimos a los creadores o sus obras y en el caso del teatro venía un director o un dramaturgo. Y nace la revista Conjunto para difundir las obras y las actividades teatrales de los grupos en América Latina y servir de vínculo entre ellos. Si en aquel momento Casa de las Américas no desempeña su papel, los creadores se hubieran visto totalmente aislados del continente, sin saber qué estaba sucediendo en América Latina.
Cuando Haydée Santamaría habla de la Casa de las Américas suprime el artículo la: «venir a Casa», «invitado por Casa», como si por un sutil mecanismo la Casa fuera para ella mucho más que la institución: como si Casa fuera decir Revolución, Cuba, América Latina, nuestra cultura común, su hogar, la propia Casa.
Pero, Haydée, ¿cuándo y cómo empezaron a atraerle los problemas de América Latina?
Te decía que yo soy de un centralito donde el tiempo parecía detenido y uno se podía permitir el lujo de pensar mucho en aquellos tediosos días. Por eso primero creí que mi patria era ese centralito —el antiguo Constancia, hoy Abel Santamaría—; después me pareció que mi patria era Encrucijada, el pueblo más grande; luego, mientras estudiaba un grado superior en la primaria, creí que mi patria era Las Villas; vi posteriormente que mi patria era Cuba: pero más tarde, muy jovencita, sentí que mi patria era este continente, porque así me lo hicieron sentir Martí y Bolívar. Como pudiera decir hoy que mi patria se ha ensanchado un poco más y ya no es esta América solamente, sino la humanidad. Estaba clarísimo Martí, como siempre, cuando dijo que patria es humanidad. De todos modos somos internacionalistas sin límites. No importa si se lucha en Angola, en África, hay siempre algo que nos acerca…
Usted se refería a ese tema hace un momento cuando explicaba la lucha que libraba desde Casa de las Américas por acercar entre sí las culturas del continente…
Precisamente, vimos que era necesario crear un vehículo para lograr esa comunicación; crear una revista que debía ser latinoamericana. No era tan fácil esa tarea. Salieron los primeros números hasta 1964. Pensábamos en una revista seria, que podría politizarse sin dejar de ser cultural. No teníamos a quién designar para dirigirla y entonces viene Retamar para acá. Recuerdo que yo no sabía cómo proponerle que viniera a dirigir la revista y así se lo decía a Marcia (Leiseca), entonces secretaria ejecutiva de la Casa. Cuando se lo digo a Retamar este da un brinco y dice: «¡Lo que he soñado toda la vida, hacer una revista literaria!». Y, claro, no nos fuimos quedando atrás porque nada se debe quedar como nace, todo tiene que crecer y desarrollarse. Y la revista Casa crece también como lo exige cada momento. A través de ella se expresan los escritores del continente y nos llega lo que está aconteciendo. Es una revista difícil de hacer porque es literaria y no deja de ser política. Muchas veces la elogian y otras veces le ponen reparos. Pero creo que una de sus características es que no le tememos a la polémica. Después de todo, la polémica nos sirve para medir nuestras fuerzas. La Revolución es muy fuerte, pero tiene que enfrentarse a un enemigo poderoso: el imperialismo. Y un artículo polémico no le arranca un pelo a un cubano. En muchos casos, ese artículo es de un escritor con una magnífica posición política; quizás no coincida con mis puntos de vista, pero si es interesante lo publicamos y ese debate es saludable.
Así, pues, se va haciendo la revista; después vamos trabajando en otros aspectos. Ya Mariano estaba en Casa a cargo de la Plástica; Galich del Teatro; empieza la Biblioteca. Pero pienso que debe ser una Biblioteca especializada en los problemas de nuestro continente, capaz de servirle a los estudiosos de adentro y de afuera. Hoy la Biblioteca cuenta con más de setenta y siete mil volúmenes, casi todos dedicados a América Latina. En las cuestiones de música tenemos aquí a Argeliers León, un especialista. Pero en un departamento de esa naturaleza se nos plantea un problema: hay que preguntarse, ¿qué música? ¿Cuál es la verdadera música mexicana? ¿Cuál la peruana? ¿Cuál es la auténtica música chilena o venezolana? Los problemas de la música son muy amplios. Están muy ligados al ser humano, porque el que no canta se mueve que es un fenómeno, sobre todo en Cuba, ¿no? Ahora estamos publicando el Boletín de Música y algún día tendremos una revista, un día no muy lejano. Aquí hemos celebrado encuentros de músicos (como también de artistas plásticos, teatristas y escritores). Hay un proyecto de editar discos con música latinoamericana. Ahora, te repito, ¿cuál es la verdadera música latinoamericana? Ni los mismos musicólogos se han puesto de acuerdo. Está la llamada folclórica que debemos recoger, y la llamada de contenido que, aunque no es folclórica, parte de raíces muy propias. Con los discos que hemos editado siempre ha habido controversias: que si es o no verdadera música latinoamericana… pero sin esas controversias no se aclararían las cosas.
Si hay una afición profundamente arraigada en Haydée Santamaría —quizás más que afición, hábito cotidiano, constante—, es la lectura. Todavía recuerda las largas jornadas de lectura, a veces hasta la madrugada, de su niñez y su adolescencia, y las reprimendas familiares para que se acostara a dormir. Leía ávidamente Los miserables, El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros. Nos dice que leía como lee hoy, incansablemente. Comenta o intercambia opiniones sobre los libros con sus allegados o colaboradores cercanos.
Pero de todas sus lecturas, ¿recuerda el libro que le haya impresionado más?
Eso depende de las épocas. La isla de los pingüinos, de Anatóle France, me impresionó mucho cuando lo leí en la cárcel; al cabo de los años lo volví a leer y ya no me impresionó tanto. Creo que los libros impresionan, más o menos, según las circunstancias y el momento. Por ejemplo, cada vez que uno lee a Martí descubre algo nuevo. Yo tenía sus Obras Completas en la cárcel. Incluso no las terminé de leer. Las dejé en el segundo tomo y las marqué. Recuerdo haber leído que Martí fue una vez a una galería y le impresionó mucho un cuadro. Al margen de ese párrafo escribí: «Alguna vez estaré no en una galera sino en una galería y tendré que ver ese cuadro».
Ya que hablamos de libros, ¿recuerda cómo fueron creciendo la Biblioteca de la Casa y el Departamento de Canje?
Creamos la Biblioteca, actualizada constantemente, que se especializa sobre todo en arte y literatura del continente. Quiere decir que los estudiantes de Letras, de Humanidades, los escritores e investigadores, pueden trabajar allí con los materiales y la información actualizada de América Latina; pueden encontrar las mejores revistas y las que no son tan buenas. A pesar del bloqueo nos llegan obras de Uruguay o de Bolivia, de Ecuador o Nicaragua. Porque la labor de canje no se ve. Pero sin el trabajo de canje no tendríamos la biblioteca que tenemos. Y por tanto, ni la revista Conjunto ni el Boletín de Música podrían disponer de materiales, ni la Biblioteca estaría tan actualizada. Además, se daba a conocer en el continente lo que se producía en Cuba. Queríamos que Cuba no se aislara de las formas artísticas y culturales del continente y conseguimos que el continente tampoco se aislara de Cuba. Así es como las novelas, los libros de cuento o de poesía de los escritores nuestros llegaban a América Latina; obras y revistas que reflejaban nuestra realidad. El mecanismo que creamos dio resultado: en el terreno de la cultura, ni el continente se aisló de nosotros ni nosotros del continente. También les llegaba nuestra música. A muchos lugares llegaba nuestra plástica —aunque solo fuera a través de los carteles que hacíamos en Cuba—. A Cuba llegaron, invitados por Casa de las Américas, artistas, escritores, incluso un dirigente campesino quechua: Saturnino Huilca. Un peruano obtiene el Premio de Testimonio relatando la vida de este dirigente. En Cuba no se sabía qué era un quechua. Huilca vino a Cuba, después regresó a Perú y le habló a todos de esta tierra. Ahora publicamos una obra en quechua y en español. De esta forma, el quechua, un idioma de este continente, cuya escritura no habíamos visto siquiera, se da a conocer también. Del Caribe hemos publicado valiosas traducciones, en un número especial de la revista Casa; e incluso el Premio de la categoría angloantillana en su idioma original.
Así que ya no es solamente América Latina; se amplían y desarrollan los vínculos culturales con toda nuestra América.
La tarde gris y fría ha avanzado. Reclaman a Haydée, y sale del despacho. Desde una ventana entreabierta vemos las crestas blancas de las olas alzándose varios metros para luego caer despedazadas más allá y más acá del muro del Malecón. Sobre la mesa, intactos, permanecen unos bocaditos y todavía ella, lejos de mostrar signos de cansancio, parece aun más animada. A pesar del brusco cambio de temperatura no ha tocado el inhalador. Haydée regresa. Nos trae dos casetes, pues sabe que tal vez no sea suficiente la reserva de que disponemos. Y de repente, por una inevitable asociación de ideas, pienso en la combatiente; en su firme voluntad y espíritu disciplinado, que se mezclan con la forma espontánea y acogedora tan característica en ella.
Haydée, ¿cómo conjuga sus tareas de dirigente, miembro del Comité Central, del Consejo de Estado y directora de la Casa de las Américas con su vida hogareña?
Como lo conjugan las mujeres trabajadoras de este país: mis hijos, mi hogar, el trabajo, lo que es hoy la vida de una trabajadora, casada, en Cuba. Lo que no entiendo es la vida de una mujer que no trabaje, porque me pongo a pensar cómo sería mi vida si yo no trabajara. Tengo dos hijos y he criado cuatro más, por lo tanto son seis. Y ya hoy no tengo problemas, son todos hombres y mujeres. Pero en la época en que fueron pequeñitos… yo no te diría que ha sido Casa de las Américas la que me ha dado problemas para atenderlos, han sido tareas de otro tipo: congresos, conferencias, viajes que he tenido que hacer. Aunque para mí ha sido menos difícil que para cualquier mujer. Lo veo entre las mismas compañeras de Casa, que a las cinco de la tarde ya están locas por ir a buscar a los muchachos al círculo. Y yo recuerdo que iba, dejaba a los seis muchachos en casa con Libia, y podía regresar a trabajar. Pero no todo el mundo tenía esas facilidades.
Se equivoca quien piense que la entrevista con Haydée Santamaría puede seguir el tradicional y socorrido cauce de preguntas y respuestas. Su palabra viva entra en el tema tratado y lo agota; pero, a veces, repentinamente, lo enriquece con una digresión matizada por el relato de una anécdota, un juicio personal o la descripción de un episodio humorístico. Si la interrumpe, sin duda se privará de una vívida narración de nuestra historia revolucionaria o, tal vez, del lúcido análisis de una personalidad artística o literaria de nuestro mundo y nuestro tiempo. En la agenda, todavía se nos quedaban rezagadas dos preguntas.
[…]A juicio suyo, ¿cuál ha sido la contribución de Casa de las Américas a la cultura latinoamericana?
Creo que en varias oportunidades ha desempeñado un papel importante con los escritores y artistas latinoamericanos. Ha dado a conocer a muchos escritores que hoy tienen nombre en el continente. Claro, mediante la Revolución Cubana se dan a conocer, excepto los ya maduros, los consagrados. En Europa se desconocía la literatura latinoamericana. No solo la de los jóvenes, hasta la literatura clásica del continente. La Revolución logra que allá se interesen en la América Latina y también en su literatura y sus escritores. Así, en un momento dado, la Editorial Casa de las Américas es un vehículo muy importante porque no solo publica a los escritores ya conocidos, sino que da a conocer a los jóvenes inéditos que antes tenían que separar una cantidad de su salario para costearse la edición, digamos, de un libro de trescientos ejemplares. Pero a ese mismo escritor, Casa lo publica en la colección La Honda, de autores contemporáneos, y lo da a conocer en América Latina, incluso lo buscan en su propio país, donde es apenas conocido. Además, en la revista Casa se publica la crítica a un libro de ese autor, o una colaboración suya. Sabemos de la lucha de esos escritores, los sacrificios que hacen. Ha sido una contribución a la cultura que los propios escritores reconocen. Para nosotros, ha sido grata esa contribución.
Al Premio Casa se envían anualmente seiscientas o setecientas obras. Los Premios ahora son doce. Si se trata de una obra de teatro no premiada, pero que el Jurado estima que tiene valor para ser puesta en escena, la enviamos a un grupo o grupos de teatro de Cuba y América Latina para que la conozcan y la monten si así lo desean. Otras obras de cualquier género, con calidad para ser publicadas, las enviamos a editoriales con las cuales sostenemos relaciones, y recomendamos que se las atienda. Hemos cooperado y queremos seguir cooperando porque no olvidamos lo que era nuestro país antes del triunfo de la Revolución.
Hay escritores de una gran honestidad, que no se entregan a la presionante comercialización que existe y no son capaces de escribir un capítulo pornográfico para que su novela tenga más venta. Dicen lo que tienen que decir, con la crudeza o violencia necesarias, pero no hacen concesiones a ese tipo de comercialización. La vida del escritor en nuestro continente es muy dura. Escritores de una gran calidad, como Mario Benedetti, han logrado imponerse: pocos escritores tienen su obra y, sin embargo, todavía Benedetti no puede vivir de sus derechos de autor.
Nuestros vínculos con los escritores latinoamericanos han sido muy estrechos y muy positivos, porque no cabe la menor duda de que en América Latina la gran mayoría son cuando menos antimperialistas. Los escritores que vienen invitados por Casa de las Américas lo hacen por la Revolución, por venir a Cuba. Claro, cuando vienen la primera vez, ya quedan amigos de la Casa, y luego, además de amigos, son colaboradores nuestros. Aquí han visto y oído todo lo que han querido ver y lo que han encontrado mal y estaba mal se lo hemos aceptado, porque nunca les hemos ocultado nada. Siempre les decimos la verdad: «Mire, esto anda mal, esto otro está feo, aquello está bueno, ¿quiere ir?». Los invitados de Casa andan solos por ahí.
Buscan, quieren ver por sí mismos y luego hacerse un juicio. Y han hablado la verdad de lo que han visto aquí: la educación, la salud pública, los grandes logros de la Revolución. Pero también han hablado del racionamiento. Han tratado de comprar algo y se les ha dicho que ese artículo está por la libreta. Les hemos explicado qué es la libreta y han comprendido perfectamente, porque también saben que en sus países el pueblo no tiene el poder adquisitivo de este país ni existe la misma equidad de distribución.
La Revolución Cubana es determinante para la literatura latinoamericana, por lo menos para su difusión. Es la Revolución la que despierta ese interés, tanto en América Latina como en Europa. Después de la Revolución aparece ese afán por conocer la literatura de nuestro continente. Y es cuando Europa nos reconoce. Y subrayo ese reconoce.
[…]Ahora, de nuevo se hace presente la contradicción entre el cuestionario previo y las respuestas espontáneas: una entrevista a Haydée es varias entrevistas posibles, pero el oficio obliga.
Volviendo al tema de la Casa, Haydée. No nos ha hablado aún de la importancia de las ediciones, de los diseños de esas publicaciones, que por cierto, algunos son de excelente calidad, ni de la labor del CIL o Centro de Investigaciones Literarias, ni del Departamento de Teatro.
Bien. Creo que con respecto a América Latina las ediciones Casa tienen una importancia incalculable. De las universidades, tanto de Cuba como de otros países del continente, recibimos constantes peticiones. Las necesitan los estudiantes, sobre todo los de Humanidades. Así que se trata de dar a conocer nuestra literatura. La literatura siempre refleja la vida de los pueblos, y era necesario divulgarla en América Latina y otros países. En general, la literatura latinoamericana era desconocida del gran público. En los países socialistas era poco conocida —con la excepción de Vallejo, Neruda, Guillén y otros. Pero ellos rebasan la literatura latinoamericana, ya son universales.
Cuba, por medio de Casa de las Américas —las ediciones, los Premios— ha dado a conocer a los escritores y a la literatura de nuestro continente. Por ejemplo, aquí estuvo recientemente Víctor Volski, director del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Con personas como él, hemos podido difundir muchas de esas obras. La novela de Soler Puig, Bertillón 166, que obtuvo el Premio en 1960, fue traducida a varios idiomas en los países socialistas. Y también se han traducido y publicado muchas otras que no fueron premiadas. Aquí hemos conversado con los agregados culturales de los países socialistas acerca de los escritores latinoamericanos. No sería exagerado decir que Casa de las Américas ha desempeñado un papel importante en la difusión de la literatura del continente. Y así debe ser.
Contamos con un Departamento de Diseño que desde hace quince años lo dirige Umberto Peña, y efectivamente, como tú has dicho, algunos de sus trabajos están muy bien logrados. Considero que la mayor creación de ese departamento ha sido que en los años más difíciles de nuestro país, cuando algunas veces por necesidad y otras por despreocupación no se le daba importancia al diseño gráfico, para los diseñadores de nuestro departamento lograr una obra con la máxima calidad fue tarea fundamental. Con los pocos materiales que tenían sacaban lo mejor. Si para la editora era importante el contenido del libro, para el Departamento de Diseño lo más importante era el diseño. Con esto quiero decirte que siempre se trató de coordinar las dos cosas, porque no había contradicción en escoger entre contenido y diseño.
Igual logramos hacer afiches de verdadera calidad para nuestras exposiciones. Por otro lado diría que nuestro Centro de Investigaciones Literarias (CIL) ha hecho un gran trabajo. Benedetti ha desempeñado sus funciones con mucha eficiencia.
Cuando él tuvo necesidad de irse de Cuba lo sustituyó Trini (Trinidad Pérez), una compañera muy joven. El personal con que cuenta el CIL es escaso. Pero los compañeros allí trabajan con rigor. Hay que ver la cantidad de Valoraciones Múltiples que han hecho. Porque nadie calcula cuántas cosas hay que hacer o a cuántas personas hay que consultar o entrevistar para confeccionar una Valoración. Durante dos o tres años se han insertado en el CIL algunos estudiantes universitarios. Después los reclaman, porque los necesitan como profesores. Y yo he dicho que se les debe permitir que vayan, porque el profesor es muy importante. Además, yo no soy directora de Casa de las Américas solamente. Me siento parte de todo el proceso revolucionario, y tengo que tomar en consideración dónde será más útil o necesaria la persona.
Por otra parte, tenemos relaciones con el movimiento teatral latinoamericano.
Muchas veces se considera que traer un grupo de teatro es lo más importante y no siempre es así. La revista Conjunto publica las obras y comenta la labor de los grupos latinoamericanos. De ese modo se valoran los grupos, sus formas y estilos, y se conocen las obras que se están representando. Sería más fácil traer un grupo de teatro y que presente tres o cuatro obras en Cuba. Y, sin embargo, desearíamos traer grupos. Por ejemplo, hay uno mexicano, creo que se llama Teatro-Café o Café-Teatro. El grupo está compuesto por cuatro o cinco actores y un cantante de un alto nivel, y creo que sería positivo presentarlo en nuestro país.
[…]La entrevista toca a su fin. Para mí han pasado las horas sin advertirlas. Mientras Haydée hablaba, he seguido sus palabras apasionadas o serenas donde siempre está presente la unidad de los pueblos de Nuestra América fundidos en una sola y múltiple cultura socialista. Bien le escribía el Che en cierta ocasión: «Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis…». Y ahora, mientras toma la carterita con el inhalador para el asma que no tuvo necesidad de utilizar, creíamos percibir, aun en su singular y atrayente personalidad, en muchas de sus ideas, en su particular modo de abordar los problemas de nuestro mundo de hoy, en su inextinguible rebeldía, el sello que distingue a más de una generación de cubanos: el sello de Fidel.Visitas: 101
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