No sé si antes de despedirse, aquel 14 de julio de 2014 en Johannesburgo, Nadine Gordimer tuvo la oportunidad de repasar su vida, pero si lo hizo, debió sentir la gravidez de una convicción profunda que la acompañó durante sus 90 años de existencia, desde que vino al mundo en Gauteng, el 20 de noviembre de 1923.
Esta mujer sudafricana pudo haberse enclaustrado en el territorio de las letras donde conquistó merecida fama —fue junto a Doris Lessing la autora de su país más publicada internacionalmente en la segunda mitad del siglo XX y sobre ella recayó el Premio Nobel de Literatura en 1991—, pero, como afirmó alguna vez, «en nuestra época son pocos los que pueden mantener el valor absoluto de un escritor sin referirse a un contexto de responsabilidad».
De piel blanca, hija de un matrimonio de origen hebreo, aprendió bien pronto, por sí misma, que su gigantesca y rica nación no podía ser un coto exclusivo para unos pocos, y menos que estos ejercieran la violencia racial sobre los hombres y las mujeres de los pueblos originarios de la región. En defensa de esos principios militó activamente en el Congreso Nacional Africano (ANC), luchó por la libertad de Nelson Mandela y alzó su voz contra el apartheid.
Justamente nació a la vida literaria en 1949 con la colección de cuentos Cara a cara, poco tiempo después de que la discriminación por el color de la piel quedara consagrada por las infames regulaciones del apartheid. Pero fue con los relatos de La suave voz de la serpiente, en 1953, cuando comenzó a expresar sus inquietudes sociales y su desacuerdo con la segregación.
El régimen del apartheid prohibió la circulación de varios textos suyos, como las novelas Ocasión de amar (1963) y El último burgués (1966), pero no pudo acallar su voz insumisa y apagar la aureola con que se hizo notar en la vida literaria más allá de las fronteras sudafricanas. El encono surgió a partir del éxito en 1958 de la novela Mundo de extraños, cuya protagonista, una inglesa llamada Toby, cultiva la amistad con un hombre negro quien le permite descubrir el verdadero carácter del apartheid.
En el ámbito de la lengua inglesa constituyó un hito la publicación, en 1974, de El conservador, prontamente traducida a más de veinte idiomas. Cuenta la vida de Merhing, un hombre blanco y rico que compra una granja algo distante de Pretoria, donde vive y trabaja, para blasonar de ella. Sin embargo, como sin quererlo, se asoma al entorno de sus vecinos negros y de su capataz Jacobus, una realidad que le incomoda y de la cual trata de desasirse apelando a una barrera emocional que se desmorona.
Cuatro años atrás, cuando encontré a Gordimer en la Feria Internacional de Libro de La Habana, le pregunté acerca del impacto de El conservador en Sudáfrica y respondió: «Pensé que la clase media blanca, afrikaaner, no la había leído, pero al caer el apartheid muchos se me acercaron para decir que habían pasado por el mismo proceso que el protagonista de mi novela. Pero lo más sorprendente para mí fue saber que otra novela mía, La hija de Burger, había llegado clandestinamente a manos de Mandela en la prisión».
En esa oportunidad comenté cómo algunos escritores, después del Nobel, tendían a congelar los arrestos de su creación literaria, pero en su caso era muy evidente que ello no había ocurrido, si se tiene en cuenta cómo dos de sus mejores piezas —Un arma en casa (1998) y Atrapa la vida (2005)— vieron la luz con posteridad a la proclamación de la Academia Sueca.
«No creo en los premios, sino en el trabajo, y creo más aún en la posibilidad de la escritura para transmitir ideas y abrir nuevas ventanas al entendimiento. Derrotamos al apartheid, pero falta mucho para que la humanidad, la que me rodea, se reconcilie con la verdadera condición humana, y eso siempre será motivo de inspiración para contar historias».
Ya desde mucho antes Gordimer se había identificado con las realidades y esperanzas de los cubanos, de quienes tuvo una primera noción en los días de la gesta de Girón. Durante su participación en la Feria del Libro, declaró: «El bloqueo de Estados Unidos contra Cuba debe cesar. Es una forma de opresión».
También la escritora se sensibilizó con el caso de los cinco luchadores antiterroristas cubanos injustamente condenados en Estados Unidos. Al respecto dijo: «El espectáculo para llevarlos a la corte no fue serio. Vengo de un país que por muchos años sufrió el apartheid y la falta de justicia, pero hemos podido vencer todo esto. Para mí es muy difícil entender cómo los Estados Unidos son capaces de ignorar totalmente esta situación».
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Tomado de Granma.
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