
Carlos Drummond de Andrade (Itabira, Brasil, 1902 – Río de Janeiro, 1987) Poeta y narrador que figura entre los más grandes líricos brasileños del siglo XX y cuyo libro Alguma poesia dio inicio a la renovación del modernismo en su país. En 1925 fundó, con otros escritores, A Revista, alrededor de la cual se formó el núcleo modernista de Minas Gerais. En esos años entró en contacto con los líderes del movimiento en São Paulo, los escritores Mario de Andrade y Oswald de Andrade y la pintora Tarsila do Amaral.
Carlos Drummond de Andrade inició su actividad literaria militando en las filas del modernismo, propugnando el retorno a la realidad y rechazando toda forma de influencia extranjera en la cultura brasileña. En su primera obra, Alguma poesia (1930), domina, en efecto, la poesía de la vida cotidiana y local. Las costumbres y tradiciones de su tierra natal son evocadas sin hacer ninguna concesión al lirismo romantizante, refrenado por una fina ironía, que se revelará como una constante de sus obras.
En Brejo das almas (1934), el lenguaje poético se hace más personal, acentuándose el «humour» e iniciándose el proceso de introspección, el sentido de la soledad y la desazón; expresiones poéticas de este acercamiento son Sentimento do mundo (1940), Poesias (1942) y A rosa do povo (1945), uno de los mejores ejemplos de poesía social y popular de la literatura brasileña, obras todas ellas en las que el poeta denuncia la deshumanización del mundo y manifiesta su confianza en el advenimiento de un mundo mejor.
Surgen de este modo Claro enigma (1951) y Fazendeiro do ar (1954), poemarios en los que se atenúa la violencia de la denuncia. Los últimos volúmenes publicados, entre ellos Poemas (1959), Liçao de coisas (1962), Versiprosa (1967), Menino antigo (1973) y As impurezas do branco (1973), vuelven a confirmar la conciencia artística de Carlos Drummond de Andrade y la constancia de su búsqueda formal y semántica.
Selección de poemas de Carlos Drummond de Andrade
Canto órfico
La danza ya no suena, la música dejó de ser palabra, el cántico creció del movimiento. Orfeo, dividido, anda en busca de esa unidad áurea que perdimos. Mundo desintegrado, tu esencia reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos desaprendidos de ver; y bajo la piel, ¿qué turbia imporosidad nos limita? De ti a ti, abismo; y en él, los ecos de una prístina ciencia, ahora exangüe. Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio en torno de su núcleo. Y restan pocos encantamientos válidos. Quizás apenas uno y grave: en nosotros tu ausencia retumba todavía, y nos estremecemos una pérdida se forma de esas ganancias. Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi, brazos del no-saber. Oh fabuloso udo paralítico sordo nato incógnito la raíz de la mañana que tarda, y tarde, do la línea del cielo en nosotros se esfuma, tornándonos extranjeros más que extraños. En el duelo de las horas, tu imagen atraviesa membranas sin que la suerte se decida a escoger. Las artes pétreas recógense a sus tardos movimientos. En vano: ellas no pueden ya. Amplio vacío un espacio estelar contempla signos que se harán dulzura, convivencia, espanto de existir, y mano anchurosa recorriendo asombrada otro cuerpo. La música se mece en lo posible, en el finito redondo, donde se crispa una agonía moderna. El canto es blanco, huye a sí mismo, ¡vuelos! palmas lentas sobre el océano estático: balanceo del anca terrestre, segura de morir. ¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos y conmovidos miembros naturales y límpido reinaugura el ritmo suficiente que, nostálgico, en la nervadura de las hojas se limita, cuando no forma en el aire, siempre estremecido, una espera de fustes, sorprendida. Orfeo, danos tu número de oro, entre apariencias que van del vano granito a la linfa irónica. lntégranos, Orfeo, en otra más densa atmósfera del verso antes del canto, del verso universo, lancinante en el primer silencio, promesa del hombre, contorno aún improbable de dioses por nacer, clara sospecha de la luz en el cielo sin pájaros, vacío musical a ser poblado por el mirar de la sibila, circunspecto. Orfeo, te llamamos, baja al tiempo y escucha: solo al decir tu nombre, ya respira la rosa trimegista, abierta al mundo.
(Versión de Jorge Gaitán Durán y Dina Moscovich)
El mundo es grande y cabe
El mundo es grande y cabe
en esta ventana sobre el mar.
El mar es grande y cabe
en la cama y en el colchón de amar.
El amor es grande y cabe
en el breve espacio de besar.
En mitad del camino había una piedra
En mitad del camino había una piedra
había una piedra en la mitad del camino
había una piedra
en la mitad del camino había una piedra.
Nunca olvidaré la ocasión
nunca tanto tiempo como mis ojos cansados permanezcan abiertos.
Nunca olvidaré que en la mitad del camino
había una piedra había una piedra
en la mitad del camino en la mitad del camino
había una piedra.
(Versión de Rafael Díaz Borbón)
Los que sufren
Las plantas sufren como nosotros sufrimos.
¿Por qué no habrían de sufrir
si esta es la llave de la unidad del mundo?
La flor sufre, tocada
por la mano inconsciente.
Hay una ahogada queja
en su docilidad.
La piedra es sufrimiento
paralítico, eterno.
Nosotros —animales— no tenemos
ni siquiera el privilegio de sufrir.
No, mi corazón no es más grande que el mundo
No, mi corazón no es más grande que el mundo. Es mucho más pequeño. En él no caben ni mis dolores. Por eso me gusta tanto contarme a mí mismo por eso me desvisto, por eso me grito, por eso frecuento los diarios, me expongo crudamente en las librerías: necesito de todos. Sí, mi corazón es muy pequeño. Solo ahora veo que en él caben los hombres. Los hombres están aquí afuera, están en la calle. La calle es enorme. Más grande, mucho más grande de lo que yo esperaba. Mas en la calle tampoco caben todos los hombres. La calle es más pequeña que el mundo. El mundo es grande. Tú sabes como es grande el mundo. Conoces los navíos que llevan petróleo y libros, carne y algodón. Viste los diferentes colores de los hombres, los diferentes dolores de los hombres, sabes cómo es difícil sufrir todo eso, amontonar todo eso en un solo pecho de hombre… sin que estalle. Cierra los ojos y olvida. Escucha el agua en los vidrios tan calmada. No anuncia nada. Sin embargo, se escurre en las manos, ¡tan calmada! va inundando todo… ¿Renacerán las ciudades sumergidas? ¿Los hombres sumergidos -volverán? Mi corazón no sabe. Estúpido, ridículo y frágil es mi corazón. Sólo ahora descubro cómo es triste ignorar ciertas cosas. (En la soledad de individuo desaprendí el lenguaje con que los hombres se comunican). Otrora escuché a los ángeles, las sonatas, los poemas, las confesiones patéticas. Nunca escuché voz de gente. En verdad soy muy pobre. Otrora viajé por países imaginarios, fáciles de habitar, islas sin problemas, no obstante exhaustivas y convocando al suicidio. Mis amigos se fueron a las islas. Las islas pierden al hombre. Sin embargo algunos se salvaron y trajeron la noticia de que el mundo, el gran mundo está creciendo todos los días, entre el fuego y el amor. Entonces, mi corazón también puede crecer. Entre el amor y el fuego, entre la vida y el fuego, mi corazón crece diez metros y explota. —¡Oh vida futura! nosotros te crearemos.
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