Hermann Hesse (Calw, 1877-Montagnola, 1962) fue un poeta, novelista y pintor cuya obra literaria está compuesta por más de 40 libros publicados que le valieron el reconocimiento del Premio Nobel. Su obra indagó en temas como la búsqueda de la autorrealización y la espiritualidad; utilizó en ocasiones el seudónimo de Emil Sinclair.
En 1895 fue aprendiz de librero en Tubinga y trabajó como tal en Basilea a partir de 1899. Después del éxito de Peter Camenzind (1904) se instaló a orillas del lago de Constanza dedicado a la literatura. En 1911 viajó a la India, más tarde se fue a vivir a Berna y finalmente a Montagnola, cerca de Lugano. Peter Camenzind (1904) puede ser considerada un arquetipo del género conocido como «novela de formación», de escritura reflexiva y melancólica, sobre un joven que llega del campo a la ciudad para acabar huyendo de la cultura urbana y regresar a la naturaleza y la vida sencilla. En esa misma línea, Bajo la rueda (1906) expresa la rebelión contra la autoridad.
Pero el título que marca la obra de Hesse es sin duda Demian (1919), cuyas primeras ediciones se publicaron bajo el seudónimo Emil Sinclair y con el significativo subtítulo «Una historia de juventud»: escrita en medio de una profunda depresión, la novela es sin embargo un canto a la amistad, al arte y a la vida. Siddharta (1922), diametralmente distinta, recoge la experiencia del autor en la India y se convertiría, una generación más tarde, en el libro de cabecera de los primeros «hippies», difusores del budismo y de la cultura oriental en Occidente.
El lobo estepario (1927) es acaso el más célebre de los títulos de Hesse e inicia sin duda la etapa de madurez de su obra: está construido a partir de las notas póstumas del artista Harry Haller, introducidas por los comentarios de un editor, y es un lúcido análisis sobre la locura de una época en la que muere lo viejo sin que haya nacido algo nuevo. También escribió Narciso y Goldmundo (1930), situada en una imprecisa alba del Renacimiento.
El juego de los abalorios (1943), cierra lo que puede entenderse como una trilogía de culminación de la obra de Hesse, a través de un nuevo intento de reunión (los abalorios) del mundo de las artes y de las ciencias: un auténtico resumen de los esfuerzos anteriores del autor por reflejar la inquietante dualidad entre el pensamiento y el espíritu.
Siguieron luego colecciones de cuentos, relatos y meditaciones, y en 1951 la antología literaria de este educador humano, que une la interioridad de la lucha sostenida para la existencia del espíritu, consciente de su propia responsabilidad, con la advertencia dirigida a su misma época en peligro y al pueblo alemán. La edición completa de las obras de Hermann Hesse, en seis tomos, apareció en 1952.
Selección de su obra poética
En la niebla
¡Qué extraño es vagar en la niebla! En soledad piedras y sotos. No ve el árbol los otros árboles. Cada uno está solo. Lleno estaba el mundo de amigos cuando aún mi cielo era hermoso. Al caer ahora la niebla los ha borrado a todos. ¡Qué extraño es vagar en la niebla! Ningún hombre conoce al otro. Vida y soledad se confunden. Cada uno está solo.
Esbozos
El viento del Otoño crepita frío entre los juncos secos, envejecidos por el anochecer; aleteando, las cornejas vuelan desde el sauce, tierra adentro. Un viejo solitario se detiene un instante en una orilla, siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve que se acercan, desde la orilla en sombras mira la luz enfrente donde entre nubes y lago la línea de la costa más lejana todavía refulge en la cálida luz: áureo más allá, dichoso como el sueño y la poesía. La mirada sostiene con firmeza en la fulgurante imagen, piensa en la patria, recuerda sus buenos años, ve palidecer el oro, lo ve extinguirse, se vuelve y, lentamente, se dirige tierra adentro desde aquel sauce.
Lobo estepario
Yo, lobo estepario, troto y troto, la nieve cubre el mundo, el cuervo aletea desde el abedul, pero nunca una liebre, nunca un ciervo. ¡Amo tanto a los ciervos! ¡Ah, si encontrase alguno! Lo apresaría entre mis dientes y mis patas, eso es lo más hermoso que imagino. Para los afectivos tendría buen corazón, devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles, bebería hasta hartarme de su sangre rojiza, y luego aullaría toda la noche, solitario. Hasta con una liebre me conformaría. El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche. ¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar una pizca la vida está lejos de mí? El pelo de mi cola tiene ya un color gris, apenas puedo ver con cierta claridad, y hace años que murió mi compañera. Ahora troto y sueño con ciervos, troto y sueño con liebres, oigo soplar el viento en noches invernales, calmo con nieve mi garganta ardiente, llevo al diablo hasta mi pobre alma.
Noche del temprano estío
El cielo tormentoso, y un tilo en el jardín, en pie, tiembla. Es tarde ya. Un pálido relámpago vemos en el estanque permanecer, con ojos grandes, humedecidos. Las flores se mantienen en tallo fluctuante y afiladas guadañas se acercan más y más. El cielo tormentoso trae un aire pesado. Mi chica se estremece: «¿Lo sientes tú también?»
Un sueño
Salones que cruzamos con timidez, un centenar de rostros que desconocemos… Con lentitud, una tras otra, las luces palidecen. Allí cuando su brillo se hace gris cuando se ciega con el atardecer, un rostro me parece familiar, la memoria del amor encuentra conocidos los rostros que antes fueron extraños. Oigo nombres de padres, hermanos, camaradas, así como de héroes, de mujeres, poetas que yo reverencié cuando muchacho. Pero ninguno de ellos me concede siquiera una mirada. Como las llamas de una vela se desvanecen en la nada dejan en el entristecido corazón sonidos de poemas olvidados, oscuridad, lamentos en torno de los días ya encauzados en leyenda y en sueño de una luz disfrutada alguna vez.
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