Luis de Góngora (1561-1627) es el poeta más original e influyente de todo el Siglo de Oro español. Su obra poética rompe moldes e inaugura un nuevo lenguaje cuya virtualidad, aún insuperable, sigue marcando rumbos en la poesía contemporánea.
En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro de El Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal, criticado por las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. Góngora, afiliado al Barroco estético, rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico.
Su lenguaje, al estilo gongorino y muestra del culteranismo barroco, destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, los hipérbaton y desarrollos paralelos, así como por la musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.
Selección de poemas
A cierta dama que se dejaba vencer
Mientras Corinto, en lágrimas deshecho, la sangre de su pecho vierte en vano, vende Lice a un decrépito indïano por cient escudos la mitad del lecho. ¿Quién, pues, se maravilla deste hecho, sabiendo que halla ya paso más llano, la bolsa abierta, el rico pelicano, que el pelícano pobre, abierto el pecho? Interés, ojos de oro como gato, y gato de doblones, no Amor ciego, que leña y plumas gasta, cient arpones le flechó de la aljaba de un talego. ¿Qué Tremecén no desmantela un trato, arrimándole al trato cient cañones?
A los celos
¡Oh niebla del estado más sereno, furia infernal, serpiente mal nacida! ¡Oh ponzoñosa víbora escondida de verde prado en oloroso seno! ¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno, que en vaso de cristal quitas la vida! ¡Oh espada sobre mí de un pelo asida, de la amorosa espuela duro freno! ¡Oh celo, del favor verdugo eterno!, vuélvete al lugar triste donde estabas, O al reino (si allá cabes) del espanto; mas no cabrás allá, que pues ha tanto que comes de ti mesmo y no te acabas, mayor debes de ser que el mismo infierno.
A un sueño
Varia imaginación que, en mil intentos, a pesar gastas de tu triste dueño la dulce munición del blando sueño, alimentando vanos pensamientos, pues traes los espíritus atentos sólo a representarme el grave ceño del rostro dulcemente zahareño (gloriosa suspensión de mis tormentos), el sueño (autor de representaciones), en su teatro, sobre el viento armado, sombras suele vestir de bulto bello. Síguele; mostraráte el rostro amado, y engañarán un rato tus pasiones dos bienes, que serán dormir y vello.
Al poeta Pedro Soto de Rojas
Poco después que su cristal dilata, orla el Dauro los márgenes de un Soto, cuyas plantas Genil besa devoto, genil, que de las nieves se desata. Sus corrientes por él cada cual trata las escuche el Antípoda remoto, y el culto seno de sus minas roto, oro al Dauro le preste, al Genil plata. Él, pues, de rojas flores coronado, nobles en nuestra España por ser Rojas, como bellas al mundo por ser flores, con rayos dulces mil de Sol templado al mirto peina, y al laurel las hojas, monte de musas ya, jardín de amores.
Allá darás, rayo
Allá darás, rayo, en cas de Tamayo. De hospedar a gente extraña, o Flamenca o Ginovés, si el huésped overo es y la huéspeda castaña, según la raza de España, sale luego el potro bayo. Allá darás, rayo, en cas de Tamayo. De muy grave la viudita llama padre al Capellán con quien sus hijos están, y Amor que la solicita hace que por padre admita al que recibió por ayo. Allá darás, rayo, en cas de Tamayo. Alguno hay en esta vida, que sé yo que es menester que a su querida mujer (¡Nunca fuera tan querida!) tomen antes la medida que a él le corten el sayo. Allá darás, rayo, en cas de Tamayo. Con su lacayo en Castilla se acomodó una casada; no se le dio al señor nada, porque no es gran maravilla que el amo deje la silla, y que la ocupe el lacayo. Allá darás, rayo, en cas de Tamayo. Opilóse vuestra hermana y diola el Doctor su acero; tráela de otero en otero menos honesta y más sana; diola por septiembre el mana, y vino a purgar por mayo. Allá darás, rayo, en cas de Tamayo.
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Elaborado con información de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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