Dos revistas que corroboran que la década del cuarenta del siglo pasado fue prolija en revistas importantes.
Colina, subtitulada «Revista de lucha por la cultura», comenzó a publicarse en La Habana en diciembre de 1945 bajo la dirección de Jesús Manzanal y la jefatura de redacción estaba a cargo del cuentista Surama Ferrer, quien años más adelante, en 1950, ganó el premio «Hernández Catá» en ese género con su relato «Alcohol No. 1», caracterizado, este y los restantes de esos años, por desmarcarse del ámbito rural en busca de una radicación urbana. El responsable de la sección de Arte y cultura era Roberto Garriga, figura de importancia relevante cuando la televisión, años después, llegó a Cuba, pues fue un importante director de espacios consagrados a la novela. Como miembros de honor figuraban el rector de la Universidad de La Habana y el ejecutivo de la federación de Estudiantes Universitarios. Un grupo de consejeros como el historiador Herminio Portell Vilá y el historiador de Arte Luis de Soto completaban la nómina. Dedicada sobre todo a artículos de historia, política, literatura y Medicina, dio cabida también a noticias internacionales, nacionales, culturales y deportivas.
Notables firmas aparecieron en sus páginas: Emilio Roig de Leuchsenring, Mirta Aguirre y Fernando Ortiz, entre otras. Desaparecida en noviembre de 1946 dejó, sin embargo, una huella en nuestra cultura, al igual que otra casi contemporánea, Trimestre.
«Revista cubana» fue su subtítulo, cuyo primer número correspondió a enero-marzo de 1947. Fue dirigida y editada por el historiador Ramiro Guerra (1880-1970), autor de importantes textos sobre la historia de Cuba, aún hoy de obligada consulta, más que por la interpretación de nuestro pasado por la abundancia de datos pormenorizados.
Para su revista contó con los que llamó «consejeros», caracterizado por su heterogeneidad: Gustavo Pittaluga, médico de profesión; el general Manuel Piedra Martell; el pintor Mariano Miguel y el musicólogo Hilario González, entre los más conocidos. En el editorial aparecido en el primer número expresaba su editor que era propósito de la publicación:
Contribuir modestamente a ofrecer una aportación al desarrollo de la cultura nacional y al esclarecimiento y la solución de otros vitales problemas de nuestros días.
El muestrario de trabajos que exhibe Trimestre es muy amplio: trabajos de índole económica y política, científicos, históricos, literarios y de artes plásticas. En algunas ocasiones publicó novelas y cuentos, entre estos, algunos de la autoría de Lino Novás Calvo, una de las voces más importantes de la narrativa cubana del siglo XX. Mantuvo una sección fija donde se reseñaban los últimos libros y folletos publicados. La lista de colaboradores es muy amplia: Medardo Vitier, Francisco Ichaso, Ernesto Fernández Arrondo, Juan J. Remos, Víctor Agostini, María Teresa Freyre de Andrade, Agustín Acosta, Loló de la Torriente, Rafaela Chacón Nardi, Salvador Massip, Enrique Gay Calbó y Herminio Almendros. Estos nombres, escogidos casi al azar, responden a poetas, filósofos, narradores, educadores, geógrafos, periodistas. Ello demuestra el amplio perfil que tuvo la publicación, que concluyó en octubre-diciembre de 1950 debido a que su director debió realizar otros trabajos, como la Historia de la nación cubana y el segundo volumen de su obra colectiva Guerra de los Diez Años.
Las muestras presentadas, Colina y Trimestre, corroboran que la década del cuarenta del siglo pasado fue prolija en revistas importantes —otras lo fueron más, como Orígenes, por ejemplo, para solo citar una entre muchas, además de las de filiación marxista como Gaceta del Caribe—, pero, vistas en su conjunto, reflejan un panorama enriquecedor de nuestras letras y, en general de nuestra vida cultural, pues muchas de ellas también reflejaron temas relacionados con las artes plásticas y el teatro. Era, por supuesto, un esfuerzo individual o colectivo, carente de apoyo oficial, razón del carácter efímero de muchas de ellas, que con apenas unos números publicados debían concluir su aparición. Pero lo relevante es destacar la vocación de servicio que siempre han tenido nuestras publicaciones periódicas, todas hijas de su tiempo, y traerlas al nuestro es evocar aquel pasado que no hay que omitir, sino conocerlo cada vez mejor para entender este tiempo, el nuestro, el de todos.
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