El día en que La Habana nos convoca
Pasaron los 500, el 501, el 502 y ya arribamos al 503 aniversario de la fundación de La Habana. Estantes y ocasionales, nacionales y extranjeros, adolescentes, mediotiempos, ancianos, tal vez hasta alguno de los perritos residentes del área, se aprestan a realizar la única cola donde nadie protesta ni se querella. Los hay que traen consigo su sillita plegable. ¡A esperar se ha dicho! El ritual de dar la vuelta a la ceiba «representativa» de la original y hacer una petición muy privada y por lo bajo de modo que solo la ceiba escuche, es un gustazo que bien vale la espera.
Que La Habana tiene magia, que La Habana nos unifica, que La Habana convoca, es tan real como que más de 500 años de existencia constituyen la mejor prueba de que aquellos entusiastas fundadores estaban ciertamente iluminados aquel glorioso 16 de noviembre de 1519, Día de San Cristóbal.
¡Alabao, cuántos visitantes famosos han pasado por ti, San Cristóbal de La Habana! ¡Y de todo tipo! Desde villanos y piratas hasta benefactores y sabios. Ahí se cuentan: representantes de todas las disciplinas artísticas, científicos, exploradores, personalidades de la Iglesia, jefes de Estado, deportistas, modistos, navegantes, aviadores y cosmonautas, próceres, premios Nobel…
Quedémonos con los escritores (pues por algo somos Cubaliteraria) y echemos un vistazo a esta selecta relación de visitantes.
Por ejemplo, en el listado de los Premios Nobel de Literatura se cuentan los españoles Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Camilo José Cela, los norteamericanos Sinclair Lewis y Ernest Hemingway, el colombiano Gabriel García Márquez, los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, los británicos George Bernard Shaw y Winston Churchill, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el francés Jean Paul Sartre, el nigeriano Wole Soyinka, el italiano Darío Fo, la sudafricana Nadine Gordimer, el alemán Gunter Grass, el peruano Mario Vargas Llosa, el portugués José Saramago… y tal vez se nos quede alguno.
No llegaron a ganar el Nobel pero igualmente universales fueron estos otros autores visitantes: Federico García Lorca, Graham Greene, Rafael Alberti, Alfonso Reyes, Jorge Amado, Ramón Menéndez Pidal, Rómulo Gallegos, José Ingenieros, Emil Ludwig, Arthur Miller, Margaret Atwood (quien todavía tiene chance), Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, María Zambrano y varios más, todos los cuales bien pudieron ser agraciados con un Nobel, pero no lo fueron y no por esto se amenguó en ellos el ímpetu literario.
El poeta Luis Cernuda, a su paso en 1951, hizo esta observación:
En La Habana el atardecer es memorable: el aire ahí no se ensancha tanto como se ahonda, entreabriendo camino, como para unas alas, hacia el fondo mismo del cielo, en cuyas nubes o, mejor, en cuyos celajes vibran los colores ensordecidos. La silueta de la ciudad entonces, al ahondarse de tal modo el aire sobre ellas, parece descansar, igual que la superficie de su agua quieta, bajo la maravilla de su cielo.
El inmenso Federico, ya antes mencionado, escribiría que
Esta isla tiene más bellezas femeninas de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza. Esta isla es un paraíso. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba.
Y Ernest Hemingway, quien produjo parte de su obra en La Habana, aseguraría que era esta «un buen lugar para escribir».
No nos resulta factible el completamiento de un inventario de celebridades de las letras que se han detenido en La Habana a lo largo de medio milenio. Bástenos con recordar su condición de «Ciudad Maravilla» para comprender su encanto… Y tantos ojos no pueden estar equivocados.
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