Según T.S. Eliot «abril es el mes más cruel», pero según Nicolás Guillén, el ser amado se le acerca sonriendo «como si fuera la primavera», aunque acto seguido confiese: «Yo, muriendo». Y es ese mismo Guillén el que, en «Un poema de amor», afirma: «Es un amor de abismo en primavera, cortés, cordial, feliz, fatal… ». La primavera como epifanía que, paradójicamente, nos remite a la experiencia dolorosa.
Flores, frescores nocturnos, lluvias de luz y color: la época del año en que es posible renacer y hacer planes para divisar (y divinizar) la vida. Solo que la poesía, bien lo sabemos, se nutre más del sufrimiento y la desazón que de la alegría. El poeta sufre para ser feliz, no por masoquismo, sino porque lo visita «la libélula vaga de una vaga ilusión» en pos de convencerlo de que lo que él padece se lo quita de sufrimiento a los demás.
Sobre la primavera, José Martí nos dice:
Con la primavera
viene la canción,
la tristeza dulce
y el galante amor.
Con la primavera
viene una ansiedad
de pájaro preso
que quiere volar.
No hay cetro más noble
que el de padecer:
solo un rey existe:
el muerto es el rey.1
Con la misma carga simbólica que lo hiciera Rubén Darío en su «Canción de otoño en primavera», ante la llegada del inefable hálito estival, Antonio Machado se conmueve y une lamento y elogio:
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
recordé, yo he maldecido
mi juventud sin amor.2
Octavio Paz, por otra parte, ve en la primavera la estación ambigua que, sin la crueldad extrema del invierno o el verano, hace posible cualquier renacimiento o renovación. Valiéndose de su complejo sistema visionario no elude del todo relacionar a la primavera con el optimismo, de la misma manera que construye sus figuras tropológicas echando mano a las elementales comparaciones con «de» y con «como», quizás un homenaje subliminal a la frágil sencillez de la estación:
En su tallo de calor se balancea
La estación indecisa
Abajo
Un gran deseo de viaje remueve
Las entrañas heladas del lago
Cacerías de reflejos allá arriba
La ribera ofrece guantes de musgo a tu blancura
La luz bebe luz en tu boca
Tu cuerpo se abre como una mirada
Como una flor al sol de una mirada
Te abres
Belleza sin apoyo
Basta un parpadeo
Todo se precipita en un ojo sin fondo
Basta un parpadeo
Todo reaparece en el mismo ojo
Brilla el mundo
Tú resplandeces al filo del agua y de la luz
Eres la hermosa máscara del día.3
Pablo Neruda, poeta no muy reincidente en lo fatal, no puede eludir el contraste entre la estación estival y un estado de ánimo marcado por la tristeza y el desamparo. La poesía siempre ha sabido sacar ventaja de las paradojas. Aquel mismo Neruda del «Poema 15»: «mariposa de sueño, te pareces a mi alma/ y te pareces a la palabra melancolía»: unió dos opuestos: mariposa y la melancolía. Difícil aleación que solo en el laboratorio del alma del poeta se corporiza. En su texto «Con Quevedo en primavera» nos pone nuevamente ante la reconciliación de lo antitético:
Todo ha florecido en
estos campos, manzanos,
azules titubeantes, malezas amarillas,
y entre la hierba verde viven las amapolas.
El cielo inextinguible, el aire nuevo
de cada día, el tácito fulgor,
regalo de una extensa primavera.
Solo no hay primavera en mi recinto.
Enfermedades, besos desquiciados,
como yedras de iglesia se pegaron
a las ventanas negras de mi vida
y el solo amor no basta, ni el salvaje
y extenso aroma de la primavera.
Regino Eladio Boti, otro poeta cubano —muy poco recordado, por cierto—, en su libro vanguardista Kodak-ensueño, de 1929, inmerso en el procedimiento clásico de aquella tendencia, apuesta por sorprender con imágenes centradas en comparaciones inusuales. En su texto «Primavera»nos enfrenta a una curiosa foto del framboyán:
El framboyán, en la mañana zafírea,
diáfana y urente, abre al sol su
temblante vorágine de fuego como un
riñón colosal sobre una antena pavonada.4
En uno de sus libros anteriores, La torre del silencio, de 1926, incluye un texto titulado «Nocturno de primavera», donde su visión, también impregnada de paisajismo y pese a la figuración insólita, exhibe un tenue gesto reverenciador:
La noche, hermana piadosa
de la melancolía y el silencio,
como una enlutada mariposa
se unge saudosa
en el nácar lunar. Mientras, presencio
trocarse el follaje en una imprevista
decoración pastoril
que pone un alma nueva en cada arista;
y de la Tierra –nuncio del regreso de abril–
sube un ruido fantástico y doliente.5
Seguirá la primavera convocando versos, porque es uno de los tópicos comunes más inagotables del arsenal simbólico en el que abrevan los poetas. No importa si se erige escenario para realizaciones o tragedias, o en paradigma para contrastarla con la angustia. La primavera y las flores, asociadas a la lluvia y al verde, configuran la paleta para cualquier paisaje, bien sea interior o externo. Es sinónimo de lo desbordante, del fluir del agua, del sol generoso. Pero también puede serlo de lo sombrío, como en este pasaje del poema, de la autoría de William Carlos Williams, publicado en la revista Orígenes, Año I, Número 3, de 1944, página 23. Sus duras imágenes nos delinean una primavera más que atípica:
En un pavimento húmedo el cielo blanco se aleja
moteado de negro por los cambiados
pilares de los olmos rojos,
en perspectiva, que elevan la enmarañada
malla de sus deseos clavados
en la lluvia que cae. Y el humo terroso
es arrastrado, deslizándose como el agua
sobre el tejado de la cabaña
del guardián del puente.
No sé cómo sería la primavera en el New Jersey de este grandísimo poeta, pero en las letras y espacios de nuestra Cuba, la primavera solo se oscurece cuando contrastamos su luz con alguna angustia, en busca del efecto paradójico. Si nuestra primavera física fuera amarga, los muchos perfumes y colores de su eclosión atenuarían ese sabor. Viva, entonces, la primavera, antesala de tanto esplendor sublime.
Notas
1 José Martí: «Con la primavera», citado por Adriana Santa Cruz en “Ocho poetas y la primavera”, disponible en: Leedor (Fecha de consulta, 14 de septiembre de 2019).
2 Ídem.
3 Ídem.
4 Regino E. Boti: Poesía, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977, p. 365.
5 Regino E. Boti: Ob. Cit. p. 349.
(Santa Clara, 14 de septiembre de 2019)
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