En Santa Clara, un día de octubre de 2011, firma Geovannys Manso la última letra, el punto final de alguno de los siete cuentos que conforman su antología 20 kg de tristeza. La dedicatoria de este volumen resulta —casi tanto como el título—, una premonición del contenido de los relatos: «Para Lisy, entre alardes de impiedad…». Manso no escatima en las cuotas del dolor que retrata. Su obra se cierne sobre el lector como un augurio terrible acerca del matrimonio, la paternidad, la emigración.
Inherentes a la condición humana, en contadas ocasiones los temas tratados se trasladan al terreno más cercano de la propia cubanidad (el policlínico ambientado en el cuento «Cuerpo de Guardia»; las referencias a los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), los discursos de Fidel en el cuento «20 kg de tristeza»). En su mayoría, los temas han sido enfocados desde la universalidad, con descripciones que permiten ubicar al lector en un sinfín de regiones distintas o con referencias específicas de lugares (la bahía de Guantánamo en el cuento «Campo minado»), que no resultan relevantes en el contenido del texto (si bien el protagonista escapa de un contexto que no es ampliamente tratado en el cuento, desde Cuba resulta más notorio el modo en que es abordado el elemento del miedo, de la huida). Esta tendencia a enmarcar su prosa en un lenguaje que dialoga directamente con el ser humano de cualquier parte del mundo resalta también en la elección genérica de los nombres de sus personajes (Teresa, Elena, Isabel). En la mayoría de los cuentos, incluso, rehúye de los nombres propios y apela a clasificaciones colectivas (los sustantivos: mi madre, mi padre, mi hermana, mi suegra, mi suegro, el niño asmático, el paciente de la cama nueve). Esta decisión de mantener a sus personajes anónimos no es, en ningún sentido, arbitraria y nos podría remitir a obras como Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, y su indudable intención de describir ¿y enjuiciar? a la sociedad humana en su conjunto.
Las situaciones que concibe Manso en sus cuentos son casi siempre metáforas de ideas mucho más complejas de lo que resultan en apariencia, algo que podría dirigirnos a la literatura de Milan Kundera, quien sustenta sus tesis filosóficas sobre personajes, ademanes o sucesos de la vida cotidiana. El parricidio en el cuento «20 kg de tristeza» y el infanticidio en «Los bibliófilos», acto transmutado en más que el capítulo de una pesadilla o de una historia de terror, funciona en la prosa del escritor villaclareño como vehículo para la descarnada crítica al desapego y la indiferencia del individuo. Pasajes de la vida diseccionados crudamente, y a veces deformados hasta el extremo, son las herramientas que Manso maneja para consternar y sacudir al lector. Las referencias a la cultura popular están presentes en los textos constantemente (Lauren Bacall y Humphrey Bogart, y una novela de Thomas Mann en el cuento «Moscas»; El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald y Ella Fitzgerald en «Campo minado»). Mediante estos guiños a fenómenos culturales muy difundidos el autor pretende recrear descripciones más precisas y completas en sí mismas.
Otra particularidad del lenguaje de Manso es la abundancia de términos científicos en sus textos de carácter realista, bastante distantes de la ciencia ficción (la trayectoria de dicho animal en el cuento «Moscas», las explicaciones de los cuadros clínicos de los pacientes en el cuento «Cuerpo de guardia»). Aunque innegablemente este elemento le aporta mayor verosimilitud a los textos, en ocasiones provoca que el lector se adentre en vericuetos innecesarios y complejiza demasiado el tono del relato. No se debe pasar por alto que esta singularidad en su prosa queda como remanente de la formación inicial del escritor en el área de las ciencias (la Medicina).
El universo que propone Manso en su narrativa es un sitio hostil donde los personajes alienados que introdujo Kafka en la literatura transitan por las fases de la vida sin máscaras ni atenuantes para sus actos. En los humanos de 20 kg de tristeza confluyen Gregorio Samsa metamorfoseado en el insecto inadaptado y El extranjero de Camus con aquella sentencia de tanto peso: «Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé», para en última instancia crear individuos de carne y hueso que viven azarosamente y por momentos. Aunque no lleguen a conmover al lector, logran conducirlo al horror o a la sorpresa (el padre del cuento «Después de golpear a mi hijo»).
En los predios de la literatura de Manso el ser humano no se centra en el debate entre el bien y el mal (la mayoría de sus personajes se presentan a todas luces como seres retorcidos, insalvables), sino que son urgentes otras cuestiones: las pasiones más íntimas del hombre, sus deseos e instintos. A pesar de esto, el hilo de los relatos no es fatalista ni lacrimógeno. El final de cada cuento sobreviene sin pesimismo, cerrando el círculo perfecto de la narrativa. El autor culmina en el mismo punto en que inició la historia y el último párrafo luce como una continuación fluida del primero. Potenciando la cercanía con el lector, Manso se desplaza entre una primera persona (con similares parlamentos y actitudes en los distintos cuentos) que puede antojársenos casi como un alter ego y una segunda persona novedosa y bien lograda (aunque por instantes se torne repetitiva) que le imprime a los textos un sentido tremendo de inmediatez y dinamismo. El narrador en primera persona que concibe el escritor villaclareño (con el que llega a experimentar en plural en el cuento «Los bibliófilos») se reserva en un inicio lo sórdido de la historia y va descubriendo los matices de su situación, sin grandes sobresaltos a medida que avanza el texto. En muchas ocasiones es un narrador hastiado de su propia historia y profundamente desencantado de su medio.
La determinación en ciertas expresiones de Manso (en citas como «Los hombres tristes como él son de vocación suicida» del cuento «Cuerpo de guardia») y la vehemencia de algunas de sus afirmaciones (en extractos como «Ahora que Cuba no te contempla orgullosa» del cuento «Campo minado») son armas dispuestas cautelosamente para sobrecoger al lector entre la indolencia general de la narración.
Para comprender la prosa de Manso no es posible leer desde la superioridad moral o el puritanismo. Sus personajes errarán, luego serán conducidos al desastre una y otra vez sin hacer nada por impedirlo. Finalmente emergerán mutilados de la historia, pero con el ánimo ileso, tristes y flemáticos desde el título hasta el punto final, sumidos como Sísifo con su roca en una odisea repetitiva, tortuosa y desesperante.
* * *
Tomado de Centro Onelio
Visitas: 42
Deja un comentario