Juana de Ibarbourou (Melo, Uruguay, 1892 – Montevideo, 1979), fue una poetisa uruguaya considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX.
Sus primeros poemas aparecieron en periódicos de la capital uruguaya (principalmente en La Razón) bajo el seudónimo de Jeannette D’Ibar, que pronto abandonaría. Comenzó su larga travesía lírica con los poemarios Las lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920) y Raíz salvaje (1922), todos ellos muy marcados por el modernismo, cuya influencia se percibe en la abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas y de alusiones bíblicas y míticas, aunque siempre con un acento singular.
Su temática tendía a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. Imprimió a sus poemas un erotismo que constituye una de las vertientes capitales de su producción, la cual se vio tempranamente reconocida: en 1929 fue proclamada «Juana de América» en el Palacio Legislativo del Uruguay, ceremonia que presidió el poeta Juan Zorrilla de San Martín y que contó con la participación del ensayista mexicano Alfonso Reyes.
Poco a poco su poesía se fue despojando del ropaje modernista para ganar en efusión y sinceridad. En La rosa de los vientos (1930) se adentró en el vanguardismo, rozando incluso las imágenes surrealistas. Con Estampas de la Biblia, Loores de Nuestra Señora e Invocación a san Isidro, todos de 1934, inició en cambio un camino hacia la poesía mística. En la década de 1950 se publicaron sus libros Perdida (1950), Azor (1953) y Romances del destino (1955). En esta misma época, en Madrid, salieron a la luz sus Obras completas (1953), donde se incluyeron dos libros inéditos: Dualismo y Mensaje del escriba. De su obra poética posterior destaca Elegía (1967), libro en memoria de su esposo.
Juana de Ibarbourou ocupó la presidencia de la Sociedad Uruguaya de Escritores en 1950. Cinco años más tarde su obra fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, y en 1959 el gobierno uruguayo le concedió el Gran Premio Nacional de Literatura, otorgado por primera vez aquel año.
Selección de poemas
Bajo la lluvia
¡Cómo resbala el agua por mi espalda! ¡Cómo moja mi falda, y pone en mis mejillas su frescura de nieve! Llueve, llueve, llueve, y voy, senda adelante, con el alma ligera y la cara radiante, sin sentir, sin soñar, llena de la voluptuosidad de no pensar. Un pájaro se baña en una charca turbia. Mi presencia le extraña, se detiene… me mira… nos sentimos amigos… ¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos! Después es el asombro de un labriego que pasa con su azada al hombro y la lluvia me cubre de todas las fragancias de los setos de octubre. Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado como un maravilloso y estupendo tocado de gotas cristalinas, de flores deshojadas que vuelcan a mi paso las plantas asombradas. Y siento, en la vacuidad del cerebro sin sueño, la voluptuosidad del placer infinito, dulce y desconocido, de un minuto de olvido. Llueve, llueve, llueve, y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.
Melancolía
La sutil hilandera teje su encaje oscuro con ansiedad extraña, con paciencia amorosa. ¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro y fuera, en vez de negra la araña, color rosa! En un rincón del huerto aromoso y sombrío la velluda hilandera teje su tela leve. En ella sus diamantes suspenderá el rocío y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve. Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro y en medio del silencio mis joyas elaboro. Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán. Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío. ¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío! ¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!
El fuerte lazo
Crecí para ti. Tálame. Mi acacia implora a tus manos su golpe de gracia. Florí para ti. Córtame. Mi lirio al nacer dudaba ser flor o ser cirio. Fluí para ti. Bébeme. El cristal envidia lo claro de mi manantial. Alas di por ti. Cázame. Falena, rodeé tu llama de impaciencia llena. Por ti sufriré. ¡Bendito sea el daño que tu amor me dé! ¡Bendita sea el hacha, bendita la red, y loadas sean tijeras y sed! Sangre del costado manaré, mi amado. ¿Qué broche más bello, qué joya más grata, que por ti una llaga color escarlata? En vez de abalorios para mis cabellos siete espinas largas hundiré entre ellos. Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas, como dos rubíes, dos ascuas bermejas. Me verás reír viéndome sufrir. Y tú llorarás. Y entonces… ¡más mío que nunca serás!
Amor
El amor es fragante como un ramo de rosas. Amando, se poseen todas las primaveras. Eros trae en su aljaba las flores olorosas de todas las umbrías y todas las praderas. Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros, de salvajes corolas y tréboles jugosos. ¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros, ocultos en los gajos de los ceibos frondosos! ¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia! Perfume de floridas y agrestes primaveras queda en mi piel morena de ardiente transparencia perfumes de retamas, de lirios y glicinas. Amor llega a mi lecho cruzando largas eras y unge mi piel de frescas esencias campesinas.
Así es la rosa
De la matriz del día se alzó la rosa vertical y blanca mientras todo rugía: la tierra, el aire, el agua. Tendí la mano para protegerla, criatura de paz y de armonía, completa, virgen, intocable, exacta en la extensión total del mediodía. Y me llevó el brazo la metralla. Impávida seguía en su serenidad y su victoria, aunque en mi sangre la embebía. Ni mi alarido hizo temblar sus pétalos ni apagó su fragancia mi agonía. Era la rosa, la perfecta y única. Nada la detenía.
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