Desde un centro de aislamiento en la localidad de Sitiecito, municipio villaclareño de Sagua la Grande, Xavier Carbonell cuenta sobre sus intersticios de escritor novel y un libro, el primero que le publicarán. Xavier Carbonell permanece en cuarentena preventiva luego de regresar del extranjero, circunstancia obligada ante la pandemia de COVID-19, y ha ganado, además, el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara este 2020 en el apartado de novela con el texto El libro de mis muertos.
Graduado de Letras por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas Xavier dice que escribe desde siempre, pero con más seriedad desde hace algunos años.
Como se sabe, la filología inhibe un poco la escritura de ficción, porque uno se avergüenza de la propia literatura. Luego viene la liberación de ese miedo, si la escritura se asume como vocación, seriedad y trabajo. Hay que escribir en silencio, competir con los muertos –como decía Hemingway– y no distraerse con los estereotipos de escritor, que es una cosa que siempre me ha dado mucho miedo.
La escritura, asegura Xavier, es como la meditación, se hace mejor solo y mirando a la pared, como en el budismo zen.
El libro de mis muertos fue la primera novela que escribí, cuando tenía 23 años. Es una novela de aprendizaje, sobre un hombre que regresa a su pueblo para reconstruir –o inventar– sus memorias perdidas. De más está decir que ya no me gusta la novela y no me reconozco en ella, pero ese texto contiene muchas claves y temas que para mí son entrañables, y que han fijado el rumbo de mi narrativa. Es decir, me obligo a tenerle cariño, como a un pariente indeseable.
Hay mucho de lo que me obsesiona y me apasiona en la literatura cuyo origen está ahí: el tiempo, la muerte y la memoria, también la historia y Cuba, que son las cosas que me preocupan en su relación con la escritura. Contiene mi veneración al tabaco, a la vejez, a los fantasmas como símbolo de la memoria y a los libros. Y traza una analogía con mis propios recuerdos, mi niñez y mis lecturas predilectas.
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Vio que todos los tiempos del pueblo se le acumulaban en la memoria como un dolor de cabeza, como si los fantasmas, invocados por el trastorno del viento, retornaran a sus antiguas ocupaciones en las avenidas breves y empedradas.
San José del Puerto era como todos los pueblos de Cuba, un amasijo de tablas y nostalgia, un compendio de cosas viejas y repetitivas de las cuales había querido huir desde que tenía uso de razón. Las calles reptaban desde la plaza hasta la costa, y se enmarañaban después en una legión de caseríos marginales que hedían a pescado y manglar. Todo estaba tan alejado del mundo, que San José parecía ser la misma villa colonial, desamparada por todos los gobiernos y asolada por todos los piratas.
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Comunicación digital por medio, Xavier agradece que el jurado haya premiado la novela de un desconocido, un outsider –como él mismo ha dicho- con respecto al mundo de escritores de Santa Clara, que es tan complejo y pintoresco en muchos sentidos.
Fue una gran sorpresa y me siento honrado, porque el premio implica la publicación del texto y eso es una noticia extraordinaria. Creo que el Premio Fundación de la Ciudad es un gran honor para cualquier escritor cubano, y más cuando uno tiene tan poca edad y experiencia. Hace un año era sencillamente un estudiante de Letras, y este es un premio que se otorga en cierta «adultez» literaria. Me disculpo con mi generación, si es que existe, por haber enviado mi novela a destiempo.
Este julio, esperando en un centro de aislamiento en Sitiecito, Xavier probablemente no podrá acudir a la ceremonia ni recoger el premio, ahora, dice, «la pandemia me obligará, sin quererlo, a ser extravagante: no podré estar. Quizás, de todas maneras, es lo mejor».
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