A propósito del cuento «Todos somos mercancía», de Malena Salazar
El cuento «Todos somos mercancía», desde el título, se erige en una condición casi aforística, enseñanza textual de una condición de vida que bien puede resumirse en un proverbio, tantas veces escuchado: «El pez grande se come al chico». En esta historia, Malena Salazar nos presenta un mundo donde los personajes se alzan como lobos, jaurías enfrentadas a jaurías en busca de una carne simbólica, alimento existencial pero también del espíritu: carne como sangre, carne como materia, carne como satisfacción para nuestros múltiples mundos deshechos. Es este un universo de profundos ejes de desarraigo, donde los personajes deambulan como zombies de una de las tantas películas de terror que abundan en nuestra época.
«Todos somos mercancía» es, además, deudor temático del cine de autor con pocas pero sólidas locaciones, si bien sus recursos apuestan por una teatralidad de las sensaciones. Ha de apreciarse la influencia que juega dentro de esta textualidad una serie de cuentos y de filmes; entre ellos, podría señalarse buena parte de la obra narrativa de Virgilio Piñera y de Vladimir Hernández, así como —y quizás este sea el referente más comercial y/o conocido— establece hilos de paralelismo con Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street, tanto en la versión musical de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler (a su vez inspirada en la obra de teatro de Christopher Bond), como en la más conocida película dirigida por Tim Burton y que el espectador cubano reconocerá sin dudas. El recurso simbólico de la carne es eje común de estas historias, donde el canibalismo es apreciado no como tabú social sino necesidad, lucha, vínculo comulgatorio, supervivencia en ambientes hostiles.
La construcción del escenario y los personajes es, quizás, el mayor éxito de este cuento que presentamos. La autora introduce personajes con pocas fisuras, que establecen sólidos nexos con la recreación de ambientes. No se habla aquí de un final sorpresa, inesperado en su tejido. No creo que sea intención de Malena Salazar Maciá reservar el grito final, ahogado, que todo cuento con una dosis comedida de temor pretende mostrar, sino lo contrario: propiciar la reflexión sobre la deshumanización, la alienación de la criatura tildada homo sapiens, los extremos de violencia y asco hacia los cuales nuestra condición de monstruos puede llevarnos.
Asistimos, aquí, a un retablo de posibilidades narrativas que muestran la mano de una autora en desarrollo, capaz de sintetizar parte del pensamiento humano más sórdido en pocas cuartillas de acción. Ha de apreciarse también el lenguaje cinematográfico y la capacidad que muestra para desarrollar ambientes de tensión, no precisamente marcados por el terror, sino por la condición dual de la extrañeza y la cercanía. De esta manera, el lector/espectador de este cuento/obra/película textual puede sentirse en vínculo comulgatorio, no solo con la carne simbólica del texto, sino también con los nexos que se muestran en la búsqueda de esta teatralidad cinematográfica.
Malena Salazar no pretende lo novedoso, es cierto, pero sí una estructura de solidez, tanto en el desarrollo de los ambientes como en la configuración de los personajes. Más importante aún, propicia el diálogo receptivo y la construcción conjunta de la realidad —a priori y a posteriori— entre el autor, la madeja textual y el lector. Adviértase que estamos en presencia de una autora prometedora que, con esta obra, suerte de ópera prima de su cuentística, nos grita sobre una realidad que quizás ya ha trascendido el ámbito del texto, para convertirse ya no en sueño, sino en pesadilla concretada. Queda por nosotros darnos cuenta de que su sentencia ya existe en nuestro cotidiano porque —al final del día— todos somos mercancía.
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Malena Salazar Maciá. Graduada del Centro de Formación de Escritores Onelio Jorge Cardoso y también de Informática. En la actualidad, se encuentra a punto de obtener su diploma de Licenciatura en Derecho. Ganadora de diversos premios nacionales, entre los que destaca el David 2015 en la categoría de ciencia-ficción, por su novela Nade y mención en el Premio Hydra de novela fantástica. Esta joven autora ya es miembro de la AHS y de la UNEAC.
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Tomado de País de fabulaciones, texto de Elaine Vilar Madruga publicado por Cubaliteraria en 2019.
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