I. Ciento porciento martiana.
Hablar del ensayo de Fina García Marruz se me ha vuelto una tarea colosal y ardua. Conflictiva cuando descubrí que la autora practica dos procederes escriturarios disímiles que varios críticos entienden bajo la misma denominación: ensayo. Hoy, cuando nadie se cuestiona las segmentaciones genéricas, a mí me pareció cardinal retomar el debate y arrebatarle el cartel de ensayo a textos como «Hablar de poesía», «Lo exterior en la poesía», «El hado inventor» y «Alicia en el país de la danza». Fina García Marruz tiene muy buenos ensayos, pero tiende a escribir poesía, desconocerlo nos conduciría a negarle su carta de autenticidad y a ignorar la influencia más importante que le legó Martí: el proceder mismo de su pensamiento.
Un traspaso que no llamaría tanto la atención si ambos hubieran pertenecido, históricamente, al mismo ciclo epocal. Pero entre ellos se desarrolló una revolución epistémica. En los años 1920 la comunidad científica vivió el empoderamiento de un nuevo paradigma cognoscitivo, que comenzó negando las esencias únicas y la existencia de la verdad especular. El gran viraje cedió la palestra académica a un intelectual consciente de la constructividad del conocimiento, desconfiado de los sistemas sígnicos y proclive a los sofismas de la razón. Con esta transformación del sujeto cambian las formas de producir y representar el conocimiento, de modo que los géneros textuales, además de someterse a una reconceptualización, varían en su disposición jerárquica. El tratado pierde status académico mientras el ensayo regentará, desde su nueva arquitectura, la producción cognoscitiva.
A partir del siglo XX el ensayo se adjetiva de contemporáneo y empieza a distinguirse de la práctica anterior, aquella que había impuesto Montaigne en el siglo XVI y sobrevivía a finales del XIX. Un discursar que vislumbró su cúspide en la obra martiana. Sin embargo, con el declive del tratado y la subjetivación del cognoscer, el pensamiento escrito se etiqueta de ensayístico a partir de su pertenencia a los niveles medio y alto en la escala del procesamiento de la información. Así pues, la forma del ensayo contemporáneo se condiciona a un sistema axiomático cerrado, con base en el juicio analítico, y que demanda la explicitación de los elementos de selección y engranaje constituyentes, para que la totalidad del proceso reflexivo se patentice y componga el cuerpo del texto. La prueba argumentativa, que integrara antes solo la arquitectura del tratado, se torna consustancial al ensayo contemporáneo y ello impone la distancia más irreversible entre los procederes de la generación martiana y la nuestra.
La vertiente ensayística de Montaigne, heredada por Martí y sus coetáneos, no ajustaba la reflexión a un molde retórico-analítico que avalara la eficacia de la prueba o su necesidad. Los autores suplían la falta de método y disciplina en la exposición de las ideas mediante un tácito compromiso ético, compromiso que «garantiza(ba) una función de verdad a la veracidad de los ensayos (…) (y) Con más razón aparece(ía) como un signo evidente en todo lo que toca(ba) a su contenido»1. La ética, en la época martiana, hacía de unidad reguladora del ensayo, en tanto juicio que no exponía pruebas, porque ceñía el espíritu del ensayista con una voluntad de verdad, de desentrañamiento consciente del objeto de estudio y de obligación para exhibir en el texto solo el aspecto relevante de la verdad descubierta. Sin embargo, con el curso de los años, la pérdida continuada de patrones éticos en el individuo junto a la superación del paradigma de simplicidad, volvió insostenible una concepción del género arraigada en el convencimiento mediante la fe en el intelectual y la moral. Aparece entonces, para el ensayo contemporáneo, el imperativo de la prueba argumentativa.
Fina García Marruz cree, como Martí, en el compromiso ético del intelectual para con el conocimiento, mientras recusa el impulso funcionalista y manipulador que oculta el juego con los sofismas, de modo que no reproduce el naciente principio de desconfianza hacia el sujeto cognoscente de su tiempo y menos le impone a sus textos, como a priori, la forma resultante de este descreimiento: la arquitectura del ensayo contemporáneo. Su magno respeto y devoción ética hacia el individuo, cristalizados en su carácter mediante una piadosa y vívida fe religiosa, no la ayudaron a asimilar la involución ética del sujeto histórico y, por consiguiente, la inviabilidad hoy día, de la práctica ensayística de su maestro. Siguiendo la doctrina martiana, aun en contradicción con la episteme del siglo XX, la autora profesa «la verdad como un concepto unitario, que el hombre aspira a descubrir para, una vez descubierta, imponerla absolutamente»2. Fina entiende que si la verdad no se construye, ni se interpreta: se descubre; las demostraciones quedan de ornato para reiterar o aguzar el ego, pues no se argumenta la existencia de aquello que tenemos delante, de aquello que el intelectual, en tanto mejor observador, nos revela ante los ojos.
Es este el principio racional que hace de la descripción ideológica el recurso retórico-analítico fundamental, distintivo, del ensayo de los siglos precedentes. La descripción ideológica implica la edificación del criterio a partir de un procesamiento monolítico de la información, donde la evaluación de la persona se presenta como inherente al objeto o fenómeno que se analiza. Un proceder cognitivo de nivel primario en la escala del procesamiento, que fusiona en un solo acto de pensamiento la descripción y la valoración, suprimiendo del texto la evidencia de cada uno de los mecanismos lógicos que intervinieron para arribar al criterio personal, así como la agencialidad de quien enuncia. Criterio que, al no exteriorizar ni trabajar con su condición de constructo subjetivo, no resulta funcional para la conformación de un juicio analítico. Cuando Fina García Marruz acota, respecto a su alocución sobre la originalidad, «sin generosidad, no hay ser auténtico, porque el ser es lo que irradia»3 nos descubre una verdad, pero una verdad sin argumentos. La síntesis con que presenta esta reflexión expone su frase ante un grupo de interrogantes que, el obrar sofístico del ensayo contemporáneo, se esmeraría en evitar ¿radica la autenticidad sólo en el bien, en lo generoso? ¿Son siempre originales los espíritus auténticos? ¿Por qué deviene la generosidad vehículo de lo trascendente? La investigadora, habiendo respetado su compromiso ético como intelectual y en espera de la correspondiente fe del lector hacia su palabra, no cree necesario desplegar argumentos que desbrocen y patenticen, analíticamente, sus generalizaciones. Un procedimiento muy natural y lógico para la época martiana, quienes le reservaban al tratado esta rectitud y disciplina en la plasmación de las ideas.
La descripción ideológica, en muchos de los escritos de Fina, no sólo articula microestructuras aisladas como el criterio —que recién expusimos—, sino que al tornarse la estrategia retórica directriz de sus análisis, dispone la reflexión en una tipología de ensayo no vigente, en consecuencia, les niega a estos textos la categoría de ensayo contemporáneo. En «Lo exterior en la poesía» Fina García Marruz afirma
La poesía renuncia, como Fausto, a la razón, órgano de lo conocido, para consagrarse a la magia, para volverse actividad mágica, de aquí que no sea extraño que se hayan revitalizado sus relaciones con la mística.4
Su proposición no despliega un análisis que fundamente y nos permita deducir el núcleo de la relación conceptual entre la actividad mágica y la poética, para derivar en la actividad mística. De modo que la autora, aun triangulando el razonamiento de base, no particulariza su idea de «lo desconocido», precepto que, junto a «lo exterior», devendrá clave para entender la plataforma reflexiva del texto. En aras de referenciar la génesis de «lo desconocido», la escritora asevera que la actividad poética es magia y mística, pero omite el marco conceptual en que usa ambos términos, así como las razones, las circunstancias y los nodos de engarce que validan cada una de estas analogía que introduce: poesía=magia, magia=mística, mística=magia. La autora no configura un juicio sobre la poesía, no erige una estructura analítica autónoma y deconstruible, en tanto propuesta. Fina García Marruz describe su noción de la poesía, de «lo exterior» y de «lo desconocido», a partir de bloques ideológicos, de información automatizada y con una arquitectura de procesos no deducible. Enuncia su criterio mediante una valoración en ausencia, que antecede al texto y en la que no distingue su aporte como agente intelectual.
Los géneros textuales se proyectan y jerarquizan en correspondencia con el nivel de procesamiento de la información que producen, o sea, se asciende de una categoría genealógica a otra, en la medida que la información se complejiza y su articulación va involucrando disímiles grupos de operaciones metacognitivas. Cada género, pues, produce una tipología de conocimiento que lo identifica. Si habíamos referido que el ensayo produce información de nivel dos y tres y que la descripción ideológica es un mecanismo de nivel uno, sobra concluir que, siendo este recurso la columna vertebral del sistema argumentativo de Fina en escritos como «Hablar de poesía», «Lo exterior en la poesía», «El hado inventor» y «Alicia en el país de la danza», ninguno de ellos puede clasificarse de ensayo, al menos no bajo la óptica de lo contemporáneo.
Fina García Marruz pertenece a un tiempo anterior al suyo: al presente de Martí. Un desfasaje tutelar que le reservará, a varias de sus incursiones en la prosa, cierto anacronismo en los procesos del cognoscer. Ese anacronismo singular que hoy día se instituye causa de nuestra añoranza del pasado y de sus certezas absolutas. Y es que nuestra poeta combina en su yo la alquimia excepcional de una anomalía histórica, una que, fusionada con su convicción teológica, nos descubre la única persona, quizás, que ha sido y será capaz de apropiarse del espíritu escriturario del apóstol. Una verdadera torre-marfilista que, en virtud de sus nubes, edificó un estrado singularísimo para la poesía, que apenas hoy estamos decodificando y que aún nos resta aceptar.
Notas:
- Landa, Josu. «Montaigne: contra el discurso vacío». En: Ensayo, simbolismo y campo cultural, Universidad Nacional Autónoma de México, México DF, pp.40-50, 2003.
- Se parafrasea a Fina García Marruz en su texto «Lo exterior en la poesía». En: Ensayos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, p.75, 2008.
- García Marruz, Fina. «Alicia Alonso en el país de la danza», Hablar de poesía, Editorial Letras Cubanas, La Habana, p.426, 1986.
- García Marruz, Fina. «Lo exterior en la poesía», Ensayos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, p.74, 2008.
Bibliografía:
- Arcos, Jorge Luis. «Obra y pensamiento poético en Fina García Marruz». En: Revista Iberoamericana, Núm. 152-153, julio-diciembre, 1990.
- García Marruz, Fina. Hablar de poesía, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1986.
- ……………………….. Ensayos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2008.
- ……………………….. «Notas para un libro sobre Cervantes». En: Orígenes, Nᵒ 24, 1949.
- Landa, Josu. «Montaigne: contra el discurso vacío». En: Ensayo, simbolismo y campo cultural, Universidad Nacional Autónoma de México, México DF, pp.40-50, 2003.
- Maturana Romesín, Humberto. Emociones y lenguaje en Educación y Política, Ediciones Dolmen Ensayo, 2001.
Visitas: 127
Deja un comentario