El intercambio entre voces de un grupo musical exitoso, como sello inusual de la experiencia artística que caracteriza al grupo de folk rock Mumford and Sons se me ocurre como punto de partida o de motivación para entrar en este nuevo libro de Ismael González Castañer[1], sea o no la asociación cierta o imaginada por quien esto escribe, o por quien este libro concibió. Es esta mutación de voces, de registros, un sello característico del cuaderno en el que, como abanico, asistimos a la escena donde el poeta se muestra ante su público y experimenta, junto con él, las más disímiles posibilidades: hace un guiño cómplice al lector, digamos, una reverencia. El autor hace como una especie de saludo al lector, para que lo mire, para que repare en él:
II
Que nuestro delirio «tenga mendó».
Se aparte de.
Se afecte del súmmum con que están cargados sus puntos
Expresivos blancos – o brillantes.
Tenga, se afecte, forme parte de -> la maravilla.
Espero que la palabra maravilla no llegue desprestigiada
al lector.[2]
Es como si el poema crease un estado de estupor en el que no solo participa el lector, sino del que el poeta es protagonista.[3] Esta cualidad permite una vez más que sean frecuentes en el libro los textos sobre poética, donde reafirma qué hace, cómo lo hace, por qué y para qué lo hace. Reparemos si no en el poema pórtico del cuaderno que canta a la infinita pérdida, algo así como cantar al desengaño, a la desilusión, manteniendo un tono reflexivo que supera la queja y se sostiene en vilo: una rebeldía sagrada que te avoca a transgredir y a dudar, o lo que es lo mismo: buscar y esperar la poesía, esperar el amor:
DIFERENCIA DE CÁDIZ
Distingo Cádiz:
Que yo sepa,
una forma, de otra forma,
no es igual.
Uno ve que domina la técnica
uno ve
que de estructura sabe
(aquí mismo, particularmente,
utiliza el montículo
y
su yerba)
«por ahí»
pero, por qué todo el tiempo
te deseas levantar,
ni te quiere como a Príncipe
(ni querrá)
¡como algo decisivo!
– que de esto
es lo más importante?[4]
En él es imprescindible el tarareo, el diminuto canto que coloca los hechos al revés, luego al derecho, ascendiendo la impronta lúdica, que es una constante en el estilo de Ismael, así como el hecho de perseguir casi siempre en los textos un estado de gracia o de estar suspendido que se logra con creces, y es uno de los encantos cardinales de su poesía: manera de poner el espíritu en vilo, algo que se dice fácil, pero que solo lo consigue la magia o un tipo esencial de poesía. Pues «el éxtasis proporciona el tema y la conciencia determina la forma».[5] Explota con mesura y asiduidad el hecho de dejar el ánimo en suspensión. Por eso he afirmado que en sus poemas nos hallamos en los espacios del intercambio puro. Buena parte de su poética está en conseguir la aureola, el élan que permite entender o entrar a los diversos asuntos. Los tópicos, a un tiempo, cardinales y pragmáticos van poseídos de una magia, de una poesía que él sabe revelar con una quieta desesperación de entendimiento.[6] Porque «la verdad tiene un aire de misterio o inexplicabilidad… Lo verdadero en poesía se percibe como una visión».[7] Pero también, y al unísono, su poesía está encarnando en la realidad. Esta virtud que desveló a Lezama, y que ya Martí había llevado a vías de hecho en sus Diarios de campaña, es la que encontramos plasmada aquí. El poeta parece coincidir con Susan Sontag en que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad e infelicidad de una persona.[8] Y así se mueve aquí y allá, oteando en los resquicios de la falla social. Denuncia la vida sin súmmum, sin ambiciones, cuenta con belleza el fiasco, el desengaño, el retroceso, de ahí el papel protagónico del élan del poeta, registrar con agudeza, y la belleza en vilo de la poesía el repliegue social.[9] También puede cantar el retardo en la manera de comportarse las mujeres, a las que ha dedicado no pocos poemas a lo largo de su vida escritural, en tomarle a la vida lo que deben anhelar ‒a lo que se suma la acción del yo lírico reproduciendo al ser social. Puede contar también de la metafísica en que se traduce o puede traducirse la aspiración común. El autor halla poesía en casi todo, es la poesía de la imposibilidad, el escamoteo, es la poesía encarnando en la realidad. El poeta logra «suspenderse» sobre los más increíbles ámbitos: contrarios, inentendibles, contenidos, urdidos o imaginarios.[10] Incluso puede escribir un poema hacia él, hacia dentro de él, torneado por sus claves, con una angustia hermosa, brillante y suspendida como en el poema «Territorio del ángel». Como el poeta es lírico, deja tu ánimo en suspenso hasta cuando cuenta sucesos que le son adversos, en donde sale mal parado ‒el ánimo encantado por la imposibilidad. Así ascienden maneras asombrosas del retroceso social encriptadas en metáforas. Por momentos es solo un poeta que le canta a la fascinación, que canta al amor, y asume un tarareo que lo lleva a la metáfora, a la metáfora total, que es una característica de su poesía, por ejemplo: «el blanco acaecer»[11], la montaña, la noche, «el frío mayor de nuestra vida», «el punto blanco amplio / la banda oscura en punto»- Es un hacedor tejiendo en la rama de las metáforas y con el rapto, donde el aliento y el fondo del poema son su ritmo, su sonsonete:
PERRO QUE VEÍAME ESCUCHAR
Estando solo, uno solamente habla cuando está sagrado.
Por ello al perro que veíame escuchar
le fascinó la voz le fascinaba
mientras perdí mi amor que lo perdía
en las mañanas.
Salid id.
No repitas no te quedes plantado.
Perro con fascinación de una voz medrada / ordenada y fatal.[12]
En toda la poética de Ismael hay una provocación del reino de la metáfora a la que se le canta y canta como cosa sagrada. Y puede haber metáfora hasta el desconsuelo.[13] Entonces en tal reino ocurre el delirio y el bien, el delirio y el mal, cánticos que bendicen las metáforas del mundo, y ascienden poemas como monedas, medallas, medallones de la metáfora, de vidas, de cosas, devenires. En el uso de este procedimiento destacamos el poema «Imitaciones» que muestra hermosos pedazos de identidad, que es lúdico e identitario a la vez, además de que pudiera ser el ars poética del autor. Porque, como en todo su universo poético, en este libro hay una utopía, un universo a conquistar que no solo parece y es nuevo, sino que hasta lo acompañan nombres nuevos, o palabras creadas que nos hacen recordar a Gadamer cuando decía que un poema no es más que una palabra pensante en el horizonte de lo no dicho. Y abundan los poemas de poética que pueden dar pruebas del delirio conducente o con fondo, es decir, un horizonte.[14] O constituirse en series que repiten sus asuntos siempre en gradación, que poetizan frutos de lectura, construyendo, a su manera lúdica, una exégesis. Algunos tratan del marco receptivo de su poesía que también lo vuelve a inspirar, así se establece un círculo proteico, animista, nunca jamás vicioso, con visos y rasgos de intertextualidad.[15] Tales textos subrayan la capacidad creativa del escritor hasta llegar a aquel que reza, a manera de culminación del cuaderno:
(REACCIÓN ANTE LA PALABRA CONIÉ)
Mañana
comenzaré a ser yo mismo
de nuevo y otra vez.
Estoy sentado en el mañana
tranquilo
ejerciendo.[16]
Donde se afirma la ludicidad o recurrencia (identidad) –igual y distinto– de su estilo, y donde el propio yo siente el sabor de su permanencia, el poder del verso que nunca acaba.
[1] Ismael González Castañer: Palabra de Mumford, Colección Arco Tenso, Selvi Ediciones, Valencia, 2020.
[2] Ob. cit., p. 14. Véase igualmente los poemas «La orquesta y la felicidad», p. 61, e «Imitaciones», p. 66.
[3] Véase el poema «Fragmentos de la conversación», p. 36.
[4] Ob. cit., p. 11.
[5] Marianne Moore: Pangolines, unicornios y otros poemas, Barcelona, 2005, p. 121.
[6] Consúltese el poema «Quema del marfil», p. 15.
[7] Louise Glück: Hablar de poesía, n. 40, Córdova, Argentina, 2019, p. 13.
[8] Susan Sontag: Renacida. Diarios tempranos, 1947-1964, Mondadori, Barcelona, 2011.
[9] [9] Véase el excelente poema «Memoria», que refiere la involución en las relaciones de pareja que está afrontando el mundo en las últimas décadas, p. 13.
[10] Véase el poema «La mujer está maullando…», p. 33. En una estrofa del mismo se dice: «Ya no soy vivo ni muerto/ ya no tengo fotosíntesis/ esta mujer tendida me dice cobarde, cobarde/ ella maúlla sobre la cuarta dimensión/ yo cuelgo». El eficaz verso «Ya no soy vivo ni muerto», despierta en mí el eco martiano labrando sobre el verso de Ismael. Nuestro primer poeta llega a decir en «Domingo triste» de Versos libres: «Siento la coz de los caballos, siento / Las ruedas de los carros; mis pedazos/ Palpo: ya no soy vivo ni lo era/ Cuando el barco fatal levó las anclas/ que me arrancaron de la tierra mía!», y en otro también de Versos libres, nombrado igual que el verso, por la posteridad: «He vivido: me he muerto», para recurrir en el poema XXVI de Versos sencillos: «Yo que vivo, aunque me he muerto». González Castañer ha tamizado tales versos y ha hecho un collage muy personal, pero que tributa al autor de «Yugo y estrella». Los versos martianos se hallan en José Martí (Obras Completas, Edición crítica, tomo 14, Poesía I, Centro de Estudios Martianos, 2007, pp. 163, 243 y 331, respectivamente).
[11] Ver pp. 19, 23 y 29.
[12] Ob. cit., p. 62.
[13] Véase el poema «Disfuerzo», p. 51.
[14] Consúltese «La ‒positiva‒ fuerza expansiva…» y «Pul», pp. 18 y 19.
[15] Consúltese «Nómina de huesos-Vallejo», texto que opera como resumen de lo expuesto en el libro en sus diferentes poemas o tesituras, y también conserva su carácter independiente. Texto recuento y anticlímax, p. 69.
[16] Ob. cit., p. 68.
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